LA AUTORIDAD DEL PROFESOR ANTONIO Aramayona Profesor de Filosofía 18/10/2006 El Periódico de Aragón
La verdadera autoridad no se impone, sino que se reconoce. Es en la persona misma de quien tiene autoridad donde residen la dignidad y se reconozca en ella libremente esa autoridad.
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Un sector del profesorado achaca el origen de muchos de los problemas existentes en la escuela y en el aula a la falta de disciplina, la ausencia de valores, el deterioro de las familias o la falta de reconocimiento de la figura del profesor, y piden como solución un mayor reconocimiento social y un reforzamiento de su autoridad. Por "autoridad" suelen entender ante todo potestad para imponer el orden y para sancionar y expulsar (del aula y/o del centro) a los alumnos más difíciles o recalcitrantes. En otras palabras, si algo o alguien impide la buena marcha de una clase, reivindican poder quitárselo de encima con más facilidad. Qué pueda ser del sancionado o expulsado después, no es un problema ya del profesor o del centro: allá la Administración.
Ese sector del profesorado identifica la autoridad con la potestad de ejercer la fuerza para imponer el orden de cosas deseado, y exige en consonancia instrumentos adecuados para imponer tal autoridad, para que haya disciplina y orden en el aula, para que su autoridad no sufra merma. A ese mismo sector del profesorado quizá le parecerá una memez si alguien, remontándose a los orígenes mismos de la palabra "autoridad" para clarificar algo más el concepto, vincula las palabras latinas auctor y augere al significado primigenio de autoridad: hacer crecer o aumentar. El auctor, quien tiene autoridad, es, pues, fuente u origen de algo, y está relacionado con engendrar, hacer que alguien o algo se desarrolle. Según esto, la autoridad no se tiene propiamente, sino que se ejerce y se va haciendo dinámica y constantemente en la medida en que alguien crece y se desarrolla.
La verdadera autoridad no se impone, sino que se reconoce. Es en la persona misma de quien tiene autoridad donde residen la dignidad, la valía para que se acepte y se reconozca en ella libremente esa autoridad. Quien quiere imponer autoridad sólo por coerción está admitiendo que no le quedan otros instrumentos para hacerlo. Un profesor puede ejercer esa autoridad por estar legitimado para cumplir unas funciones que le son institucionalmente reconocidas. En este sentido, nadie discute que tiene autoridad, tiene el mando, tiene la potestad de imponer orden o hacerse respetar. En el mundo educativo, sin embargo, ese tipo de autoridad sirve para casos o situaciones extremas, pero reivindicarla como principal solución puede ser síntoma de incapacidades e impotencias personales e institucionales poco deseables.
La educación debe buscar formar y desarrollar personas y ciudadanos, lo cual conlleva fomentar su libertad y responsabilidad. A veces puede ser frustrante constatar las dificultades que esta tarea conlleva, especialmente cuando un profesor asegura que lo único que tiene que decir y hacer en un aula es enseñar su asignatura, por lo que cree que a quien no está interesado en estudiarla y aprenderla sólo le queda callar y no molestar o, en caso contrario, sufrir la sanción correspondiente.
Hay alumnos que parecen desconocer las reglas elementales de convivencia y no haber pasado por un proceso de socialización básica. Esos alumnos deben tener claro a fin de cuentas que deben respetar las reglas comunes de un colectivo, pero eso no sucede de la noche a la mañana, por ciencia infusa, más cuando en algunas de sus casas eso se cumple poco y deficientemente. A pocos de esos alumnos les vale realmente la autoridad como imposición de reglamentos y sanciones. Sin embargo, esos alumnos, como todos los demás alumnos, reconocen y agradecen la autoridad de quien sabe, aprecia, valora, anima. Más aún, muchos de esos alumnos descubren por primera vez en sus vidas que hay alguien que a la vez enseña unos contenidos, establece unas normas de convivencia, se interesa por sus vidas, establece una corriente de aprecio y los anima a ir desbrozando su propio camino, y no sólo el camino general que está prefijado a priori para todos sin excepción.
En muchos ámbitos es general la opinión de que la juventud, la enseñanza, los valores eternos sufren un grave deterioro por falta de disciplina, respeto y esfuerzo por parte del alumnado. En consecuencia, muchos creen también que el profesor es una pobre víctima diariamente acosada, insultada, agredida, vilipendiada, por lo que concluyen repitiendo lo mismo que dice machaconamente un sector del profesorado: se necesita ante todo más disciplina y más respeto. En consonancia, piden un reforzamiento de su autoridad. Confunden así la auténtica autoridad con un elenco institucional de automatismos sancionadores que posibiliten que cualquier problema quede borrado a golpe de reglamento.
La autoridad del profesor. Miguel Ángel Heredia García * * Presidente de la Fundación Piquer Miércoles 09 de Diciembre de 2009
La propuesta de la Comunidad de Madrid sobre la consideración de los docentes como autoridad a efectos penales me parece en principio adecuada, y así parece que lo considera la mayoría social. Cómo se ha llegado al punto de degradación de las relaciones docentes/alumnos, debería ser un punto de partida para aproximarnos al problema.
La falta de motivación, la crisis de valores como la responsabilidad y el esfuerzo y las consecuencias de no ejercerlos, la heterogeneidad del alumnado, la dejadez de algunos padres, la cultura del éxito fácil, la incomunicación familias/comunidad educativa, la tendencia a responsabilizar a los docentes de las faltas de indisciplina de sus hijos, dar todos los caprichos sin exigir nada a cambio, la falta de sintonía entre lo que se estudia en las facultades de educación y lo que luego debe trasmitirse en el aula y, una vez ejerciendo la docencia, la falta de una verdadera política de formación permanente del profesorado enfocada a la realidad del día a día, son algunos de los factores que han influido en llegar al punto en el que estamos.
Pero cuidado: aquí no se trata de buenos y de malos, de si la educación de antes era mucho mejor y la de ahora no sirve para nada, han existido y existen excelentes docentes. Esta polémica me recuerda a aquello que hablaba Ortega de la ingénita extremosidad del español y no seré yo quien contradiga a tan ilustre pensador, porque no sé hace cuánto tiempo las palabras disciplina, autoridad, castigo… se han convertido en tabú porque parecía que recordaban a otros tiempos y eran sinónimo de militarismo, fascismo, tortura, etc. ¿Pero sabemos en realidad qué es disciplina, qué supone el principio de autoridad que ahora queremos introducir en el código penal y que castigar no es maltratar?
Disciplina no es sino cumplimiento de unas normas de convivencia que nos atañen a todos: ¿de qué se tratan las normas que rigen en cualquier institución, empresa, colectivo…?, ¿de qué se trata cuando en cualquier organización debe observarse una estructura, un organigrama y una distribución de roles? ¿No existen consecuencias por incumplimientos de normas establecidas? ¿Acaso no nos aplican un recargo si no pagamos a tiempo un impuesto, acaso no tiene consecuencias llegar tarde al trabajo o no cumplir con una obligación a tiempo?
De nuevo se trata de los términos, no de lo que realmente éstos significan. Pero no nos equivoquemos: la autoridad es efectiva cuando media el respeto y el respeto es muy difícil de imponer y de improvisar: el respeto no se adquiere ni chillando más, ni castigando más ni suspendiendo más y tampoco siendo más condescendiente, más colega… el respeto empieza por respetarse en primer término a sí mismo, en ser consciente de cuál es la labor del “docente” más que del profesor y todo lo que ello implica y eso sí que no lo mide ninguna oposición ni se impone mediante ningún decreto.
Y lo que no pueden hacer los padres es trasladar al colegio lo que son sus responsabilidades. Si hay alumnos que no respetan las normas del colegio, a los profesores, a sus compañeros… ¿están siendo educados en estos y otros valores en su casa? Porque no deberemos exigir a los demás lo que nosotros somos incapaces de conseguir.
Dejemos de una vez de echarnos la culpa unos a otros y conformemos una verdadera comunidad escolar donde todos cumplan con sus responsabilidades.
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