Religión revisitada. JOAN SUBIRATS. EL PAÍS - 10-01-2008
Estamos entrando en la campaña electoral de una manera extraña. El liderazgo de la derecha ha pasado del PP a los cardenales irredentos, en un intento de que la contienda electoral se dirima en términos de valores, religión y modelo familiar, para así modificar los campos de influencia clásicos de las distintas fuerzas políticas, generando un eje de confrontación de carácter moral. Estamos en pleno revival religioso. Y se busca agitar las propias bases fundacionales de las democracias contemporáneas, caracterizadas por la laicidad institucional. Lo acaba de decir Fraga: "España es cristiana, es católica". Y lo dijo Sarkozy, de manera bastante más articulada, hace unas semanas al tomar posesión de su cargo de canónigo de honor en San Juan de Letrán (antes de su visita a Disneyworld y de su viaje a Egipto y Jordania). Afirmó Sarkozy que "las raíces de Francia son esencialmente cristianas", para remachar que no se puede hacer buena política "sin trascendencia" y pedir disculpas al clero francés por sus "sacrificios". Declaraciones insólitas de un presidente francés, tras una larga tradición republicana de considerar la religión como un tema estrictamente privado. El discurso mereció un artículo en Le Monde, en el que se afirmaba que Sarkozy quería devolver la religión al centro de la vida política.
Nosotros no hemos tenido la ley francesa de 1905 que establecía la radical separación de las iglesias y el Estado, ley que fue calificada por Chirac de "monumento inviolable". Más bien estamos padeciendo de nuevo la pesada carga de una transición mal resuelta en muchos aspectos y que nos sigue obligando a contaminaciones indeseadas entre creencias religiosas y vida política. Pero es evidente que la hegemonía en todo el mundo del pensamiento teocon en la escena política de la derecha es abrumadora. El último libro de Susan George (El pensamiento secuestrado, Icaria, 2007) refleja de manera documentada el premeditado asalto a múltiples instancias de pensamiento y acción desde las élites conservadoras estadounidenses, utilizando centros de pensamiento, organizaciones caritativas, medios de comunicación y cualquier otro medio que logre establecer los marcos cognitivos en los que situar posteriormente cualquier debate político. Es evidente el sesgo religioso en muchos de los candidatos republicanos en la actual campaña presidencial. Se usa una mezcla de creacionismo, de identificación de la nación americana como la salvaguardia de los valores morales occidentales, y la combinación de que tener éxito en la vida es tener exito en los negocios, y de que la desigualdad es simplemente algo natural. Mientras que, a los que no logran salir adelante, siempre les quedará el consuelo de la caridad y la escapatoria de los ritos emocionales y religiosos que ayudan a sobrevivir y a soportar pésimas condiciones de vida, horarios extenuantes o cuentas siempre en rojo. Como afirma George, "la religión es mucho más gratificante que la penosa realidad de la clase trabajadora e incluso de la clase media en Estados Unidos y proporciona una sensación de pertenencia que no roza ninguna otra institución".
¿Sucede algo parecido en España? No parece que el nivel de filantropía de las fortunas de este país sea comparable al de algunos norteamericanos, ni tampoco que haya tantos espacios libres de articulación social como existen en Estados Unidos para desencadenar ese ataque brutal a las bases de la racionalidad contemporánea. Pero, repasando los textos del Grupo de Estudios Estratégicos (vinculado estrechamente a José María Aznar), encontramos frases del tipo "la pervivencia de nuestros sistemas democráticos depende de nuestra capacidad para expandir la libertad en el mundo", "creemos en la superioridad de los valores (...) que han fundado nuestra civilización occidental", "la amenaza requiere una respuesta contundente por parte de Occidente", " al relativismo moral y la pérdida de los valores esenciales (...) una alianza global del conjunto de los de países libres". Las resonancias con los "marcos cognitivos" (siguiendo a George Lakoff y su popular "no pienses en los elefantes") que han utilizado con éxito los neoconservadores estadounidenses son evidentes.
La cúpula de la Iglesia española ha concentrado sus cañones dialécticos en la identificación del Gobierno de Zapatero con la disolución de valores esenciales del pensamiento católico, valores del tipo: "matrimonio es unión para siempre de hombre y mujer", "la mujer es la base de la familia", "la familia es indisoluble y es la gran fábrica de transmisión y conservación de valores", "la procreación es sagrada e inviolable", "los homosexuales son personas desviadas y que merecen comprensión, pero no reconocimiento". Tratan de que su visión sesgada de los valores, de la moral, de las costumbres y de la familia sea identificada como la visión natural, tradicional, española. Y tienen detrás el peso del Vaticano, preocupado por las consecuencias en Europa del (mal) ejemplo español. No podemos sensatamente dejar que este tipo de cuestiones se conviertan en el centro de la polémica sobre el futuro del país, cuando tenemos tantos temas fundamentales planteados: cuál es el papel del trabajo en nuestra sociedad; quién es ciudadano; cómo afrontar las cuestiones del cuidado entre personas sin retroceder en la autonomía personal conquistada; cómo combinar autonomía personal, igualdad y reconocimiento de la diversidad, que son los valores básicos de la contemporaneidad; si es realmente compatible a medio plazo la deriva actual del capitalismo con la salvaguardia del mundo y de la humanidad. Necesitamos nuestro propio marco cognitivo de valores. Valores en los que creer, valores que defender.
Estamos entrando en la campaña electoral de una manera extraña. El liderazgo de la derecha ha pasado del PP a los cardenales irredentos, en un intento de que la contienda electoral se dirima en términos de valores, religión y modelo familiar, para así modificar los campos de influencia clásicos de las distintas fuerzas políticas, generando un eje de confrontación de carácter moral. Estamos en pleno revival religioso. Y se busca agitar las propias bases fundacionales de las democracias contemporáneas, caracterizadas por la laicidad institucional. Lo acaba de decir Fraga: "España es cristiana, es católica". Y lo dijo Sarkozy, de manera bastante más articulada, hace unas semanas al tomar posesión de su cargo de canónigo de honor en San Juan de Letrán (antes de su visita a Disneyworld y de su viaje a Egipto y Jordania). Afirmó Sarkozy que "las raíces de Francia son esencialmente cristianas", para remachar que no se puede hacer buena política "sin trascendencia" y pedir disculpas al clero francés por sus "sacrificios". Declaraciones insólitas de un presidente francés, tras una larga tradición republicana de considerar la religión como un tema estrictamente privado. El discurso mereció un artículo en Le Monde, en el que se afirmaba que Sarkozy quería devolver la religión al centro de la vida política.
Nosotros no hemos tenido la ley francesa de 1905 que establecía la radical separación de las iglesias y el Estado, ley que fue calificada por Chirac de "monumento inviolable". Más bien estamos padeciendo de nuevo la pesada carga de una transición mal resuelta en muchos aspectos y que nos sigue obligando a contaminaciones indeseadas entre creencias religiosas y vida política. Pero es evidente que la hegemonía en todo el mundo del pensamiento teocon en la escena política de la derecha es abrumadora. El último libro de Susan George (El pensamiento secuestrado, Icaria, 2007) refleja de manera documentada el premeditado asalto a múltiples instancias de pensamiento y acción desde las élites conservadoras estadounidenses, utilizando centros de pensamiento, organizaciones caritativas, medios de comunicación y cualquier otro medio que logre establecer los marcos cognitivos en los que situar posteriormente cualquier debate político. Es evidente el sesgo religioso en muchos de los candidatos republicanos en la actual campaña presidencial. Se usa una mezcla de creacionismo, de identificación de la nación americana como la salvaguardia de los valores morales occidentales, y la combinación de que tener éxito en la vida es tener exito en los negocios, y de que la desigualdad es simplemente algo natural. Mientras que, a los que no logran salir adelante, siempre les quedará el consuelo de la caridad y la escapatoria de los ritos emocionales y religiosos que ayudan a sobrevivir y a soportar pésimas condiciones de vida, horarios extenuantes o cuentas siempre en rojo. Como afirma George, "la religión es mucho más gratificante que la penosa realidad de la clase trabajadora e incluso de la clase media en Estados Unidos y proporciona una sensación de pertenencia que no roza ninguna otra institución".
¿Sucede algo parecido en España? No parece que el nivel de filantropía de las fortunas de este país sea comparable al de algunos norteamericanos, ni tampoco que haya tantos espacios libres de articulación social como existen en Estados Unidos para desencadenar ese ataque brutal a las bases de la racionalidad contemporánea. Pero, repasando los textos del Grupo de Estudios Estratégicos (vinculado estrechamente a José María Aznar), encontramos frases del tipo "la pervivencia de nuestros sistemas democráticos depende de nuestra capacidad para expandir la libertad en el mundo", "creemos en la superioridad de los valores (...) que han fundado nuestra civilización occidental", "la amenaza requiere una respuesta contundente por parte de Occidente", " al relativismo moral y la pérdida de los valores esenciales (...) una alianza global del conjunto de los de países libres". Las resonancias con los "marcos cognitivos" (siguiendo a George Lakoff y su popular "no pienses en los elefantes") que han utilizado con éxito los neoconservadores estadounidenses son evidentes.
La cúpula de la Iglesia española ha concentrado sus cañones dialécticos en la identificación del Gobierno de Zapatero con la disolución de valores esenciales del pensamiento católico, valores del tipo: "matrimonio es unión para siempre de hombre y mujer", "la mujer es la base de la familia", "la familia es indisoluble y es la gran fábrica de transmisión y conservación de valores", "la procreación es sagrada e inviolable", "los homosexuales son personas desviadas y que merecen comprensión, pero no reconocimiento". Tratan de que su visión sesgada de los valores, de la moral, de las costumbres y de la familia sea identificada como la visión natural, tradicional, española. Y tienen detrás el peso del Vaticano, preocupado por las consecuencias en Europa del (mal) ejemplo español. No podemos sensatamente dejar que este tipo de cuestiones se conviertan en el centro de la polémica sobre el futuro del país, cuando tenemos tantos temas fundamentales planteados: cuál es el papel del trabajo en nuestra sociedad; quién es ciudadano; cómo afrontar las cuestiones del cuidado entre personas sin retroceder en la autonomía personal conquistada; cómo combinar autonomía personal, igualdad y reconocimiento de la diversidad, que son los valores básicos de la contemporaneidad; si es realmente compatible a medio plazo la deriva actual del capitalismo con la salvaguardia del mundo y de la humanidad. Necesitamos nuestro propio marco cognitivo de valores. Valores en los que creer, valores que defender.
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