viernes, septiembre 19, 2008

LA ENTREVISTA CON DANIEL PENNAC, ESCRITOR ''Basta un solo profesor para salvarnos''

LA ENTREVISTA CON DANIEL PENNAC, ESCRITOR

Daniel Pennac: ''Basta un solo profesor para salvarnos''

El superventas francés confiesa que fue un pésimo estudiante en Mal de escuela (Mondadori), un alegato en favor de la educación que obtuvo el Premio Renaudot 2007 NÚRIA MARTORELL

--Fue usted un zote, una nulidad escolar.
--Un cancre, sí. En francés la palabra cancre está emparentada con cangrejo, ese animal que camina lento y de lado. Pero también está próxima a la idea de cáncer, de algo de lo que uno no se desembaraza con facilidad.

--¿Un mal ambiente?
--No. Hijo de la burguesía, con tres hermanos bachilleres, sin casos de alcoholismo, alimentación sana, sobremesas risueñas y cultas. No había fundamento histórico ni razón sociológica para ser una nulidad. Simplemente, lo era.

--Desasosegante.
--Recuerdo sentir vergüenza y furia. Iba a la escuela aterrado por la reacción de los profesores al comprobar que no había hecho los deberes y volvía avergonzado por decepcionar a mis padres. Y la vergüenza y el miedo se metamorfosean pronto en cólera. Todo fracaso escolar origina comportamientos de compensación que llevan a los chicos a convertirse en pasotas y violentos. Y a mentir. Yo, si no hacía los deberes porque no entendía el enunciado, mentía.

--Le metieron en un internado.
--Fue una solución al pánico familiar. Estuve interno siete años. Toda la infancia y la adolescencia. El internado tenía su lado penoso, pero lo bueno es que debía rendir cuentas a un solo interlocutor a la vez. En invierno, a los profesores, y durante las vacaciones, a mis padres. ¡No tenía que mentir a todo el mundo!

--Pese a su mal expediente, leía.
--Para mi generación, la lectura no fue algo excepcional. A los 14 años los libros me permitían sentirme en otra parte. Y me llevaron a la escritura. En el internado nos confiscaban las novelas. Las escondía y, en vez de hacer los deberes, escribía la continuación de la novela de Dumas que estaba leyendo. Luego comparaba los finales, y ganaba Dumas, ja, ja.

--¿Lo ve? Eso ya es algo.
--Pero repetí cuatro veces la selectividad, ¿eh? Un día, ante la evidencia de mi desdicha, mi padre entró en mi habitación y me dijo: "El suicidio es una imprudencia, ¿eh, hijo?".

--La redención llegó de la mano de una mujer.
--De una mujer bella e inteligente que, extrañamente, se interesó por mí. Contrariamente a lo que digan, el amor nos vuelve inteligentes. A los 18 años ella me libró de la convicción de mi idiotez. Pero también hubo un gran profesor de Matemáticas, una profesora de Historia que creó una depresión atmosférica que nos arrastró a unos cuantos, y otro de Filosofía, escéptico e irónico, que nos dejaba zumbando de preguntas. Ellos me rescataron del fondo de mi desaliento.

--¿Qué tenían ellos que no tuvieran los otros?
--Estaban poseídos por la pasión comunicativa de su materia. Con ellos sentí que el saber se encarnaba en mi corazón. El entusiasmo cura el miedo y fomenta el deseo de saber.

--También usted fue profe.
--De instituto. En vez de imponer lecturas, leía a mis alumnos trozos de libros. Eso evitaba su miedo al comentario del texto y les abría el apetito de seguir leyendo.

--Sin embargo, dejó las aulas.
--La directora con la que trabajé durante 15 años se retiró. Pasé 10 minutos con su sucesor y me dije que ya no tenía edad para educarle. No fueron los chicos, no. De hecho, casi cada semana estoy en una escuela.

--No se ofenda, señor Pennac, pero el suyo es un caso excepcional.
--He tenido mucha suerte. Pero aun hoy, cuando escribo, sigue viniendo el fracasado escolar que fui a desalentarme. Me dice al oído: "¿Quién te has creído que eres?".

--Los adolescentes de la banlieue lo tienen más crudo.
--Depende del centro en el que estudien.

--En uno privado seguro que no.
--Los chavales que salen en la película Entre los muros, premiada en Cannes, no tienen gran cosa que esperar. Pero estoy convencido de que basta un solo profesor excepcional para salvarnos. ¡Ese es el milagro!

--El caso es que están mal considerados y peor pagados.
--A riesgo de parecer moralista, creo que en la pedagogía debe haber un sentimiento de deber. Pero lo tienen difícil... Vivimos en una sociedad escindida entre el deseo y la necesidad. Los profesores se dirigen a las necesidades --leer, escribir, razonar--, y el resto de la sociedad se contenta con satisfacer sus deseos superficiales: la ropa, el móvil, el ordenador.

--¿Y los abrumados y afligidos padres, qué?
--Sobre todo, los padres no deben comunicar sus miedos. De hecho, es lo que proyectan cuando expresan su temor por el futuro de sus hijos.

--Una curiosidad: ¿su madre ya está más tranquila?
--Mi madre, a los 102 años, sigue preguntándome qué hago en la vida y, acto seguido, si ya tengo piso, ja, ja. Y yo le digo que no se preocupe.

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