Laicismo es libertad. La verdadera libertad religiosa consiste en que cada confesión y cada ciudadano opinen, digan, hagan o dejen de hacer lo que crean pertinente en el ámbito de lo privado. 14/05/2008 ANTONIO Aramayona
La semana pasada, la vicepresidenta Fernández de la Vega anunció que el Gobierno se había propuesto "avanzar hacia la laicidad" y más de uno se quedó estupefacto, pues hasta el momento no había visto esa laicidad por ningún lado. La estupefacción subió varios grados cuando al día siguiente pudo contemplar el "funeral de Estado" por el ex Presidente de Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo. Allí, bajo los sones del himno nacional (ay, sin letra), el Rey y toda su abundante familia, el Gobierno actual y los ex Presidentes de Gobierno anteriores, más altas personalidades de todos los estamentos del Estado español, ingresaron en la catedral católica de Madrid, donde el cardenal Rouco iba a oficiar la consabida misa solemne y a lanzar sus prédicas a los asistentes. Viendo el espectáculo, alguno se preguntó qué diferencia real existe entre esta ceremonia abiertamente confesional y la época en que el jerarca católico de turno recibía con la misma música y bajo palio al Caudillo por la Gracia de Dios y por España. Y finalmente no lograba saber a qué laicidad se había referido Fernández de la Vega horas antes, pues quizá esa laicidad no daba mucho para avanzar hacia ninguna parte.
De todas formas, la vicepresidenta ha anunciado algo futuro, al igual que a este respecto lo hace nuestra Constitución: en su artículo 16.3 (hay que leer bien las cosas) no dice que ninguna confesión tiene carácter estatal, sino solo que ninguna lo "tendrá". Si alguien entonces pregunta cuándo comenzará a alborear en el horizonte de la aconfesionalidad del Estado, cuándo la confesión católica dejará de tener, de hecho, carácter estatal, obtendrá solo una difusa respuesta: visto lo visto hasta ahora, el artículo 16.3 de la Constitución es, en el mejor de los casos, un vaticinio, un augurio, un oráculo o un remedo de horóscopo, mas no la ratificación de una realidad ya existente, pues, por el contrario, la realidad va mostrando y demostrando más bien lo contrario.
Más aún, así como a Noé, en los mayores momentos de estrés y estrecheces le parió la hipopótama en el arca, de igual modo en el circo de la rala laicidad estatal hispana nos están creciendo lo que antes teníamos por enanos: como no teníamos bastante con el monopolio confesional católico, ahora Fernández de la Vega anuncia una revisión de la actual Ley de Libertad Religiosa, donde serán incluidas todas las demás confesiones religiosas (son legión), con lo que aumentaría considerablemente el número de profesores de religión en la escuela pagados con dinero público; la financiación (en igualdad con la Iglesia católica) de todas las confesiones costaría un ojo de la vapuleada cara del Estado; y no sólo tocaría costear la limpieza de las torres y fachadas de El Pilar o de La Seo (para que luego haya que pagar por poder entrar), sino también la de todos los templos, mezquitas o sinagogas que se convenga. En tal caso, el avance hacia la laicidad equivaldría de hecho a que la monoconfesionalidad actual se hiciera policonfesionalidad. En otras palabras, lo de Noé y su hipopótama.
Sin embargo, hay otras vías para avanzar hacia la laicidad. Por ejemplo, que el Estado no tenga realmente confesión alguna; que todas y cada una de las confesiones sean "asociaciones sometidas a una ley especial" (tal como decía el artículo 26 de la Constitución de 1931); que no haya conexión alguna con iglesias y confesiones por parte del Estado y sus instituciones (incluido el Ayuntamiento zaragozano), salvo el amparo y protección de los derechos debidos a cualquier asociación civil que no esté en contradicción con los principios de la Constitución.
La verdadera libertad religiosa consiste en que cada confesión y cada ciudadano opinen, digan, hagan o dejen de hacer lo que crean pertinente en el ámbito de lo privado. De hecho, no ha habido en toda la historia de España una época como la actual con mayor libertad religiosa. La libertad religiosa es un hecho más dentro del marco general de la libertad y de las libertades cívicas. La libertad religiosa no debe ir en menoscabo de la libertad de conciencia en general, por lo mismo que ninguna opción de conciencia debería atentar contra la libertad religiosa. Todas las libertades son manifestaciones de la libertad, sin otros elementos calificativos o determinativos, y cualquier intento de monopolizar esa libertad en nombre de una determinada creencia es un desvarío. La libertad es del ser humano, lo constituye como tal, le otorga dignidad. La libertad es de todos, sin excepción, pertenece al pueblo, a todo el pueblo. Esto es lo que pretende significar el laicismo. De ahí que la libertad sea sustancialmente laica. Por eso el laicismo garantiza la libertad de todos: el laicismo es libertad. Profesor de Filosofía
La semana pasada, la vicepresidenta Fernández de la Vega anunció que el Gobierno se había propuesto "avanzar hacia la laicidad" y más de uno se quedó estupefacto, pues hasta el momento no había visto esa laicidad por ningún lado. La estupefacción subió varios grados cuando al día siguiente pudo contemplar el "funeral de Estado" por el ex Presidente de Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo. Allí, bajo los sones del himno nacional (ay, sin letra), el Rey y toda su abundante familia, el Gobierno actual y los ex Presidentes de Gobierno anteriores, más altas personalidades de todos los estamentos del Estado español, ingresaron en la catedral católica de Madrid, donde el cardenal Rouco iba a oficiar la consabida misa solemne y a lanzar sus prédicas a los asistentes. Viendo el espectáculo, alguno se preguntó qué diferencia real existe entre esta ceremonia abiertamente confesional y la época en que el jerarca católico de turno recibía con la misma música y bajo palio al Caudillo por la Gracia de Dios y por España. Y finalmente no lograba saber a qué laicidad se había referido Fernández de la Vega horas antes, pues quizá esa laicidad no daba mucho para avanzar hacia ninguna parte.
De todas formas, la vicepresidenta ha anunciado algo futuro, al igual que a este respecto lo hace nuestra Constitución: en su artículo 16.3 (hay que leer bien las cosas) no dice que ninguna confesión tiene carácter estatal, sino solo que ninguna lo "tendrá". Si alguien entonces pregunta cuándo comenzará a alborear en el horizonte de la aconfesionalidad del Estado, cuándo la confesión católica dejará de tener, de hecho, carácter estatal, obtendrá solo una difusa respuesta: visto lo visto hasta ahora, el artículo 16.3 de la Constitución es, en el mejor de los casos, un vaticinio, un augurio, un oráculo o un remedo de horóscopo, mas no la ratificación de una realidad ya existente, pues, por el contrario, la realidad va mostrando y demostrando más bien lo contrario.
Más aún, así como a Noé, en los mayores momentos de estrés y estrecheces le parió la hipopótama en el arca, de igual modo en el circo de la rala laicidad estatal hispana nos están creciendo lo que antes teníamos por enanos: como no teníamos bastante con el monopolio confesional católico, ahora Fernández de la Vega anuncia una revisión de la actual Ley de Libertad Religiosa, donde serán incluidas todas las demás confesiones religiosas (son legión), con lo que aumentaría considerablemente el número de profesores de religión en la escuela pagados con dinero público; la financiación (en igualdad con la Iglesia católica) de todas las confesiones costaría un ojo de la vapuleada cara del Estado; y no sólo tocaría costear la limpieza de las torres y fachadas de El Pilar o de La Seo (para que luego haya que pagar por poder entrar), sino también la de todos los templos, mezquitas o sinagogas que se convenga. En tal caso, el avance hacia la laicidad equivaldría de hecho a que la monoconfesionalidad actual se hiciera policonfesionalidad. En otras palabras, lo de Noé y su hipopótama.
Sin embargo, hay otras vías para avanzar hacia la laicidad. Por ejemplo, que el Estado no tenga realmente confesión alguna; que todas y cada una de las confesiones sean "asociaciones sometidas a una ley especial" (tal como decía el artículo 26 de la Constitución de 1931); que no haya conexión alguna con iglesias y confesiones por parte del Estado y sus instituciones (incluido el Ayuntamiento zaragozano), salvo el amparo y protección de los derechos debidos a cualquier asociación civil que no esté en contradicción con los principios de la Constitución.
La verdadera libertad religiosa consiste en que cada confesión y cada ciudadano opinen, digan, hagan o dejen de hacer lo que crean pertinente en el ámbito de lo privado. De hecho, no ha habido en toda la historia de España una época como la actual con mayor libertad religiosa. La libertad religiosa es un hecho más dentro del marco general de la libertad y de las libertades cívicas. La libertad religiosa no debe ir en menoscabo de la libertad de conciencia en general, por lo mismo que ninguna opción de conciencia debería atentar contra la libertad religiosa. Todas las libertades son manifestaciones de la libertad, sin otros elementos calificativos o determinativos, y cualquier intento de monopolizar esa libertad en nombre de una determinada creencia es un desvarío. La libertad es del ser humano, lo constituye como tal, le otorga dignidad. La libertad es de todos, sin excepción, pertenece al pueblo, a todo el pueblo. Esto es lo que pretende significar el laicismo. De ahí que la libertad sea sustancialmente laica. Por eso el laicismo garantiza la libertad de todos: el laicismo es libertad. Profesor de Filosofía
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