JAVIER LAFUENTE - Madrid EL PAÍS - España - 04-11-2007
"Bajo una nueva apariencia de falso humanitarismo y fingida compasión, se desarrolla una nueva ofensiva de insidias y calumnias contra España, de la que es promotor y activo agente el comunismo internacional el cual, en efecto, trata de tergiversar los hechos glorificando como mártires de una ideología política a criminales vulgares y comunes".
Remedios Montero suspira mientras escucha cómo alertaba Franco a la opinión pública el 1 de marzo de 1942. Se lleva las manos a la cabeza cuando recuerda que durante muchos años ha sido tachada de criminal, bandolera o asesina. "Y yo, simplemente, era una persona que resistió al régimen: una guerrillera", dice orgullosa.
A sus 81 años, Reme esperaba que la Ley de Memoria Histórica -aprobada el miércoles en el Congreso- reconocería por fin a los combatientes antifranquistas. Para su disgusto, el recuerdo a los maquis no pasa del preámbulo. "Se ha perdido la oportunidad de dejar claro que no fuimos bandoleros; nunca ningún Gobierno se ha acordado de nosotros", dice resignada.
A Reme no le gusta malgastar el tiempo en lamentos. Prefiere rememorar su época de guerrillera. Primero apoyó al Maquis desde casa. Hasta que en 1949 decidió echarse al monte y pasó a ser Celia, una de las pocas mujeres de la Agrupación Guerrillera del Levante y Aragón (AGLA). La aventura duró tres años. Y recordarla, dice, es una forma de resistir. "Es lo único que podemos hacer hasta que muramos; la rabia por todo lo que nos hicieron no nos la puede quitar ninguna ley, con o sin reconocimiento".
Sentada en el salón de su humilde casa en Valencia, Reme sonríe cuando se le pregunta si se acuerda de la vida en el monte. "Eso jamás se olvida; fueron años muy duros, tenías que dormir en el suelo, vestida, porque en cualquier momento llegaban los nacionales y tenías que huir. Sólo te podías lavar en los ríos. Entonces creía imposible vivir en peores condiciones, pero el paso de los años "te hace darte de bruces con la realidad". Su marido, Florián García, Grande, también guerrillero, está a sus 90 años preso de una batalla "más dura que la guerra: la pérdida de la memoria". Ella está perdiendo vista, lo que le impide disfrutar de uno de sus mayores placeres: la lectura.
La Ley de Memoria reconoce "a quienes en distintos momentos lucharon por la defensa de los valores democráticos, como los integrantes del Cuerpo de Carabineros, los brigadistas, los combatientes guerrilleros...". Una mención que, según Reme, "llega tarde". Y se queda corta, porque en todo el texto no hay ni una sola referencia más a los guerrilleros. Sólo en el artículo 2 se puede leer: "Se declara el carácter radicalmente injusto de todas las condenas, sanciones y cualesquiera formas de violencia personal producidas por razones políticas, ideológicas o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil, así como las sufridas por las mismas causas durante la dictadura". Entre los benefactores se menciona a los "grupos de resistencia". "¿Qué grupos son esos? ¿En cuáles me incluyo yo?", se pregunta desde Borja (Zaragoza) José Manuel Montorio, de 86 años. Exiliado en Francia desde que acabó la Guerra Civil, volvió a España en 1945 y enseguida ingresó en la AGLA. Pasó siete años en el monte. Fue el encargado de evacuar hacia Francia, en 1952, a sus compañeros de agrupación. Su experiencia, afirma Montorio, le carga de razones "para exigir un reconocimiento mayor de la lucha contra la dictadura, que fue una causa justa".
La mayor obsesión de los guerrilleros es conseguir que no se menosprecie su lucha tratándoles de bandoleros. Esa palabra les suena a insulto. "Tampoco fuimos asesinos; claro que matamos gente, pero fue en defensa propia, no podíamos permitirnos el lujo de tener un delator".
En los montes españoles ya se escondían guerrilleros durante la Guerra Civil, e incluso antes, aunque no fue hasta apenas un año antes de concluir la II Guerra Mundial, en 1944, cuando se hizo más sólida. El Maquis se aferró a la esperanza de que, tras Hitler, Franco sería el siguiente en caer. Ese año, ex combatientes republicanos que se incorporaron a la resistencia francesa volvieron a España. Es el caso de Montorio, quien recuerda que por mucha organización que hubiese en el monte, la desigualdad con las tropas nacionales era abrumadora. "Yo me pasé siete años con unas 800 balas; en un combate de 10 minutos te arriesgabas a quedarte sin ninguna. Fue una lucha imposible".
Fue esa desigualdad la que obligó, en 1952, a poner final a la lucha. Derrotados, los maquis abandonaron la montaña, pero su corazón nunca se rindió.
En un despacho que CC OO de Barcelona ha cedido a los ex presos políticos, Lluís Martí Bielsa muestra con orgullo la Cruz de Sant Jordi que otorgó la Generalitat de Barcelona a la asociación. Es igual que la que le concedieron a él hace un año por su implicación contra el fascismo "desde los 14 años hasta la actualidad". La condecoración le llegó a los 85 años. "Que nadie se confunda. A mí me dan importancia ahora porque no quedan más; no he sido importante ni en la guerra ni con Franco, sólo cuando me he hecho viejo".
Martí Bielsa, con una verborrea desbordante, da quizás en el clavo de por qué no se ha dado un mayor reconocimiento a los maquis: "Al guerrillero no se le reconoce porque es una figura popular, que no está registrada como un ente en la sociedad, una figura que actúa en un momento concreto y que luego desaparece. Y que, no olvidemos, fue objeto de barbaridades, aunque estuvieran justificadas".
Ese olvido de las Administraciones es inversamente proporcional, dicen, al de la gente, que nunca ha olvidado su causa. A fin de cuentas, dice Montorio, siendo exiliado, "siempre pensaba aquello de 'volveré y seré millones': he vuelto y soy millones, las personas que nos apoyan".
Remedios Montero suspira mientras escucha cómo alertaba Franco a la opinión pública el 1 de marzo de 1942. Se lleva las manos a la cabeza cuando recuerda que durante muchos años ha sido tachada de criminal, bandolera o asesina. "Y yo, simplemente, era una persona que resistió al régimen: una guerrillera", dice orgullosa.
A sus 81 años, Reme esperaba que la Ley de Memoria Histórica -aprobada el miércoles en el Congreso- reconocería por fin a los combatientes antifranquistas. Para su disgusto, el recuerdo a los maquis no pasa del preámbulo. "Se ha perdido la oportunidad de dejar claro que no fuimos bandoleros; nunca ningún Gobierno se ha acordado de nosotros", dice resignada.
A Reme no le gusta malgastar el tiempo en lamentos. Prefiere rememorar su época de guerrillera. Primero apoyó al Maquis desde casa. Hasta que en 1949 decidió echarse al monte y pasó a ser Celia, una de las pocas mujeres de la Agrupación Guerrillera del Levante y Aragón (AGLA). La aventura duró tres años. Y recordarla, dice, es una forma de resistir. "Es lo único que podemos hacer hasta que muramos; la rabia por todo lo que nos hicieron no nos la puede quitar ninguna ley, con o sin reconocimiento".
Sentada en el salón de su humilde casa en Valencia, Reme sonríe cuando se le pregunta si se acuerda de la vida en el monte. "Eso jamás se olvida; fueron años muy duros, tenías que dormir en el suelo, vestida, porque en cualquier momento llegaban los nacionales y tenías que huir. Sólo te podías lavar en los ríos. Entonces creía imposible vivir en peores condiciones, pero el paso de los años "te hace darte de bruces con la realidad". Su marido, Florián García, Grande, también guerrillero, está a sus 90 años preso de una batalla "más dura que la guerra: la pérdida de la memoria". Ella está perdiendo vista, lo que le impide disfrutar de uno de sus mayores placeres: la lectura.
La Ley de Memoria reconoce "a quienes en distintos momentos lucharon por la defensa de los valores democráticos, como los integrantes del Cuerpo de Carabineros, los brigadistas, los combatientes guerrilleros...". Una mención que, según Reme, "llega tarde". Y se queda corta, porque en todo el texto no hay ni una sola referencia más a los guerrilleros. Sólo en el artículo 2 se puede leer: "Se declara el carácter radicalmente injusto de todas las condenas, sanciones y cualesquiera formas de violencia personal producidas por razones políticas, ideológicas o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil, así como las sufridas por las mismas causas durante la dictadura". Entre los benefactores se menciona a los "grupos de resistencia". "¿Qué grupos son esos? ¿En cuáles me incluyo yo?", se pregunta desde Borja (Zaragoza) José Manuel Montorio, de 86 años. Exiliado en Francia desde que acabó la Guerra Civil, volvió a España en 1945 y enseguida ingresó en la AGLA. Pasó siete años en el monte. Fue el encargado de evacuar hacia Francia, en 1952, a sus compañeros de agrupación. Su experiencia, afirma Montorio, le carga de razones "para exigir un reconocimiento mayor de la lucha contra la dictadura, que fue una causa justa".
La mayor obsesión de los guerrilleros es conseguir que no se menosprecie su lucha tratándoles de bandoleros. Esa palabra les suena a insulto. "Tampoco fuimos asesinos; claro que matamos gente, pero fue en defensa propia, no podíamos permitirnos el lujo de tener un delator".
En los montes españoles ya se escondían guerrilleros durante la Guerra Civil, e incluso antes, aunque no fue hasta apenas un año antes de concluir la II Guerra Mundial, en 1944, cuando se hizo más sólida. El Maquis se aferró a la esperanza de que, tras Hitler, Franco sería el siguiente en caer. Ese año, ex combatientes republicanos que se incorporaron a la resistencia francesa volvieron a España. Es el caso de Montorio, quien recuerda que por mucha organización que hubiese en el monte, la desigualdad con las tropas nacionales era abrumadora. "Yo me pasé siete años con unas 800 balas; en un combate de 10 minutos te arriesgabas a quedarte sin ninguna. Fue una lucha imposible".
Fue esa desigualdad la que obligó, en 1952, a poner final a la lucha. Derrotados, los maquis abandonaron la montaña, pero su corazón nunca se rindió.
En un despacho que CC OO de Barcelona ha cedido a los ex presos políticos, Lluís Martí Bielsa muestra con orgullo la Cruz de Sant Jordi que otorgó la Generalitat de Barcelona a la asociación. Es igual que la que le concedieron a él hace un año por su implicación contra el fascismo "desde los 14 años hasta la actualidad". La condecoración le llegó a los 85 años. "Que nadie se confunda. A mí me dan importancia ahora porque no quedan más; no he sido importante ni en la guerra ni con Franco, sólo cuando me he hecho viejo".
Martí Bielsa, con una verborrea desbordante, da quizás en el clavo de por qué no se ha dado un mayor reconocimiento a los maquis: "Al guerrillero no se le reconoce porque es una figura popular, que no está registrada como un ente en la sociedad, una figura que actúa en un momento concreto y que luego desaparece. Y que, no olvidemos, fue objeto de barbaridades, aunque estuvieran justificadas".
Ese olvido de las Administraciones es inversamente proporcional, dicen, al de la gente, que nunca ha olvidado su causa. A fin de cuentas, dice Montorio, siendo exiliado, "siempre pensaba aquello de 'volveré y seré millones': he vuelto y soy millones, las personas que nos apoyan".
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