Pederastas: mucho ruido y poca cárcel. Internet ha multiplicado las oportunidades de los pedófilos. Pero sólo 30 de los 1.000 detenidos por posesión y tráfico de pornografía infantil en los cuatro últimos años están en la cárcel. El resto anda suelto. LUIS GÓMEZ. EL PAÍS - Sociedad - 03-02-2008
Mil pedófilos han sido detenidos en España en los cuatro últimos años. Sólo 30 están en la cárcel. Es una cifra muy elevada con resultado frustrante porque no se comprende que este tipo de personas circule libremente por las calles cerca de nuestros hijos. Sin embargo, el fenómeno de la pornografía infantil y sus consecuencias no despierta alarma social porque no hay una comprensión exacta del problema. La creencia de que el pedófilo es un personaje turbio, marginal, que sufre su trastorno sexual en soledad, es inexacta. El pedófilo es una persona integrada en la sociedad, es padre de familia y tiene un trabajo cualificado. Cuando actúa, conoce a sus víctimas. Cada vez es más joven. Y, además, ya no está ni se siente solo. La progresión de la pornografía infantil (y con ella, de la pedofilia) tiene todas las características de una plaga, que es la percepción que tiene tanto la policía como las organizaciones que luchan contra esta lacra: la mera reforma del código penal español en 2003 (considerada insuficiente) y el refuerzo de las plantillas policiales que combaten este delito ha propiciado que las estadísticas se disparen y aflore la verdadera dimensión del problema. En 2003 se detuvo a 84 personas, en 2007 la cifra empieza a ser significativa: 677. En los cuatro últimos años, los detenidos suman 974. Con las últimas detenciones de enero de 2008, se supera el millar.
La epidemia puede llegar a nuestras casas. ¿Qué seguridad tiene usted de que su hijo o hija no esté en contacto con un pedófilo a través de Internet? Ninguna. Quizás si observa que el niño está cambiando de humor, duerme mal, pierde el apetito o llora por cualquier cosa deba preguntarle si se relaciona con amigos por Internet y si los conoce. Una niña asturiana de 13 años mostraba esos síntomas, agravados finalmente por un intento de suicidio. El origen de sus males estaba en el ordenador. Un adulto desde Brasil la estaba acosando.
Todo había comenzado de forma inocente, como empiezan estas cosas, porque entre las características generales de los 12 perfiles del pedófilo está la de ser hombres integrados en la sociedad, con familia, con estudios, conscientes de lo que hacen y, en algunos casos, con una extremecedora capacidad seductora. Aquel adulto desde Brasil se presentó en el chat como un chico de 13 años, simpático y agradable. Tuvo paciencia para esperar su momento, se ganó la confianza de la muchacha, consiguió una foto suya, utilizó un programa para arrebatarle su contraseña y su lista de contactos, entre ellos las direcciones de correo de sus amigos y compañeros de clase. Y, a partir de entonces, comenzó el acoso. El fenómeno se conoce como grooming. Bajo la amenaza de que contaría sus secretos a sus amigos, le pidió una foto provocativa. Las peticiones fueron creciendo y el chantaje también.
El riesgo es palpable porque el acceso a la pornografía infantil no es complicado. No requiere especiales conocimientos de navegación por Internet. Es tan sencillo como abrir el navegador Google y buscar. Las propias páginas de sexo tradicional conducen inevitablemente a esos lugares tenebrosos, donde se empieza por niños en pose provocativa imitando las imágenes de los adultos. El paso siguiente son los desnudos y luego empieza a venir todo lo demás: el sexo explícito. Unas páginas conducen a otras, los enlaces viajan hacia foros y comunidades, donde el nivel es cada vez más elevado, los menores son más pequeños y las imágenes más duras. En esas estaciones, aparece el intercambio de fotos, el contacto con otros pedófilos, la exigencia de imágenes exclusivas, el rincón último en el que un niño de siete años resulta "viejo" para el apetito de esta gente y se busca más, más dureza a más tierna edad.
Hay foros de pedófilos que se autocalifican como legales o limpios. Curiosa circunstancia. En esos lugares, los internautas prescinden de las fotos aberrantes y adoptan un aire reivindicativo. Se acompañan de apodos delicados y fotos de niños angelicales para justificarse, para darse consejos unos a otros de cómo evitar la vigilancia en la Red, para defenderse de los ataques de quienes no entienden el "amor de los mayores por los pequeños". Se sienten incomprendidos, elogian la relación consentida con menores en la antigua Grecia, comentan sus fantasías, expresan sus sentimientos hacia chicos que conocen, ese vecino, ese alumno tan encantador y hasta reprochan a sus padres (en el foro naturalmente) que no estén preparados para admitir lo mucho que él "puede enseñarle a su hijo".
No se califican a sí mismos como pedófilos. Ahora son Boy Lovers. O más resumido BL, como si fuera una imagen de marca. Hasta en ese punto se sienten fuertes.
Luego están los otros foros, los de la verdad desnuda, sin tapujos, los del más puro intercambio, los más salvajes en el uso del lenguaje, un lugar donde las imágenes y las palabras ponen los pelos de punta.
Por ejemplo, las risas de algunos.
-Je, je, je, ese material no me vale, es viejo, son mayores. ¿Quieres de tres años?
David es un cibercentinela. Cada noche después de cenar se coloca delante de su ordenador e inicia una búsqueda de páginas y foros. Es una disciplina que dura, al menos, dos horas. Es uno de los 300 voluntarios activos que colaboran para Protegeles.com, una organización española financiada por la Comisión Europea dedicada a combatir la pornografía infantil y el abuso de menores. Hay 25 organizaciones en Europa y una media docena en España que se interesan por este asunto. La utilización de este tipo de voluntarios tiene su importancia: son aliados muy valorados por las Fuerzas de Seguridad a la hora de descubrir este tipo de páginas y perseguir a quienes se ocultan tras ellas. De las 1.500 denuncias anuales que llegan a esta asociación, entre un 12% y un 15% terminan siendo efectivas y permiten a la policía rastrear información útil. Los cibercentinelas, que hacen las veces de investigadores privados, tienen una ventaja sobre la policía: pueden actuar como infiltrados.
La policía no puede hacerlo. No puede intercambiar archivos de imágenes porque estaría cometiendo un delito, ni puede actuar como un hacker, en este caso denominados hacker blancos, por el mismo motivo. Son los inconvenientes de una legislación penal demasiado garantista: en otros países de nuestro entorno, la policía puede utilizar estos métodos.
Un colega de David, que no puede facilitar su nombre por razones obvias, actúa sin escrúpulos: "Cuando encuentro uno de esos foros, trato de buscar sus puntos vulnerables. Si los encuentro les envío el virus correspondiente, los destruyo y me entra un subidón".
Los cibercentinelas buscan páginas o direcciones de correo sospechosas. Una vez obtenido el dato, la policía se encarga del resto. Pedirá una autorización al juez para identificar desde dónde opera el ordenador y comenzará la investigación. El cómo se haya obtenido la información no importa. Son denunciantes anónimos. Lo importante es cazarlos.
La policía tiene un trabajo más amplio. Detrás de los millones de fotos e imágenes de menores que circulan por Internet hay víctimas sin identificar. 60 de las 600 víctimas infantiles identificadas en Europa por la Interpol son españolas. La Brigada de Delitos Tecnológicos del Cuerpo Nacional de Policía es el grupo más activo a la hora de investigar hasta sus últimas consecuencias. No se detiene en la mera captura de los culpables.
Ese fue el caso de la operación Doha, que motivó la detención de tres pedófilos que habían producido 23 películas abusando de nueve menores, dos de 7 y 9 años, siete entre 1 y 3 años. Los tres tenían como apodos Nanysex, Todd y Aza, residían en Murcia, Vigo y Barcelona. Eran hombres jóvenes, integrados, uno de ellos con estudios universitarios, otro con un nivel de ingresos económicos elevado. Se relacionaron en un foro y su deseo de compartir experiencias más fuertes les llevó a conocerse personalmente. Uno de ellos trabajaba como canguro, se anunciaba en las poblaciones donde vivía (una era Collado Villalba, un pueblo de la sierra de Madrid). También gestionaba un cibercafé. Por esos medios, seleccionaba a sus víctimas entre niños muy pequeños. Una niña era la hija de la asistenta que limpiaba su domicilio. Otros, hijos de clientes que contrataban sus servicios o vecinos del cibercafé. En las grabaciones, uno de los tres amigos grababa las imágenes mientras el otro cometía la violación. El apodado Todd ha sido recientemente reclamado por el FBI: se le atribuye la violación de un menor en Estados Unidos. Hasta allí viajó para obtener las imágenes de su propia actuación.
Las 60 víctimas españolas identificadas corresponden a menores que viven en un entorno normal. Ese es otro estereotipo que hay que erradicar. No son hijos de familias desestructuradas ni menores explotados por sus padres. Los padres desconocían lo que estaba pasando, entre otras cosas porque el abusador se movía en el entorno familiar, era alguien conocido, un profesor, un canguro, un monitor, un amigo de la familia. Ése es el perfil. Ése es el peligro.
"Los manuales de psiquiatría describen hasta 12 tipos de pedófilos", dice Guillermo Cánovas, presidente de Protegeles.com. "Los estudios señalan que el 90% de los pedófilos son varones, que suelen tener más edad que los violadores de mujeres adultas, tienen trabajos más cualificados que éstos, están integrados en la sociedad, con frecuencia están casados, en el 85% de los casos conocen a su víctima, no tienen antecedentes y en un 68% de los casos son padres". Según la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos, hay un tipo de pedófilo que es especialmente peligroso, el denominado "pedófilo preferencial seductor", que "pretende la acción sobre el niño a través de la seducción, el convencimiento y la manipulación del menor", según señala ese estudio. "Precisa de un cierto grado de complicidad o silencio por parte de su víctima debido a tres razones. Una, que está integrado en la sociedad y quiere seguir estándolo. Dos, que quiere repetir el abuso. Y tres, que sabe lo que hace pero se justifica: "Si no hubiera querido se habría negado", "a los niños les gusta", "me estaba provocando". Estos pedófilos se convencen de que los niños tienen capacidad para aceptar esas relaciones sexuales y les atribuyen características de los adultos.
Internet no sólo les ha puesto en contacto. Desgraciadamente, también ha estimulado otro problema. "Cada vez se dan más casos de gente, sobre todo jóvenes, que llegan a la pedofilia a través de su adicción a las páginas de sexo, tanto heterosexuales como homosexuales", señala Cánovas. "Muchos se reconocen como adictos que necesitan a diario descubrir nuevas imágenes de sexo. Pasan a la zoofilia, a otras parafilias y a través de esa experimentación y en busca de sensaciones cada vez más fuertes llegan a la pornografía infantil".
Se han dado casos de individuos que se dan cuenta de que están rebasando una barrera y piden ayuda. Ése fue el caso de una carta que llegó a una de estas asociaciones: "Empecé a volverme adicto a la pornografía, sobre todo la de Internet y me encontré con la pornografía infantil (...), yo no le he hecho daño a nadie pero comienzo a sentir ese tipo de fantasías y yo no quiero, yo tengo un bebé de año y medio y tengo mucho miedo, esto me carcome gran parte de mi vida... A veces estoy tan mal que he sentido miedo de tener mi familia a mi lado (...) por favor ayúdenme a controlar mi voluntad". Ese hombre estaba casado. Saben que se puso en tratamiento, ayudado por su esposa, pero no conocen el final de esta historia.
Los estereotipos respecto a este problema deben caducar. La policía española ha detenido a 1.000 pedófilos en los últimos cuatro años. Es un dato incontestable. Como lo es también que, según Instituciones Penitenciarias, sólo hay 30 reclusos acusados de este delito en las cárceles españolas, a excepción de Cataluña. La razón de este desequilibrio es muy sencilla: precisamente porque se trata de personas integradas, con domicilio conocido y sin antecedentes penales, obtienen con facilidad la libertad con cargos y eluden, tras el juicio, la estancia en la cárcel: con la reforma del código penal de 2003, se contemplan condenas de 1 a 4 años de cárcel por posesión de pornografía infantil si no hay reincidencia.
Su culpa ha sido la de poseer o distribuir pornografía infantil, pero esa circunstancia no les exime de pertenecer a una de las 12 categorías del pedófilo. Como quiera que los psiquiatras no aseguran que el viaje a la pedofilia tenga billete de ida y vuelta, una buena parte de ellos reincidirá. Quizás, a partir de ahora tengan más cuidado, esmeren las precauciones para que la policía no vuelva a detenerlos. Y junto a estos mil ya detenidos habrá otros, por millares probablemente, que no han sido descubiertos todavía.
Las asociaciones demandan mayor contundencia en las condenas. Solicitan, incluso, que exista un registro de pedófilos. ¿Dónde están?, ¿qué hacen?, ¿reciben algún tratamiento después de haber sido detenidos? Mil pedófilos han vuelto a sus casas y nada se sabe de ellos.
En media docena de casos, el asunto quedó definitivamente cerrado: el pedófilo se suicidó tras la detención. Fue el caso de un profesor de inglés miembro del Opus Dei. Vivía solo pero compartía su vicio con otros. Una tarde, mató a su perro. Luego, tomó el coche y se empotró contra un muro.
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Mil pedófilos han sido detenidos en España en los cuatro últimos años. Sólo 30 están en la cárcel. Es una cifra muy elevada con resultado frustrante porque no se comprende que este tipo de personas circule libremente por las calles cerca de nuestros hijos. Sin embargo, el fenómeno de la pornografía infantil y sus consecuencias no despierta alarma social porque no hay una comprensión exacta del problema. La creencia de que el pedófilo es un personaje turbio, marginal, que sufre su trastorno sexual en soledad, es inexacta. El pedófilo es una persona integrada en la sociedad, es padre de familia y tiene un trabajo cualificado. Cuando actúa, conoce a sus víctimas. Cada vez es más joven. Y, además, ya no está ni se siente solo. La progresión de la pornografía infantil (y con ella, de la pedofilia) tiene todas las características de una plaga, que es la percepción que tiene tanto la policía como las organizaciones que luchan contra esta lacra: la mera reforma del código penal español en 2003 (considerada insuficiente) y el refuerzo de las plantillas policiales que combaten este delito ha propiciado que las estadísticas se disparen y aflore la verdadera dimensión del problema. En 2003 se detuvo a 84 personas, en 2007 la cifra empieza a ser significativa: 677. En los cuatro últimos años, los detenidos suman 974. Con las últimas detenciones de enero de 2008, se supera el millar.
La epidemia puede llegar a nuestras casas. ¿Qué seguridad tiene usted de que su hijo o hija no esté en contacto con un pedófilo a través de Internet? Ninguna. Quizás si observa que el niño está cambiando de humor, duerme mal, pierde el apetito o llora por cualquier cosa deba preguntarle si se relaciona con amigos por Internet y si los conoce. Una niña asturiana de 13 años mostraba esos síntomas, agravados finalmente por un intento de suicidio. El origen de sus males estaba en el ordenador. Un adulto desde Brasil la estaba acosando.
Todo había comenzado de forma inocente, como empiezan estas cosas, porque entre las características generales de los 12 perfiles del pedófilo está la de ser hombres integrados en la sociedad, con familia, con estudios, conscientes de lo que hacen y, en algunos casos, con una extremecedora capacidad seductora. Aquel adulto desde Brasil se presentó en el chat como un chico de 13 años, simpático y agradable. Tuvo paciencia para esperar su momento, se ganó la confianza de la muchacha, consiguió una foto suya, utilizó un programa para arrebatarle su contraseña y su lista de contactos, entre ellos las direcciones de correo de sus amigos y compañeros de clase. Y, a partir de entonces, comenzó el acoso. El fenómeno se conoce como grooming. Bajo la amenaza de que contaría sus secretos a sus amigos, le pidió una foto provocativa. Las peticiones fueron creciendo y el chantaje también.
El riesgo es palpable porque el acceso a la pornografía infantil no es complicado. No requiere especiales conocimientos de navegación por Internet. Es tan sencillo como abrir el navegador Google y buscar. Las propias páginas de sexo tradicional conducen inevitablemente a esos lugares tenebrosos, donde se empieza por niños en pose provocativa imitando las imágenes de los adultos. El paso siguiente son los desnudos y luego empieza a venir todo lo demás: el sexo explícito. Unas páginas conducen a otras, los enlaces viajan hacia foros y comunidades, donde el nivel es cada vez más elevado, los menores son más pequeños y las imágenes más duras. En esas estaciones, aparece el intercambio de fotos, el contacto con otros pedófilos, la exigencia de imágenes exclusivas, el rincón último en el que un niño de siete años resulta "viejo" para el apetito de esta gente y se busca más, más dureza a más tierna edad.
Hay foros de pedófilos que se autocalifican como legales o limpios. Curiosa circunstancia. En esos lugares, los internautas prescinden de las fotos aberrantes y adoptan un aire reivindicativo. Se acompañan de apodos delicados y fotos de niños angelicales para justificarse, para darse consejos unos a otros de cómo evitar la vigilancia en la Red, para defenderse de los ataques de quienes no entienden el "amor de los mayores por los pequeños". Se sienten incomprendidos, elogian la relación consentida con menores en la antigua Grecia, comentan sus fantasías, expresan sus sentimientos hacia chicos que conocen, ese vecino, ese alumno tan encantador y hasta reprochan a sus padres (en el foro naturalmente) que no estén preparados para admitir lo mucho que él "puede enseñarle a su hijo".
No se califican a sí mismos como pedófilos. Ahora son Boy Lovers. O más resumido BL, como si fuera una imagen de marca. Hasta en ese punto se sienten fuertes.
Luego están los otros foros, los de la verdad desnuda, sin tapujos, los del más puro intercambio, los más salvajes en el uso del lenguaje, un lugar donde las imágenes y las palabras ponen los pelos de punta.
Por ejemplo, las risas de algunos.
-Je, je, je, ese material no me vale, es viejo, son mayores. ¿Quieres de tres años?
David es un cibercentinela. Cada noche después de cenar se coloca delante de su ordenador e inicia una búsqueda de páginas y foros. Es una disciplina que dura, al menos, dos horas. Es uno de los 300 voluntarios activos que colaboran para Protegeles.com, una organización española financiada por la Comisión Europea dedicada a combatir la pornografía infantil y el abuso de menores. Hay 25 organizaciones en Europa y una media docena en España que se interesan por este asunto. La utilización de este tipo de voluntarios tiene su importancia: son aliados muy valorados por las Fuerzas de Seguridad a la hora de descubrir este tipo de páginas y perseguir a quienes se ocultan tras ellas. De las 1.500 denuncias anuales que llegan a esta asociación, entre un 12% y un 15% terminan siendo efectivas y permiten a la policía rastrear información útil. Los cibercentinelas, que hacen las veces de investigadores privados, tienen una ventaja sobre la policía: pueden actuar como infiltrados.
La policía no puede hacerlo. No puede intercambiar archivos de imágenes porque estaría cometiendo un delito, ni puede actuar como un hacker, en este caso denominados hacker blancos, por el mismo motivo. Son los inconvenientes de una legislación penal demasiado garantista: en otros países de nuestro entorno, la policía puede utilizar estos métodos.
Un colega de David, que no puede facilitar su nombre por razones obvias, actúa sin escrúpulos: "Cuando encuentro uno de esos foros, trato de buscar sus puntos vulnerables. Si los encuentro les envío el virus correspondiente, los destruyo y me entra un subidón".
Los cibercentinelas buscan páginas o direcciones de correo sospechosas. Una vez obtenido el dato, la policía se encarga del resto. Pedirá una autorización al juez para identificar desde dónde opera el ordenador y comenzará la investigación. El cómo se haya obtenido la información no importa. Son denunciantes anónimos. Lo importante es cazarlos.
La policía tiene un trabajo más amplio. Detrás de los millones de fotos e imágenes de menores que circulan por Internet hay víctimas sin identificar. 60 de las 600 víctimas infantiles identificadas en Europa por la Interpol son españolas. La Brigada de Delitos Tecnológicos del Cuerpo Nacional de Policía es el grupo más activo a la hora de investigar hasta sus últimas consecuencias. No se detiene en la mera captura de los culpables.
Ese fue el caso de la operación Doha, que motivó la detención de tres pedófilos que habían producido 23 películas abusando de nueve menores, dos de 7 y 9 años, siete entre 1 y 3 años. Los tres tenían como apodos Nanysex, Todd y Aza, residían en Murcia, Vigo y Barcelona. Eran hombres jóvenes, integrados, uno de ellos con estudios universitarios, otro con un nivel de ingresos económicos elevado. Se relacionaron en un foro y su deseo de compartir experiencias más fuertes les llevó a conocerse personalmente. Uno de ellos trabajaba como canguro, se anunciaba en las poblaciones donde vivía (una era Collado Villalba, un pueblo de la sierra de Madrid). También gestionaba un cibercafé. Por esos medios, seleccionaba a sus víctimas entre niños muy pequeños. Una niña era la hija de la asistenta que limpiaba su domicilio. Otros, hijos de clientes que contrataban sus servicios o vecinos del cibercafé. En las grabaciones, uno de los tres amigos grababa las imágenes mientras el otro cometía la violación. El apodado Todd ha sido recientemente reclamado por el FBI: se le atribuye la violación de un menor en Estados Unidos. Hasta allí viajó para obtener las imágenes de su propia actuación.
Las 60 víctimas españolas identificadas corresponden a menores que viven en un entorno normal. Ese es otro estereotipo que hay que erradicar. No son hijos de familias desestructuradas ni menores explotados por sus padres. Los padres desconocían lo que estaba pasando, entre otras cosas porque el abusador se movía en el entorno familiar, era alguien conocido, un profesor, un canguro, un monitor, un amigo de la familia. Ése es el perfil. Ése es el peligro.
"Los manuales de psiquiatría describen hasta 12 tipos de pedófilos", dice Guillermo Cánovas, presidente de Protegeles.com. "Los estudios señalan que el 90% de los pedófilos son varones, que suelen tener más edad que los violadores de mujeres adultas, tienen trabajos más cualificados que éstos, están integrados en la sociedad, con frecuencia están casados, en el 85% de los casos conocen a su víctima, no tienen antecedentes y en un 68% de los casos son padres". Según la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos, hay un tipo de pedófilo que es especialmente peligroso, el denominado "pedófilo preferencial seductor", que "pretende la acción sobre el niño a través de la seducción, el convencimiento y la manipulación del menor", según señala ese estudio. "Precisa de un cierto grado de complicidad o silencio por parte de su víctima debido a tres razones. Una, que está integrado en la sociedad y quiere seguir estándolo. Dos, que quiere repetir el abuso. Y tres, que sabe lo que hace pero se justifica: "Si no hubiera querido se habría negado", "a los niños les gusta", "me estaba provocando". Estos pedófilos se convencen de que los niños tienen capacidad para aceptar esas relaciones sexuales y les atribuyen características de los adultos.
Internet no sólo les ha puesto en contacto. Desgraciadamente, también ha estimulado otro problema. "Cada vez se dan más casos de gente, sobre todo jóvenes, que llegan a la pedofilia a través de su adicción a las páginas de sexo, tanto heterosexuales como homosexuales", señala Cánovas. "Muchos se reconocen como adictos que necesitan a diario descubrir nuevas imágenes de sexo. Pasan a la zoofilia, a otras parafilias y a través de esa experimentación y en busca de sensaciones cada vez más fuertes llegan a la pornografía infantil".
Se han dado casos de individuos que se dan cuenta de que están rebasando una barrera y piden ayuda. Ése fue el caso de una carta que llegó a una de estas asociaciones: "Empecé a volverme adicto a la pornografía, sobre todo la de Internet y me encontré con la pornografía infantil (...), yo no le he hecho daño a nadie pero comienzo a sentir ese tipo de fantasías y yo no quiero, yo tengo un bebé de año y medio y tengo mucho miedo, esto me carcome gran parte de mi vida... A veces estoy tan mal que he sentido miedo de tener mi familia a mi lado (...) por favor ayúdenme a controlar mi voluntad". Ese hombre estaba casado. Saben que se puso en tratamiento, ayudado por su esposa, pero no conocen el final de esta historia.
Los estereotipos respecto a este problema deben caducar. La policía española ha detenido a 1.000 pedófilos en los últimos cuatro años. Es un dato incontestable. Como lo es también que, según Instituciones Penitenciarias, sólo hay 30 reclusos acusados de este delito en las cárceles españolas, a excepción de Cataluña. La razón de este desequilibrio es muy sencilla: precisamente porque se trata de personas integradas, con domicilio conocido y sin antecedentes penales, obtienen con facilidad la libertad con cargos y eluden, tras el juicio, la estancia en la cárcel: con la reforma del código penal de 2003, se contemplan condenas de 1 a 4 años de cárcel por posesión de pornografía infantil si no hay reincidencia.
Su culpa ha sido la de poseer o distribuir pornografía infantil, pero esa circunstancia no les exime de pertenecer a una de las 12 categorías del pedófilo. Como quiera que los psiquiatras no aseguran que el viaje a la pedofilia tenga billete de ida y vuelta, una buena parte de ellos reincidirá. Quizás, a partir de ahora tengan más cuidado, esmeren las precauciones para que la policía no vuelva a detenerlos. Y junto a estos mil ya detenidos habrá otros, por millares probablemente, que no han sido descubiertos todavía.
Las asociaciones demandan mayor contundencia en las condenas. Solicitan, incluso, que exista un registro de pedófilos. ¿Dónde están?, ¿qué hacen?, ¿reciben algún tratamiento después de haber sido detenidos? Mil pedófilos han vuelto a sus casas y nada se sabe de ellos.
En media docena de casos, el asunto quedó definitivamente cerrado: el pedófilo se suicidó tras la detención. Fue el caso de un profesor de inglés miembro del Opus Dei. Vivía solo pero compartía su vicio con otros. Una tarde, mató a su perro. Luego, tomó el coche y se empotró contra un muro.
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