Tu amor es malo para mi salud. Cada vez más personas desarrollan formas de relacionarse que pueden llegar a ser dañinas. JOAN CARLES AMBROJO. EL PAÍS - Sociedad - 13-04-2008
Como los medicamentos, existen relaciones amorosas contraindicadas. Algunas personas se embarcan, muchas veces sin saberlo, con parejas que van a darles más que quebraderos de cabeza. Son los amores tóxicos, estilos afectivos que se establecen con personas con rasgos de personalidad que generan en el otro mucho padecimiento y alteraciones psicológicas.
"Las personas con trastornos de la personalidad también se enamoran, se casan y tienen hijos o amantes", dice Walter Riso, psicólogo clínico experto en relaciones amorosas. Nadie lleva un cartel en la frente indicándolo y quien se enreda con ellos se arriesga, sin saberlo, a las consecuencias. Existen muchas personas con rasgos de personalidad marcados sin llegar al extremo de la patología y que suelen dispararse en situaciones críticas o estresantes. "Una personalidad paranoide es desconfiada y cree que todo el mundo le va a hacer daño. Cuando una posible pareja le pregunta en qué trabaja o cuánto gana se le dispara el guión de desconfianza y desaparece", añade Riso.
El calvario amoroso de Lola (prefiere no identificarse), ahora con 47 años, comenzó en plena adolescencia. A los 19 años, con la carrera de Medicina en mente y un buen dominio del francés, la emplearon en una entidad financiera barcelonesa. Un directivo, amigo de sus padres, también hizo de puente. A su novio se le atragantaron tantos éxitos y, celoso, la martirizó hasta que la abandonó. "Fue un respiro", dice Lola. Aún no sabe que en esa oficina iba a protagonizar su propio culebrón venezolano. Al cabo de un tiempo, ese directivo (pongamos Pedro) "me propuso convertirme en su amante". Lola se lo piensa mucho, hasta que un mal día, acepta. "Era un conquistador y un posesivo, le gustaba coleccionar antigüedades para tenerlas sólo él", cuenta Lola. Aún ignora qué le enamoró. Parecía siempre atento, "pero en el fondo siempre quería ganar en todo y pasaba por encima de los demás para conseguirlo". O daba una imagen de rectitud: "Un día arrambló con un objeto de una ermita", dice Lola. Años más tarde, Pedro se separó de su mujer y Lola pasó a ser la oficial. Su relación empeoró. "Me sentía secuestrada, me hacía el vacío y hasta en las decisiones domésticas pasé a un segundo plano, porque sólo tenía en cuenta las opiniones de una amiga suya que nos invadió la casa. Él también ejercía el poder en la empresa para rodearse de una cohorte de mujeres. Mi autoestima cayó, no sabía cuál era mi papel en la relación y, cuando me quejé de su comportamiento, me trató de loca, me deprimí y empecé a tomar pastillas". Al final, Lola estalló y decidió acabar con la relación. Pero él la reemplazó rápidamente liándose con otra empleada. Para evitar más dolor, Lola decidió pagar un alto precio: perder su seguridad económica y estatus conseguido en la empresa tras 20 años. "Estaba en juego mi salud".
Los psicólogos consideran que cada vez es más frecuente encontrarse dentro de este tipo de relaciones problemáticas, que en algunos casos pueden llegar a ser muy peligrosas. ¿Por qué nos equivocamos tanto al escoger pareja? ¿Por qué nos resignamos a relaciones dolorosas? ¿Por qué nos enganchamos a estas relaciones y no sabemos salir de ellas? ¿Podemos reconocerlas antes de involucrarnos?
"El estilo afectivo es una manera de amar específica que depende de cómo te ves a ti mismo y a los otros. En un gran porcentaje, el estilo afectivo se aprende; pero cuando el estilo se asienta durante muchos años se autoalimenta y perpetúa", dice Walter Riso.
Para la psicóloga y psicoterapeuta Montserrat Fornós, las relaciones tóxicas se crean desde unas condiciones vinculares de mutua dependencia y circularidad, llenas de alianzas inconscientes, donde hay un estado mental y emocional de expectativa de un individuo sobre el otro y viceversa y que llega a convertirse en indispensable al mismo tiempo que insoportable.
Algunas personas parecen enredarse continuamente en relaciones difíciles. Lo sabe Mei, de 50 años. El primer novio, a los 15 años, era muy agresivo. "Estuve asfixiada hasta que lo dejé, a los 19, cuando entré al mundo laboral", cuenta. A los seis meses de relación, el padre de su hija la empezó a pegar; ella consiguió dejar la droga; él no. "Era encantador, pero no en casa. Creo que me atrajo su capacidad de maltrato, porque mis padres se maltrataban verbalmente", dice Mei. Lo echó. La siguiente pareja fue muy tranquila y gratificante: "Vi que yo era la que estaba bien y se me fue el sentimiento de culpa". Dice que la terapia le ayudó a ser consciente de su situación y ahora va "con la antena puesta", añade. "Ayudar al sujeto a descubrir cuáles son estas alianzas es el paso primordial en psicoterapia para comenzar a abrir estos circuitos tóxicos y evitar su retroalimentación", sostiene Montserrat Fornós.
Entre los hombres también se encuentran damnificados amorosos. Luis, un autor en la cuarentena, salió por pies de "un intento" de relación que ahora considera extraña. "Creo que ella era una mujer histriónica que también vivía una eterna adolescencia. Era para volverte loco: aunque había echado a su ex porque decía que la maltrataba, no paraba de llorar por él; luego decía que estaba enamorada de otro hombre que todavía no le hacía caso, según ella; y a mí me dijo que sí y luego dudaba. Yo me apartaba, ella montaba un teatro para que volviera". El vaso se colmó cuando al chico del cual estuvo enamorada le buscó piso enfrente de su puerta, "sin tener en cuenta mis sentimientos".
"Si estar con alguien implica la destrucción del yo, entonces mejor estar solo", dice Walter Riso, que publicará próximamente el libro Amores altamente peligrosos (Planeta / Zenith), en el que recoge 10 estilos afectivos de cuyos propietarios es mejor no enamorarse porque pueden ser altamente lesivos y peligrosos para el bienestar emocional.
Una relación con un trastorno límite de personalidad tiene el peor de los pronósticos. Estas personas no saben quiénes son, ni lo que quieren, "tienen una sensación de vacío infinito y se pueden presentar de múltiples formas", señala Walter Riso. Los limítrofes son personas caóticas, que lo mismo te aman como al minuto siguiente te odian. Encima, pueden ser atractivas y tienen una energía que puede convertirlos en un imán para incautos.
Alguien con rasgos paranoides, en cambio, desconfía de todo, incluso de su pareja; el histriónico quiere ser el centro y no concibe, por ejemplo, que el otro se lo pueda pasar bien sin él; el antisocial es violento; el pasivo-agresivo necesita al mismo tiempo una pareja autoritaria y sentirse libre de control, mientras que el narcisista-egocéntrico, que puede ser un triunfador en el mundo de la empresa, suele decir a su pareja: "¡Qué suerte tienes de estar conmigo!" y se muestra con ella indiferente y arrogante.
Según la psiquiatra Iris Luna, aumentan los indicadores del narcisismo porque en la cultura posmoderna la lucha por el poder, por el prestigio, la posición como valores sociales, la competitividad, hace que ciertas personas vayan adquiriendo la necesidad de grandiosidad, de buscar siempre ser el mejor. "Una multinacional no buscará un directivo obsesivo, lento en sus decisiones, y sí a un narcisista, que pasa por encima de todo el mundo", dice Luna.
En opinión de la antropóloga y escritora Déborah Puig-Pey, ha aumentado el desajuste entre el ideal de pareja y la realidad. "La educación sentimental se basa en un modelo romántico, contradictorio con otros modos de pensar la vida social. La relación de pareja es también una relación social, se sigue esperando de ella reciprocidad, sentido, duración, gratuidad. Sin embargo, estas características, que no se esperan del mundo del trabajo o de la política, en la pareja quedan aisladas fuera de contexto, y parecen heredar los mecanismos contrarios: se desarrollan como relaciones de dominio en privado". Estos enlaces tóxicos se producen "porque son un espejo de todo lo que hemos aprendido de nosotros mismos a través de nuestras relaciones humanas", añade Puig-Pey.
A pesar de los cambios sociales que se han producido en los últimos años, entre ellos los matrimonios entre personas del mismo sexo o la tendencia hacia una sociedad erotizada, "continúa existiendo un ideal de pareja estable y la exigencia de fidelidad sexual ligada a la fidelidad amorosa sigue siendo igual de fuerte", dice Gerardo Meil, catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.
Uno de los problemas en el mundo del amor, sigue la antropóloga, es que se ha caricaturizado el ideal electivo o el derecho a elegir libremente la pareja, incrementándose las razones de mercado: "La relación es más tóxica si la pareja se ha formado por una cuestión de prestigio (el dinero, el estatus, el físico) porque es una relación sometida a elementos altamente variables, consumibles e incontrolables".
Elena Crespi, psicóloga del Instituto de Estudios de la Sexualidad y la Pareja, cree que "vivimos en una sociedad en la que el hecho de tener celos significa que tu pareja te quiere, cuando es todo lo contrario, que hay inseguridad". Los medios de comunicación muestran relaciones de pareja perfectas, que no existen en la vida real. Cuando una persona tiene más o menos claro qué espera de una relación de pareja y sabe lo que puede ofrecer es más fácil encontrar la persona adecuada, concluye.
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Como los medicamentos, existen relaciones amorosas contraindicadas. Algunas personas se embarcan, muchas veces sin saberlo, con parejas que van a darles más que quebraderos de cabeza. Son los amores tóxicos, estilos afectivos que se establecen con personas con rasgos de personalidad que generan en el otro mucho padecimiento y alteraciones psicológicas.
"Las personas con trastornos de la personalidad también se enamoran, se casan y tienen hijos o amantes", dice Walter Riso, psicólogo clínico experto en relaciones amorosas. Nadie lleva un cartel en la frente indicándolo y quien se enreda con ellos se arriesga, sin saberlo, a las consecuencias. Existen muchas personas con rasgos de personalidad marcados sin llegar al extremo de la patología y que suelen dispararse en situaciones críticas o estresantes. "Una personalidad paranoide es desconfiada y cree que todo el mundo le va a hacer daño. Cuando una posible pareja le pregunta en qué trabaja o cuánto gana se le dispara el guión de desconfianza y desaparece", añade Riso.
El calvario amoroso de Lola (prefiere no identificarse), ahora con 47 años, comenzó en plena adolescencia. A los 19 años, con la carrera de Medicina en mente y un buen dominio del francés, la emplearon en una entidad financiera barcelonesa. Un directivo, amigo de sus padres, también hizo de puente. A su novio se le atragantaron tantos éxitos y, celoso, la martirizó hasta que la abandonó. "Fue un respiro", dice Lola. Aún no sabe que en esa oficina iba a protagonizar su propio culebrón venezolano. Al cabo de un tiempo, ese directivo (pongamos Pedro) "me propuso convertirme en su amante". Lola se lo piensa mucho, hasta que un mal día, acepta. "Era un conquistador y un posesivo, le gustaba coleccionar antigüedades para tenerlas sólo él", cuenta Lola. Aún ignora qué le enamoró. Parecía siempre atento, "pero en el fondo siempre quería ganar en todo y pasaba por encima de los demás para conseguirlo". O daba una imagen de rectitud: "Un día arrambló con un objeto de una ermita", dice Lola. Años más tarde, Pedro se separó de su mujer y Lola pasó a ser la oficial. Su relación empeoró. "Me sentía secuestrada, me hacía el vacío y hasta en las decisiones domésticas pasé a un segundo plano, porque sólo tenía en cuenta las opiniones de una amiga suya que nos invadió la casa. Él también ejercía el poder en la empresa para rodearse de una cohorte de mujeres. Mi autoestima cayó, no sabía cuál era mi papel en la relación y, cuando me quejé de su comportamiento, me trató de loca, me deprimí y empecé a tomar pastillas". Al final, Lola estalló y decidió acabar con la relación. Pero él la reemplazó rápidamente liándose con otra empleada. Para evitar más dolor, Lola decidió pagar un alto precio: perder su seguridad económica y estatus conseguido en la empresa tras 20 años. "Estaba en juego mi salud".
Los psicólogos consideran que cada vez es más frecuente encontrarse dentro de este tipo de relaciones problemáticas, que en algunos casos pueden llegar a ser muy peligrosas. ¿Por qué nos equivocamos tanto al escoger pareja? ¿Por qué nos resignamos a relaciones dolorosas? ¿Por qué nos enganchamos a estas relaciones y no sabemos salir de ellas? ¿Podemos reconocerlas antes de involucrarnos?
"El estilo afectivo es una manera de amar específica que depende de cómo te ves a ti mismo y a los otros. En un gran porcentaje, el estilo afectivo se aprende; pero cuando el estilo se asienta durante muchos años se autoalimenta y perpetúa", dice Walter Riso.
Para la psicóloga y psicoterapeuta Montserrat Fornós, las relaciones tóxicas se crean desde unas condiciones vinculares de mutua dependencia y circularidad, llenas de alianzas inconscientes, donde hay un estado mental y emocional de expectativa de un individuo sobre el otro y viceversa y que llega a convertirse en indispensable al mismo tiempo que insoportable.
Algunas personas parecen enredarse continuamente en relaciones difíciles. Lo sabe Mei, de 50 años. El primer novio, a los 15 años, era muy agresivo. "Estuve asfixiada hasta que lo dejé, a los 19, cuando entré al mundo laboral", cuenta. A los seis meses de relación, el padre de su hija la empezó a pegar; ella consiguió dejar la droga; él no. "Era encantador, pero no en casa. Creo que me atrajo su capacidad de maltrato, porque mis padres se maltrataban verbalmente", dice Mei. Lo echó. La siguiente pareja fue muy tranquila y gratificante: "Vi que yo era la que estaba bien y se me fue el sentimiento de culpa". Dice que la terapia le ayudó a ser consciente de su situación y ahora va "con la antena puesta", añade. "Ayudar al sujeto a descubrir cuáles son estas alianzas es el paso primordial en psicoterapia para comenzar a abrir estos circuitos tóxicos y evitar su retroalimentación", sostiene Montserrat Fornós.
Entre los hombres también se encuentran damnificados amorosos. Luis, un autor en la cuarentena, salió por pies de "un intento" de relación que ahora considera extraña. "Creo que ella era una mujer histriónica que también vivía una eterna adolescencia. Era para volverte loco: aunque había echado a su ex porque decía que la maltrataba, no paraba de llorar por él; luego decía que estaba enamorada de otro hombre que todavía no le hacía caso, según ella; y a mí me dijo que sí y luego dudaba. Yo me apartaba, ella montaba un teatro para que volviera". El vaso se colmó cuando al chico del cual estuvo enamorada le buscó piso enfrente de su puerta, "sin tener en cuenta mis sentimientos".
"Si estar con alguien implica la destrucción del yo, entonces mejor estar solo", dice Walter Riso, que publicará próximamente el libro Amores altamente peligrosos (Planeta / Zenith), en el que recoge 10 estilos afectivos de cuyos propietarios es mejor no enamorarse porque pueden ser altamente lesivos y peligrosos para el bienestar emocional.
Una relación con un trastorno límite de personalidad tiene el peor de los pronósticos. Estas personas no saben quiénes son, ni lo que quieren, "tienen una sensación de vacío infinito y se pueden presentar de múltiples formas", señala Walter Riso. Los limítrofes son personas caóticas, que lo mismo te aman como al minuto siguiente te odian. Encima, pueden ser atractivas y tienen una energía que puede convertirlos en un imán para incautos.
Alguien con rasgos paranoides, en cambio, desconfía de todo, incluso de su pareja; el histriónico quiere ser el centro y no concibe, por ejemplo, que el otro se lo pueda pasar bien sin él; el antisocial es violento; el pasivo-agresivo necesita al mismo tiempo una pareja autoritaria y sentirse libre de control, mientras que el narcisista-egocéntrico, que puede ser un triunfador en el mundo de la empresa, suele decir a su pareja: "¡Qué suerte tienes de estar conmigo!" y se muestra con ella indiferente y arrogante.
Según la psiquiatra Iris Luna, aumentan los indicadores del narcisismo porque en la cultura posmoderna la lucha por el poder, por el prestigio, la posición como valores sociales, la competitividad, hace que ciertas personas vayan adquiriendo la necesidad de grandiosidad, de buscar siempre ser el mejor. "Una multinacional no buscará un directivo obsesivo, lento en sus decisiones, y sí a un narcisista, que pasa por encima de todo el mundo", dice Luna.
En opinión de la antropóloga y escritora Déborah Puig-Pey, ha aumentado el desajuste entre el ideal de pareja y la realidad. "La educación sentimental se basa en un modelo romántico, contradictorio con otros modos de pensar la vida social. La relación de pareja es también una relación social, se sigue esperando de ella reciprocidad, sentido, duración, gratuidad. Sin embargo, estas características, que no se esperan del mundo del trabajo o de la política, en la pareja quedan aisladas fuera de contexto, y parecen heredar los mecanismos contrarios: se desarrollan como relaciones de dominio en privado". Estos enlaces tóxicos se producen "porque son un espejo de todo lo que hemos aprendido de nosotros mismos a través de nuestras relaciones humanas", añade Puig-Pey.
A pesar de los cambios sociales que se han producido en los últimos años, entre ellos los matrimonios entre personas del mismo sexo o la tendencia hacia una sociedad erotizada, "continúa existiendo un ideal de pareja estable y la exigencia de fidelidad sexual ligada a la fidelidad amorosa sigue siendo igual de fuerte", dice Gerardo Meil, catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.
Uno de los problemas en el mundo del amor, sigue la antropóloga, es que se ha caricaturizado el ideal electivo o el derecho a elegir libremente la pareja, incrementándose las razones de mercado: "La relación es más tóxica si la pareja se ha formado por una cuestión de prestigio (el dinero, el estatus, el físico) porque es una relación sometida a elementos altamente variables, consumibles e incontrolables".
Elena Crespi, psicóloga del Instituto de Estudios de la Sexualidad y la Pareja, cree que "vivimos en una sociedad en la que el hecho de tener celos significa que tu pareja te quiere, cuando es todo lo contrario, que hay inseguridad". Los medios de comunicación muestran relaciones de pareja perfectas, que no existen en la vida real. Cuando una persona tiene más o menos claro qué espera de una relación de pareja y sabe lo que puede ofrecer es más fácil encontrar la persona adecuada, concluye.
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