martes, mayo 20, 2008

Consecuencias del debate sobre el terrorismo. Negociar con contrapartidas de orden emocional y simbólico. Por Eduard Punset

Consecuencias del debate sobre el terrorismo por Eduard Punset Es curioso que en un país tan dado a soluciones prácticas y tecnológicas como los Estados Unidos -donde ahora me encuentro- el debate en curso sobre el terrorismo desemboque en políticas diametralmente opuestas según la opción teórica por la que se decante el debate. Lo que se está discutiendo, de momento en sectores especializados de antropólogos del comportamiento, psicólogos y servicios secretos, es la teoría que subyace detrás de los actos terroristas. Hasta ahora se había aceptado que los terroristas eran, primordialmente, gente desclasada socialmente, con niveles de educación inferiores al promedio de sus estamentos sociales, movidos por incentivos estrafalarios como los paraísos llenos de vírgenes o, simplemente, recompensas económicas para los familiares. Todo ello promovido por instituciones poderosas o Estados que respaldaban los actos terroristas. Estudios igualmente serios pero más recientes apuntan, en cambio, a una situación en la que el nivel educativo de los autores de atentados suicidas es superior al medio de su extracción social; que no les mueven intereses materiales sino, fundamentalmente religiosos; por último, lejos de contar con el respaldo de instituciones o Estados poderosos los perpetradores de atentados suicidas de terrorismo son el subproducto del azar y redes minúsculas de tipo familiar o religioso. Las consecuencias a nivel político y del pensamiento no pueden ser más dispares según se decante el debate en curso. Si acaban teniendo razón los primeros, vamos a una declaración de guerra total frente al terrorismo y la aprobación consiguiente de presupuestos onerosos para combatirlo. Si en esta guerra hay que negociar, paralelamente, las prestaciones y contraprestaciones será de orden material en forma de dinero o territorios y, en todo caso, en soportes contractuales. Si por el contrario, prevalece la opinión de aquellos cuyas investigaciones más recientes apuntan a la ausencia de instituciones realmente organizadas detrás de los atentados terroristas; a delincuentes movidos por incentivos de tipo simbólico y religioso; al importante papel jugado por la casualidad, la buena o la mala suerte, entonces las consecuencias a nivel político y del pensamiento serían totalmente distintas. En ninguno de los dos planteamientos se dejarían impunes los atentados, pero según los partidarios de la última opción teórica citada, no se debería matar moscas a cañonazos; habría que afrontar caso por caso; las contrapartidas en cualquier negociación potencial serían más de orden emocional y simbólico que material. Lo que se cuestionaría, sobre todo, es el sentimiento religioso susceptible de inducir semejantes comportamientos responsables de sufrimientos indecibles en víctimas inocentes. Es curioso constatar hasta qué punto la elección de una opción teórica o científica determinada en lugar de otra puede acarrear políticas tan diametralmente dispares. ¿Podemos sacar este debate del dominio restringido de antropólogos, psicólogos y servicios secretos?

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