Integración a ritmo de salsa. Un instituto madrileño se mueve al son latino. Profesores y alumnos comparten pista de baile para mejorar sus relaciones. MARÍA R. SAHUQUILLO - Madrid EL PAÍS - 12-03-2007
Ritmos de salsa, merengue y bachata para conocerse mejor. Es jueves y una treintena de alumnos se ha congregado a las puertas del gimnasio del instituto Ignacio Ellacuría de Alcorcón (Madrid). Son las 11.10, y los chavales, la mayoría latinos, animan con su bullicio y sus cánticos la hora del recreo. Así, entre bocadillos y bolsas de chucherías se preparan para la danza. Todos los lunes y jueves, durante 20 minutos, muestran a sus compañeros y profesores su saber hacer en la pista de baile. Intercambian pasos, movimientos y quiebros de caderas.
Estefanía y Alejandra, alumnas de 2º de bachillerato, esperan ansiosas a que se abran las puertas para poder comenzar a bailar. "¡Vamos!, que ya se puede entrar", le dice una a la otra. Las dos siguen las clases desde hace un par de meses, cuando comenzaron a ser también accesibles para los alumnos. Antes sólo los profesores participaban en estos cursos de salsa. Su acento, unido a los sabios movimientos de caderas, delatará minutos más tarde su origen latinoamericano. Estefanía es colombiana y Alejandra, ecuatoriana. Las dos tienen 18 años.
"Uno, dos, tres, vuelta", dice Alberto González, profesor de matemáticas y convertido también en monitor de baile latino. La música ha comenzado y unas 30 personas, entre docentes y alumnos, siguen el ritmo. "Yo voy marcando los pasos, para que haya un orden, pero luego ellos también intercambian conocimiento", dice Alberto.
"Es una actividad súper original, a mí me encanta. Vengo desde que me enteré", explica Alejandra. Es de las que mejor se mueve. "Hombre, es que los latinos lo llevan en la sangre", dice Adriana, argentina de 17 años. También hay muchos españoles. "Hay algunos que lo hacen especialmente bien. Sobre todo los latinoamericanos. Muchos no destacan demasiado en otras materias, pero en ésta nos dan mil vueltas a todos", dice Maite Pacheco, profesora de inglés y asidua a las clases de salsa desde el principio.
Uno de esos alumnos que destaca es Wilby, tiene 12 años y hace tres que llegó de Santo Domingo. "Me encanta bailar, vengo porque me dejan entrar. Si no, me quedaría mirando desde la puerta", dice. Es el más pequeño de la clase, junto a su amigo Daniel, colombiano, de 13 años. Los dos se colocan juntos en primera fila y siguen atentamente los pasos que marca Alberto, artífice de que el Ignacio Ellacuría se haya convertido en un instituto bailongo. Dan vueltas y palmean al compás de la música. Lo hacen bien. Se mueven como peces en el agua. Un corrillo les observa desde fuera.
"Me gusta mucho bailar, pero no me apunto porque soy muy vergonzosa. Vengo sólo a mirar", dice Ikram, una joven marroquí de 16 años. Juan David y John, colombiano y ecuatoriano, los dos de 17 años, tampoco bailan. De vez en cuando se les van los pies al ritmo de la música. "Es que nosotros ya sabemos bailar", dice Juan David. "Sí, venimos a escuchar música de nuestros países y a mirar cómo bailan los otros", añade John.
-Por aquí dicen que los latinos bailáis muy bien.
-Bueno, vente a bailar una bachata y te lo demuestro, dice John.
Jolgorio general entre los que observan. En la pista las cosas también se han animado. "Mira, esta canción es de Elvis Martínez", dice Juan David. La bachata que quería John suena, interpretada por el superventas dominicano. Profesores y alumnos aceleran el ritmo. Alejandra y Piero bailan juntos. Muchos observan con envidia e intentan imitar los pasos. "Al final nos acaban enseñando ellos a nosotros. Se produce un intercambio muy rico. Bailan tan bien que se aprende con sólo mirarles", dice Maite.
En estos 20 minutos de salsa los bailarines comparten un momento diferente al de las aulas. "Después las relaciones son mejores. Nos conocemos en otro ámbito. Se estrechan los lazos y se crea una complicidad", explica Maite. Irene está de acuerdo. Esta madrileña de 14 años explica que la relación con los profesores mejora. "No sólo con los profesores. También con los chicos que vienen de otros países. Se hacen amistades bailando", dice Alberto, de 15 años.
La afluencia a las clases cada vez es mayor. "Viene tanta gente que nos hemos tenido que trasladar de un aula al gimnasio. Se han apuntado casi todos los latinos del instituto", comenta Alberto. Las clases son voluntarias y abiertas.
El baile ha terminado y todos se reúnen en un corrillo. "Tendrían que hacer esto todos los días", dice Estefanía. Marcela también es colombiana, tiene 16 años, y es una apasionada de las clases. "No pienso dejar de venir. La música, el baile. A los latinos todo esto nos hace sentir mucho más cerca de nuestros países", asegura.
Alcorcón, municipio multicultural
Nuestro instituto es un buen ejemplo de lo que es Alcorcón", razona Irene, estudiante de primero de ESO. Este municipio madrileño de 160.000 habitantes vivió el pasado enero días de intensos enfrentamientos entre la policía y cientos de jóvenes tras una refriega entre bandas. "Dicen que todo comenzó después de una pelea entre bandas latinas y que luego se metieron también los españoles. Vinieron hasta fachas de Madrid", asegura esta joven.
Como dice Irene, el Ignacio Ellacuría es una muestra del mestizaje que se vive en Alcorcón. Entre los alumnos de este centro, además de latinoamericanos hay chicos y chicas de muchas otras nacionalidades. Rumanos, búlgaros, polacos, marroquíes, guineanos, senegaleses...
"Aquí nos llevamos todos bien. Vamos juntos a clase. Somos todos amigos. Me molesta que, después de todas las peleas que hubo, digan que en este pueblo somos racistas", afirma Alberto. Él ha vivido toda su vida en Alcorcón y nunca había visto nada parecido a los enfrentamientos ocurridos en enero.
Las paredes del instituto hablan de multiculturalidad. Nada más entrar, el visitante encuentra el nombre del instituto en forma de graffiti. Justo al lado, un dibujo de una chica latina con grandes pendientes y un pantalón muy bajo que deja entrever un tanga.
"Al principio impresiona un poco la estética del centro. Pero luego se agradece. Hay mucha variedad y nosotros no hemos notado ningún problema en las aulas después de los enfrentamientos", explica Matilde, profesora de inglés. "Lo más importante es la convivencia. Si hay una buena educación de convivencia se reducen los problemas", añade. Alejandra está de acuerdo. "Yo soy argentina y tengo amigos de todos los países. Ésa es una de las mejores cosas del instituto", afirma.
Ritmos de salsa, merengue y bachata para conocerse mejor. Es jueves y una treintena de alumnos se ha congregado a las puertas del gimnasio del instituto Ignacio Ellacuría de Alcorcón (Madrid). Son las 11.10, y los chavales, la mayoría latinos, animan con su bullicio y sus cánticos la hora del recreo. Así, entre bocadillos y bolsas de chucherías se preparan para la danza. Todos los lunes y jueves, durante 20 minutos, muestran a sus compañeros y profesores su saber hacer en la pista de baile. Intercambian pasos, movimientos y quiebros de caderas.
Estefanía y Alejandra, alumnas de 2º de bachillerato, esperan ansiosas a que se abran las puertas para poder comenzar a bailar. "¡Vamos!, que ya se puede entrar", le dice una a la otra. Las dos siguen las clases desde hace un par de meses, cuando comenzaron a ser también accesibles para los alumnos. Antes sólo los profesores participaban en estos cursos de salsa. Su acento, unido a los sabios movimientos de caderas, delatará minutos más tarde su origen latinoamericano. Estefanía es colombiana y Alejandra, ecuatoriana. Las dos tienen 18 años.
"Uno, dos, tres, vuelta", dice Alberto González, profesor de matemáticas y convertido también en monitor de baile latino. La música ha comenzado y unas 30 personas, entre docentes y alumnos, siguen el ritmo. "Yo voy marcando los pasos, para que haya un orden, pero luego ellos también intercambian conocimiento", dice Alberto.
"Es una actividad súper original, a mí me encanta. Vengo desde que me enteré", explica Alejandra. Es de las que mejor se mueve. "Hombre, es que los latinos lo llevan en la sangre", dice Adriana, argentina de 17 años. También hay muchos españoles. "Hay algunos que lo hacen especialmente bien. Sobre todo los latinoamericanos. Muchos no destacan demasiado en otras materias, pero en ésta nos dan mil vueltas a todos", dice Maite Pacheco, profesora de inglés y asidua a las clases de salsa desde el principio.
Uno de esos alumnos que destaca es Wilby, tiene 12 años y hace tres que llegó de Santo Domingo. "Me encanta bailar, vengo porque me dejan entrar. Si no, me quedaría mirando desde la puerta", dice. Es el más pequeño de la clase, junto a su amigo Daniel, colombiano, de 13 años. Los dos se colocan juntos en primera fila y siguen atentamente los pasos que marca Alberto, artífice de que el Ignacio Ellacuría se haya convertido en un instituto bailongo. Dan vueltas y palmean al compás de la música. Lo hacen bien. Se mueven como peces en el agua. Un corrillo les observa desde fuera.
"Me gusta mucho bailar, pero no me apunto porque soy muy vergonzosa. Vengo sólo a mirar", dice Ikram, una joven marroquí de 16 años. Juan David y John, colombiano y ecuatoriano, los dos de 17 años, tampoco bailan. De vez en cuando se les van los pies al ritmo de la música. "Es que nosotros ya sabemos bailar", dice Juan David. "Sí, venimos a escuchar música de nuestros países y a mirar cómo bailan los otros", añade John.
-Por aquí dicen que los latinos bailáis muy bien.
-Bueno, vente a bailar una bachata y te lo demuestro, dice John.
Jolgorio general entre los que observan. En la pista las cosas también se han animado. "Mira, esta canción es de Elvis Martínez", dice Juan David. La bachata que quería John suena, interpretada por el superventas dominicano. Profesores y alumnos aceleran el ritmo. Alejandra y Piero bailan juntos. Muchos observan con envidia e intentan imitar los pasos. "Al final nos acaban enseñando ellos a nosotros. Se produce un intercambio muy rico. Bailan tan bien que se aprende con sólo mirarles", dice Maite.
En estos 20 minutos de salsa los bailarines comparten un momento diferente al de las aulas. "Después las relaciones son mejores. Nos conocemos en otro ámbito. Se estrechan los lazos y se crea una complicidad", explica Maite. Irene está de acuerdo. Esta madrileña de 14 años explica que la relación con los profesores mejora. "No sólo con los profesores. También con los chicos que vienen de otros países. Se hacen amistades bailando", dice Alberto, de 15 años.
La afluencia a las clases cada vez es mayor. "Viene tanta gente que nos hemos tenido que trasladar de un aula al gimnasio. Se han apuntado casi todos los latinos del instituto", comenta Alberto. Las clases son voluntarias y abiertas.
El baile ha terminado y todos se reúnen en un corrillo. "Tendrían que hacer esto todos los días", dice Estefanía. Marcela también es colombiana, tiene 16 años, y es una apasionada de las clases. "No pienso dejar de venir. La música, el baile. A los latinos todo esto nos hace sentir mucho más cerca de nuestros países", asegura.
Alcorcón, municipio multicultural
Nuestro instituto es un buen ejemplo de lo que es Alcorcón", razona Irene, estudiante de primero de ESO. Este municipio madrileño de 160.000 habitantes vivió el pasado enero días de intensos enfrentamientos entre la policía y cientos de jóvenes tras una refriega entre bandas. "Dicen que todo comenzó después de una pelea entre bandas latinas y que luego se metieron también los españoles. Vinieron hasta fachas de Madrid", asegura esta joven.
Como dice Irene, el Ignacio Ellacuría es una muestra del mestizaje que se vive en Alcorcón. Entre los alumnos de este centro, además de latinoamericanos hay chicos y chicas de muchas otras nacionalidades. Rumanos, búlgaros, polacos, marroquíes, guineanos, senegaleses...
"Aquí nos llevamos todos bien. Vamos juntos a clase. Somos todos amigos. Me molesta que, después de todas las peleas que hubo, digan que en este pueblo somos racistas", afirma Alberto. Él ha vivido toda su vida en Alcorcón y nunca había visto nada parecido a los enfrentamientos ocurridos en enero.
Las paredes del instituto hablan de multiculturalidad. Nada más entrar, el visitante encuentra el nombre del instituto en forma de graffiti. Justo al lado, un dibujo de una chica latina con grandes pendientes y un pantalón muy bajo que deja entrever un tanga.
"Al principio impresiona un poco la estética del centro. Pero luego se agradece. Hay mucha variedad y nosotros no hemos notado ningún problema en las aulas después de los enfrentamientos", explica Matilde, profesora de inglés. "Lo más importante es la convivencia. Si hay una buena educación de convivencia se reducen los problemas", añade. Alejandra está de acuerdo. "Yo soy argentina y tengo amigos de todos los países. Ésa es una de las mejores cosas del instituto", afirma.
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