jueves, marzo 12, 2009

Los años más decisivos en el troquelado de la biografía son los iniciales, de 0 a 6, cuando se genera un yo nuclear, el primario, que no se borra...

Lo que se suele olvidar en educación. Los años más decisivos en el troquelado de la biografía son los iniciales, de 0 a 6, cuando se genera un yo nuclear, el primario, que no se borra, que permanece siempre otorgándonos identidad. 12/03/2009 ANTONIO Aramayona Profesor de Filosofía
No hace mucho tiempo se armó una enorme polvareda sobre la utilización de la asignatura Educación para la Ciudadanía como adoctrinamiento confesional en algunos centros de enseñanza católicos. Unos días antes, había llegado la noticia de que el 40% del alumnado de 15 años ha repetido ya algún curso. Se trata, sin duda, de asuntos de gran calado e interés, pero que con el paso del tiempo se esfuman entre la inercia y el olvido. Sin embargo, apenas se roza el problema fundamental: siendo la educación un proceso por el que el ser humano ha de lograr su desarrollo cabal como persona y profesional, y siendo la escuela un lugar eminente en ese proceso educativo, buena parte del alumnado (y del profesorado) asiste a la escuela con muy escasa implicación personal.
Al nacer, el ser humano, mi mente, mi yo, es como una página en blanco, donde tantos y tantas escribirán, donde yo mismo iré modelando mi propia biografía. (Sí, la palabra es exacta: "biografía" = escribir la propia vida desde la vida misma).
CREEMOS QUE los años importantes comienzan cuando ya podemos decidir y pensar por nuestra cuenta. En parte es así, pero también es cierto que los años más decisivos en el troquelado de esa biografía son los iniciales (de 0 a 6 años), aquéllos en los que vamos abriendo levemente los ojos al mundo, en los que, aún no llegados al uso de razón, la huella de los seres más cercanos y del entorno más próximo resulta indeleble. Es en esos primeros años cuando se genera un yo nuclear, el más profundo, el primario, que no se borra, que permanece siempre otorgándonos identidad.
Muy pronto nos llevan a la escuela, pensando que lo que hay que aprender en ella es a pintar, a jugar, a escribir, a contar o a leer. Siendo eso cierto, sería un error ignorar que en la escuela debemos aprender sobre todo a escribir las pautas y los perfiles fundamentales de esa biografía, las pinceladas decisivas de nuestra personalidad más arraigada. El gran olvido (tantas veces olvido voluntario), la gran autoalienación de la escuela consiste en que lo más genuino de cada uno va quedando cada vez más oculto y ocultado por el devenir anónimo de las asignaturas, las evaluaciones, las calificaciones o los deberes. Y así, de Primaria hasta la Universidad.
Con ello se corre el riesgo de que a la escuela acaben yendo autómatas, cargados de automatismos: el verdadero yo de cada uno queda fuera, y a la escuela entran autómatas con mochilas, libros y móviles, que van adquiriendo curso a curso los automatismos necesarios para ir reproduciendo con mayor o menor exactitud solo lo que les dicen que hay que aprender (y enseñar).
Así las cosas, lo importante no es ya comprender, ni que lo aprendido tenga sentido para el alumnado, ni que aporte algo a la propia biografía del profesorado y del alumnado, ni que el yo metabolice lo aprendido de tal forma que llegue a formar parte de su propia vida. Lo realmente importante es sobre todo asistir a clase (¿qué parte de cada asistente es la que asiste?), promocionar, calificar y ser calificado, aprobar, salir del paso, cumplir reglamentariamente.
En la escuela pocas cosas mantienen su sustancia original, seguramente porque el propio alumnado va perdiendo allí curso tras curso su propia sustancia. Ante todo, cada uno debería aprender allí a ser él mismo, pero de tanto huir de la hojarasca escolar, acaba huyendo de sí mismo. En la escuela se escribe a menudo una autobiografía extraña, ajena, poco coincidente con uno mismo. En la escuela no se pide a un alumno que construya su propio yo, sino que se limite a mostrar y demostrar un yo social y académicamente aceptable para el sistema.
LA ESCUELA no suele impulsar a la creación y la búsqueda, sino al conformismo, al asentimiento, al aprendizaje sumido en el tedio. La escuela está repleta de conformistas mal conformados. Buena parte del yo de quienes están en la escuela (alumnado y profesorado) no suele estar en la escuela, se queda fuera. En la escuela cumplen obligaciones y horarios, pero su verdadero yo no suele entrar de pleno.
¿Dónde puede quedar entonces la alegría de vivir, de aprender, de saber? Aprender viene siempre asociado a esfuerzo, trabajo, sacrificio, seriedad o disciplina, pero raramente se habla de alegría.
Incluso algunos adultos llegan a reprochar la alegría en la escuela (la dejan para la calle y para el recreo). Sin embargo, nadie aprende lo que no comprende, al igual que nadie atiende a lo no suscita ningún interés. ¿Y cómo puede interesar algo si no se percibe y asume con placer, con gusto, con alegría?
(¿Suena todo esto a música celestial o a majadería en las Consejerías de Educación, en las salas de profesores o en los despachos de la Inspección educativa?). Así va la educación.

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