Los desmanes del narcisista Álex Rovira EL PAIS SEMANAL - 11-05-2007
Es una enfermedad psicológica individual y cultural cuyas víctimas, más que los propios afectados, son las personas que se relacionan con ellos. Según el mito, Narciso era un bellísimo y vanidoso joven de quien se enamoró la ninfa Eco, a la cual despreció. El dolor por este gesto fue tal que a Eco se le rompió el corazón y murió. Por haberla tratado con tanta crueldad, Némesis, la diosa de la justa revancha, castigó a Narciso haciendo que se enamorase de su propia imagen. Un día, al hallarse inclinado sobre las aguas de un lago, vio su imagen reflejada y se enamoró apasionadamente de su propio reflejo. Embelesado en la contemplación de su propia imagen, al intentar acariciarla, cayó al agua y murió ahogado, convirtiéndose entonces en una flor, el narciso.
En lo individual, el narcisismo es un trastorno de la personalidad caracterizado por una dedicación desmesurada a la imagen que la persona crea de sí misma. Al narcisista le preocupa su apariencia y lo que de ella se deriva: ser el más admirado, poderoso o deseado; ser el centro de atención. Tiende a ser seductor y manipulador, con el objetivo de ocupar ese ansiado lugar donde él se sabe protagonista. Se muestra soberbio, arrogante, vanidoso, engreído, cínico y desdeñoso. Su enorme ego le lleva a ser egoísta: compláceme y admírame es su lema. Actúa con frialdad y se centra en sus propios intereses. Ensimismado e incapaz de amar, vive preso en la jaula de sus sentimientos de grandiosidad, que le aíslan de la relación auténtica, íntima y humana. Carece de la empatía necesaria para sentir con los demás, para compartir el dolor y el sufrimiento de otros seres humanos.
Además, tal y como muestra el mito, el sujeto narcisista sólo admite un reflejo positivo procedente del exterior. La opinión discrepante, la crítica o la llamada a que asuma su responsabilidad ante la crisis generada por su acción insensata no la acepta, y puede provocar represalias: desde la exclusión hasta la violencia física hacia aquel que lo confronta.
El narcisista se siente infalible y perfecto; él jamás se equivoca. Si al narcisismo le añadimos además una buena dosis de paranoia (lo cual es habitual), el delirio resultante puede dar lugar a la creación de las más aberrantes conspiraciones para inculpar a otros y ganar tiempo en la escapada de sus desmanes. Frente al discurso con el que se siente herido, el narcisista cierra filas, utiliza la mentira y el insulto en lugar del diálogo, o, lo que es peor, promueve la cruzada contra aquel que cuestiona sus criterios.
En el narcisista, las fantasías de grandeza y ambición desmedida conviven con profundos (y a menudo inconscientes) sentimientos de inferioridad y, en consecuencia, de una excesiva dependencia de la admiración y aclamación externa. Y es que para el narciso el otro no existe como ser humano, sino que es un objeto que está allí para complacerle, amoldarse a sus deseos y, cómo no, darle siempre un reflejo positivo.
La prepotencia y la arrogancia, síntomas de la personalidad narcisista, unidas a una apariencia de gran seguridad e invulnerabilidad, han generado a lo largo de la historia sujetos que en el ejercicio del poder han demolido su entorno discrepante desde la tiranía y el despotismo. Hitler, Stalin, Franco, Mussolini, Pinochet, Videla, Pol Pot, Mao Zedong, Karadzic, entre otros, algunos de los cuales están pendientes aún de ser juzgados por la historia. En sus delirios, ellos eran la verdad, los elegidos, poseedores de una supremacía moral o biológica que justificó guerras y atrocidades de todo tipo, y que fue amparada por otros sujetos que se dejaron contagiar gustosamente por la enfermedad y sus beneficios. Y es que, absorto en su idea de grandiosidad, el narcisista desconoce la compasión, la justicia, el bien común y la responsabilidad, aunque cínicamente y para su conveniencia haga de ellos su estandarte.
También se puede hablar de organizaciones o incluso de sociedades narcisistas. Un gobernante que desatiende las demandas de la práctica totalidad de su población o que sacrifica su medio natural para obtener dinero son ejemplos del narcisista que carece de la sensibilidad suficiente para atender las necesidades humanas. Tal y como describía el experto en esta enfermedad Alexander Lowen, "cuando la riqueza material está por encima de la humana, la notoriedad despierta más admiración que la dignidad y el éxito es más importante que el respeto a uno mismo, entonces la propia cultura está sobrevalorando la imagen y hay que considerarla como narcisista".
En definitiva, el narcisismo es una enfermedad psicológica de la que podemos ser víctimas indirectas y muy sufridas en lo individual y en lo colectivo. Frente a ella cabe la vacuna de la prevención, que nace de la información sobre el proceder del narcisista para evitar ser arrastrados por los fantasmas que nacen de su delirio, manipulación y ambición. A los narcisistas siempre les queda la opción de hacer un profundo examen de conciencia o ponerse en manos de un buen psicoterapeuta; pero obviamente, y por desgracia, eso es harto difícil.
Leer para reconocer
El libro 'El narcisismo. Una enfermedad de nuestra época', escrito por Alexander Lowen, nos ofrece una aproximación completa, amplia y sumamente ilustrativa de esta enfermedad. También 'La autoestima. Nuestra fuerza secreta', del doctor Luis Rojas Marcos, aporta una visión amena, lúcida y rigurosa no sólo sobre esta enfermedad, sino sobre las dimensiones sanas y necesarias de la autoestima.
Es una enfermedad psicológica individual y cultural cuyas víctimas, más que los propios afectados, son las personas que se relacionan con ellos. Según el mito, Narciso era un bellísimo y vanidoso joven de quien se enamoró la ninfa Eco, a la cual despreció. El dolor por este gesto fue tal que a Eco se le rompió el corazón y murió. Por haberla tratado con tanta crueldad, Némesis, la diosa de la justa revancha, castigó a Narciso haciendo que se enamorase de su propia imagen. Un día, al hallarse inclinado sobre las aguas de un lago, vio su imagen reflejada y se enamoró apasionadamente de su propio reflejo. Embelesado en la contemplación de su propia imagen, al intentar acariciarla, cayó al agua y murió ahogado, convirtiéndose entonces en una flor, el narciso.
En lo individual, el narcisismo es un trastorno de la personalidad caracterizado por una dedicación desmesurada a la imagen que la persona crea de sí misma. Al narcisista le preocupa su apariencia y lo que de ella se deriva: ser el más admirado, poderoso o deseado; ser el centro de atención. Tiende a ser seductor y manipulador, con el objetivo de ocupar ese ansiado lugar donde él se sabe protagonista. Se muestra soberbio, arrogante, vanidoso, engreído, cínico y desdeñoso. Su enorme ego le lleva a ser egoísta: compláceme y admírame es su lema. Actúa con frialdad y se centra en sus propios intereses. Ensimismado e incapaz de amar, vive preso en la jaula de sus sentimientos de grandiosidad, que le aíslan de la relación auténtica, íntima y humana. Carece de la empatía necesaria para sentir con los demás, para compartir el dolor y el sufrimiento de otros seres humanos.
Además, tal y como muestra el mito, el sujeto narcisista sólo admite un reflejo positivo procedente del exterior. La opinión discrepante, la crítica o la llamada a que asuma su responsabilidad ante la crisis generada por su acción insensata no la acepta, y puede provocar represalias: desde la exclusión hasta la violencia física hacia aquel que lo confronta.
El narcisista se siente infalible y perfecto; él jamás se equivoca. Si al narcisismo le añadimos además una buena dosis de paranoia (lo cual es habitual), el delirio resultante puede dar lugar a la creación de las más aberrantes conspiraciones para inculpar a otros y ganar tiempo en la escapada de sus desmanes. Frente al discurso con el que se siente herido, el narcisista cierra filas, utiliza la mentira y el insulto en lugar del diálogo, o, lo que es peor, promueve la cruzada contra aquel que cuestiona sus criterios.
En el narcisista, las fantasías de grandeza y ambición desmedida conviven con profundos (y a menudo inconscientes) sentimientos de inferioridad y, en consecuencia, de una excesiva dependencia de la admiración y aclamación externa. Y es que para el narciso el otro no existe como ser humano, sino que es un objeto que está allí para complacerle, amoldarse a sus deseos y, cómo no, darle siempre un reflejo positivo.
La prepotencia y la arrogancia, síntomas de la personalidad narcisista, unidas a una apariencia de gran seguridad e invulnerabilidad, han generado a lo largo de la historia sujetos que en el ejercicio del poder han demolido su entorno discrepante desde la tiranía y el despotismo. Hitler, Stalin, Franco, Mussolini, Pinochet, Videla, Pol Pot, Mao Zedong, Karadzic, entre otros, algunos de los cuales están pendientes aún de ser juzgados por la historia. En sus delirios, ellos eran la verdad, los elegidos, poseedores de una supremacía moral o biológica que justificó guerras y atrocidades de todo tipo, y que fue amparada por otros sujetos que se dejaron contagiar gustosamente por la enfermedad y sus beneficios. Y es que, absorto en su idea de grandiosidad, el narcisista desconoce la compasión, la justicia, el bien común y la responsabilidad, aunque cínicamente y para su conveniencia haga de ellos su estandarte.
También se puede hablar de organizaciones o incluso de sociedades narcisistas. Un gobernante que desatiende las demandas de la práctica totalidad de su población o que sacrifica su medio natural para obtener dinero son ejemplos del narcisista que carece de la sensibilidad suficiente para atender las necesidades humanas. Tal y como describía el experto en esta enfermedad Alexander Lowen, "cuando la riqueza material está por encima de la humana, la notoriedad despierta más admiración que la dignidad y el éxito es más importante que el respeto a uno mismo, entonces la propia cultura está sobrevalorando la imagen y hay que considerarla como narcisista".
En definitiva, el narcisismo es una enfermedad psicológica de la que podemos ser víctimas indirectas y muy sufridas en lo individual y en lo colectivo. Frente a ella cabe la vacuna de la prevención, que nace de la información sobre el proceder del narcisista para evitar ser arrastrados por los fantasmas que nacen de su delirio, manipulación y ambición. A los narcisistas siempre les queda la opción de hacer un profundo examen de conciencia o ponerse en manos de un buen psicoterapeuta; pero obviamente, y por desgracia, eso es harto difícil.
Leer para reconocer
El libro 'El narcisismo. Una enfermedad de nuestra época', escrito por Alexander Lowen, nos ofrece una aproximación completa, amplia y sumamente ilustrativa de esta enfermedad. También 'La autoestima. Nuestra fuerza secreta', del doctor Luis Rojas Marcos, aporta una visión amena, lúcida y rigurosa no sólo sobre esta enfermedad, sino sobre las dimensiones sanas y necesarias de la autoestima.
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