La Mandela birmana GEORGINA HIGUERAS - Madrid EL PAÍS - Internacional - 27-05-2007
Once años de reclusión no han logrado doblegar la voluntad democratizadora de la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi
Su figura menuda, de sonrisa amplia y siempre con flores en el pelo -una tradición milenaria entre las mujeres birmanas- esconde una voluntad de acero, que uno de los regímenes más represivos del mundo no ha logrado doblegar. Aung San Suu Kyi, de 61 años, es el símbolo de las ansias de libertad y democracia del pueblo birmano y el icono mundial de la resistencia civil. El Consejo de la Paz y del Desarrollo del Estado, eufemismo bajo el que se oculta un Gobierno militar que mantiene Myanmar -como la Junta rebautizó Birmania en 1989- aislada del resto del planeta, volvió a prolongar el viernes el arresto domiciliario de la disidente.
Hija del general Aung San, el héroe de la independencia de Birmania, nada hacía prever que Suu Kyi se convertiría en la Mandela de Asia. Tal vez ni siquiera ella lo imaginó cuando decidió en 1988 dejar a su marido y a sus dos hijos menores en Londres para volver a Rangún a cuidar de su madre moribunda. Suu Kyi nunca volvió a salir de su patria y durante casi todos estos años su casa ha sido su cárcel.
A su llegada, Aung San Suu Kyi se encontró con un país en plena efervescencia contra un cuarto de siglo de dictadura. Miles de manifestantes protestaban contra el oscurantismo y el subdesarrollo impuesto por el régimen de Ne Win que, acosado, tiñó de sangre las protestas. Las tropas dispararon aquel agosto a bocajarro contra los manifestantes y mataron a cientos de ellos.
Huérfana desde los dos años -su padre fue traicionado y ejecutado justo seis meses antes de que se cumpliese su objetivo de independizar Birmania-, Suu Kyi no dudó en tomar el testigo. "Como hija de mi padre, no podía permanecer indiferente ante lo que estaba pasando", dijo.
El baño de sangre forzó un cambió en el alto mando militar. Una nueva Junta se puso al frente del país ese mismo septiembre y se comprometió a celebrar elecciones libres. Entre los casi 200 partidos políticos que se registraron, se encontraba la Liga Nacional para la Democracia (LND) y al frente de ésta se colocó Aung San Suu Kyi. Los militares no tardaron en darse cuenta de que la líder de la LND pesaba mucho más que los escasos 48 kilos de su cuerpo. La Junta se enfrentaba a un gigante que encarnaba la esperanza de un pueblo maltratado, pero no hundido.
Al año siguiente, 1989, la Junta ordenó el arresto domiciliario de Suu Kyi, pero su intento de poner puertas al campo fracasó. En las elecciones de 1990 -hace hoy precisamente 17 años-, la LND se hizo con el 82% de los escaños del nuevo Parlamento después de obtener más del 60% de la totalidad de los votos emitidos. Los militares jamás imaginaron que su extraño ejercicio democrático se saldara con la humillación más vergonzosa del partido que habían creado para representar sus intereses del poder. Su frustración se tradujo en que hasta ahora no se ha celebrado la primera sesión de la Cámara electa, en la persecución sistemática de sus diputados y la encarcelación de centenares de miembros de LND.
"Continuaremos con nuestros esfuerzos para traer la democracia a Birmania bajo todas las circunstancias. No hay que olvidar que en Suráfrica, el Congreso Nacional Africano fue declarado una organización ilegal durante décadas", declaró para insuflar ánimos a sus perseguidos seguidores. Nelson Mandela permaneció 27 años en la cárcel pero logró acabar con el apartheid, Suu Kyi está convencida de que Birmania será algún día libre y democrática. Su defensa a ultranza de la no violencia le valió el reconocimiento internacional. A los prestigiosos premios Rafto y Sajárov sucedió, en 1991, el Nobel de la Paz. Amnistía Internacional, mientras tanto, ya había reconocido como prisionera de conciencia a esta mujer de aspecto suave y temple de hierro.
La presión internacional llevó a la Junta, en julio de 1995, a ordenar el fin del arresto domiciliario, pero la resolución de Suu Kyi de apoyarse en la no violencia para derrocar a los militares era más firme que nunca. La disidente recorrió el país y alentó manifestaciones y campañas de desobediencia civil para exigir la puesta en marcha del Parlamento democráticamente elegido y la liberación de los cientos de presos políticos encarcelados. Al año siguiente el portón de su casa volvió a cerrarse con ella dentro y los militares fuera.
Dice Suu Kyi que su "inspiración y su fuerza" proceden de las gentes que sufren en silencio sin los altavoces de los medios de comunicación: "No hay nada que pueda compararse con el valor de las gentes normales cuyos nombres son desconocidos y cuyos sacrificios pasan inadvertidos", afirma en uno de los muchos textos -cartas y libros- escritos en sus 11 años de encierro.
Educada en India, donde su madre fue embajadora y en Oxford, esta profesora, que perfeccionó sus estudios en Japón y trabajó en la secretaría de Naciones Unidas, se sintió siempre, pese a las circunstancias, una privilegiada. Sin embargo, la líder de la LND también ha tenido que pagar un alto precio por alzarse en defensora de los sin voz. La Junta la ha tenido muchos meses sin poder siquiera hablar por teléfono con sus hijos y cuando en 1999 su marido, Michael Aris (británico), enfermó de cáncer y pretendió visitarla, no obtuvo el permiso. A ella la dejaban ir a Londres pero temió que no la dejarían volver. Aris murió sin el consuelo de su esposa.
El último periodo de libertad de Aung San Suu Kyi fue entre mayo de 2002 y junio de 2003. El miedo de la Junta a que la líder de la oposición encabece una revolución pacífica que ponga fin al régimen militar llevó a los militares a hacer oídos sordos a todas las demandas de clemencia presentadas en las últimas semanas por la comunidad internacional. Desde los gobiernos al Parlamento Europeo, pasando por un grupo de senadoras estadounidenses al que se unió Laura Bush, exigieron la liberación de la disidente, aunque eran pocos los que confiaban en su magnanimidad.
La Junta que ha construido una nueva capital -Naypyitaw- para mayor seguridad de la cúpula militar y que en los últimos años ha ganado ciertas batallas diplomáticas como la entrada de Myanmar en la Asociación de Naciones del Sureste Asiático y la mejora de relaciones con India, no está dispuesta a dar la más mínima oportunidad a su más temido enemigo.
Once años de reclusión no han logrado doblegar la voluntad democratizadora de la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi
Su figura menuda, de sonrisa amplia y siempre con flores en el pelo -una tradición milenaria entre las mujeres birmanas- esconde una voluntad de acero, que uno de los regímenes más represivos del mundo no ha logrado doblegar. Aung San Suu Kyi, de 61 años, es el símbolo de las ansias de libertad y democracia del pueblo birmano y el icono mundial de la resistencia civil. El Consejo de la Paz y del Desarrollo del Estado, eufemismo bajo el que se oculta un Gobierno militar que mantiene Myanmar -como la Junta rebautizó Birmania en 1989- aislada del resto del planeta, volvió a prolongar el viernes el arresto domiciliario de la disidente.
Hija del general Aung San, el héroe de la independencia de Birmania, nada hacía prever que Suu Kyi se convertiría en la Mandela de Asia. Tal vez ni siquiera ella lo imaginó cuando decidió en 1988 dejar a su marido y a sus dos hijos menores en Londres para volver a Rangún a cuidar de su madre moribunda. Suu Kyi nunca volvió a salir de su patria y durante casi todos estos años su casa ha sido su cárcel.
A su llegada, Aung San Suu Kyi se encontró con un país en plena efervescencia contra un cuarto de siglo de dictadura. Miles de manifestantes protestaban contra el oscurantismo y el subdesarrollo impuesto por el régimen de Ne Win que, acosado, tiñó de sangre las protestas. Las tropas dispararon aquel agosto a bocajarro contra los manifestantes y mataron a cientos de ellos.
Huérfana desde los dos años -su padre fue traicionado y ejecutado justo seis meses antes de que se cumpliese su objetivo de independizar Birmania-, Suu Kyi no dudó en tomar el testigo. "Como hija de mi padre, no podía permanecer indiferente ante lo que estaba pasando", dijo.
El baño de sangre forzó un cambió en el alto mando militar. Una nueva Junta se puso al frente del país ese mismo septiembre y se comprometió a celebrar elecciones libres. Entre los casi 200 partidos políticos que se registraron, se encontraba la Liga Nacional para la Democracia (LND) y al frente de ésta se colocó Aung San Suu Kyi. Los militares no tardaron en darse cuenta de que la líder de la LND pesaba mucho más que los escasos 48 kilos de su cuerpo. La Junta se enfrentaba a un gigante que encarnaba la esperanza de un pueblo maltratado, pero no hundido.
Al año siguiente, 1989, la Junta ordenó el arresto domiciliario de Suu Kyi, pero su intento de poner puertas al campo fracasó. En las elecciones de 1990 -hace hoy precisamente 17 años-, la LND se hizo con el 82% de los escaños del nuevo Parlamento después de obtener más del 60% de la totalidad de los votos emitidos. Los militares jamás imaginaron que su extraño ejercicio democrático se saldara con la humillación más vergonzosa del partido que habían creado para representar sus intereses del poder. Su frustración se tradujo en que hasta ahora no se ha celebrado la primera sesión de la Cámara electa, en la persecución sistemática de sus diputados y la encarcelación de centenares de miembros de LND.
"Continuaremos con nuestros esfuerzos para traer la democracia a Birmania bajo todas las circunstancias. No hay que olvidar que en Suráfrica, el Congreso Nacional Africano fue declarado una organización ilegal durante décadas", declaró para insuflar ánimos a sus perseguidos seguidores. Nelson Mandela permaneció 27 años en la cárcel pero logró acabar con el apartheid, Suu Kyi está convencida de que Birmania será algún día libre y democrática. Su defensa a ultranza de la no violencia le valió el reconocimiento internacional. A los prestigiosos premios Rafto y Sajárov sucedió, en 1991, el Nobel de la Paz. Amnistía Internacional, mientras tanto, ya había reconocido como prisionera de conciencia a esta mujer de aspecto suave y temple de hierro.
La presión internacional llevó a la Junta, en julio de 1995, a ordenar el fin del arresto domiciliario, pero la resolución de Suu Kyi de apoyarse en la no violencia para derrocar a los militares era más firme que nunca. La disidente recorrió el país y alentó manifestaciones y campañas de desobediencia civil para exigir la puesta en marcha del Parlamento democráticamente elegido y la liberación de los cientos de presos políticos encarcelados. Al año siguiente el portón de su casa volvió a cerrarse con ella dentro y los militares fuera.
Dice Suu Kyi que su "inspiración y su fuerza" proceden de las gentes que sufren en silencio sin los altavoces de los medios de comunicación: "No hay nada que pueda compararse con el valor de las gentes normales cuyos nombres son desconocidos y cuyos sacrificios pasan inadvertidos", afirma en uno de los muchos textos -cartas y libros- escritos en sus 11 años de encierro.
Educada en India, donde su madre fue embajadora y en Oxford, esta profesora, que perfeccionó sus estudios en Japón y trabajó en la secretaría de Naciones Unidas, se sintió siempre, pese a las circunstancias, una privilegiada. Sin embargo, la líder de la LND también ha tenido que pagar un alto precio por alzarse en defensora de los sin voz. La Junta la ha tenido muchos meses sin poder siquiera hablar por teléfono con sus hijos y cuando en 1999 su marido, Michael Aris (británico), enfermó de cáncer y pretendió visitarla, no obtuvo el permiso. A ella la dejaban ir a Londres pero temió que no la dejarían volver. Aris murió sin el consuelo de su esposa.
El último periodo de libertad de Aung San Suu Kyi fue entre mayo de 2002 y junio de 2003. El miedo de la Junta a que la líder de la oposición encabece una revolución pacífica que ponga fin al régimen militar llevó a los militares a hacer oídos sordos a todas las demandas de clemencia presentadas en las últimas semanas por la comunidad internacional. Desde los gobiernos al Parlamento Europeo, pasando por un grupo de senadoras estadounidenses al que se unió Laura Bush, exigieron la liberación de la disidente, aunque eran pocos los que confiaban en su magnanimidad.
La Junta que ha construido una nueva capital -Naypyitaw- para mayor seguridad de la cúpula militar y que en los últimos años ha ganado ciertas batallas diplomáticas como la entrada de Myanmar en la Asociación de Naciones del Sureste Asiático y la mejora de relaciones con India, no está dispuesta a dar la más mínima oportunidad a su más temido enemigo.
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