Enseñar el culo con arte PILAR PARCERISAS EL PAIS SEMANAL - 30-09-2007
Son retratos, pero ocultan los rostros. Se ven aunque no se tocan. Por primera vez, una exposición recopila las fantasías de algunos de los mejores fotógrafos del mundo seducidos por esa parte de la anatomía donde dicen que la espalda pierde su casto nombre. Son culos de artista. Por eso los mostramos
Cuerpos sin rostro, dorsos y torsos se alzan como contracampo del retrato, origen del arte fotográfico. Y a pesar de la aparente indiferencia sexual en esta época de estrés y sobreexcitación a base de raros estimulantes ajenos al sexo, la exposición Ocultos, que ha convocado a setenta fotógrafos, nos devuelve la apetencia de la mirada, el deseo de lanzar un piropo, un silbido, o simplemente un suspiro, al paso de un movimiento de caderas provocador.
La cámara fotográfica, esa máquina entrometida y chismosa capaz de aislar con todo detalle fragmentos de la realidad, nos sirve desde la pura objetividad de su ojo mecánico breves secuencias del cuerpo humano, potenciando el erotismo de los órganos aislados, en este caso el culo, rey de la belleza pagana que recupera el Renacimiento con la desnudez de Las tres Gracias, que encontramos en el clasicismo idealizado de Rafael o, posteriormente, en las mujeres carnosas y celulíticas de Rubens.
Desde el Torso del Belvedere, de Miguel Ángel, hasta La Venus del espejo, de Velázquez, los desnudos traseros seguían siendo una excepción en el mundo del arte hasta el siglo XIX, en que las Venus se tornan de carne y hueso y los modelos recusan cualquier justificación simbólica. En La gran odalisca de 1814 o en sus bañistas de espaldas, Ingres consigue fusionar el desnudo corporal (the naked) y el desnudo artístico (the nude), provocando una especie de voyeurismo intelectual.
Si el desnudo como forma de arte sigue siendo el vínculo principal con las disciplinas clásicas, la fotografía no es ninguna excepción. En sus inicios y aún hoy, la fotografía de desnudo no se propone reproducir el cuerpo humano desnudo, sino imitar la concepción sublime del cuerpo desnudo desarrollada por algunos artistas. El fotógrafo inglés Oscar Gustav Rejlander fue el pionero de las pin-up de la era victoriana, desnudos traseros que imitaban las pinturas de su coetáneo Gustave Courbet, y que se reprodujeron hasta la saciedad en los magacines.
Cuando el arte ha querido mostrarse irreverente y ducassiano, ha mostrado "el culo del arte". En 1919, Marcel Duchamp, en un acto de dadaísmo iconoclasta, pintó barba y bigotes a una reproducción de la Gioconda, añadiendo al pie de ese ready-made rectificado las letras LHOOQ, cuya pronunciación en francés resulta: "Elle a chaud au cul", es decir, "ella tiene el culo caliente". Y es que para Marcel Duchamp, el erotismo en el arte es cuestión de temperaturas.
El desnudo como forma de arte en el más puro sentido defendido por Kenneth Clark es el que hallamos en versión sublime en muchas de las fotografías seleccionadas por José María Díaz Maroto para la exposición Ocultos. Dorsos masculinos o femeninos, traseros inocentes o exhibicionistas, estáticos o en acción, pictóricos o esculturales, eróticos y provocativos, desgranan distintas temperaturas artísticas entre diversas generaciones de la historia de la fotografía, desde una perspectiva global, con una amplia representación española.
Ahí están maestros del desnudo como Man Ray con su sensual torso de Nusch Éluard, Bill Brandt y André Kertész con sus desnudos deformes, Robert Mapplethorpe y sus eróticos modelos masculinos, Lucien Clergue transformando con luces y sombras un culo en una auténtica joya, Edouard Boubat con su misterioso desnudo en un bosque, Willy Ronis con sus aseos femeninos o Ralph Gibson con su erotismo provocador al paso estremecedor de una pluma por un erguido trasero de mujer.
En esos desnudos sublimes, fijados donde la espalda mira hacia el sur y pierde su nombre, está la foto de Rafael Navarro, ese culo pétreo que aúna asiento y posaderas en una única abstracción. Carma Casulá nos hace ver el culo de una estatua mientras Rosa Muñoz se mofa de los culos académicos de escayola, Toni Catany retuerce un torso masculino en horizontal y Carlos Serrano, con el mismo tema, traza una diagonal a lo Man Ray, mientras Fontcuberta homenajea a Sudek en su desnudo maquinista.
En esa categoría de desnudos artísticos donde se regocijan las formas corporales de Antoine D'Agata o Claude Fauville y Jean-Loup Sieff nos concede el placer de observar un culo femenino en la ventana del vecino, no pueden dejar de nombrarse los dos culos masculinos como olas de Herb Ritts, la carne compacta y apiñada del modelo femenino entrado en carnes de Juan M. Díaz Burgos o la espalda más carnosa y erótica que inmortalizó la cámara de Carlos Pérez Siquier.
Ocultos exhibe testimonios de la fotografía neorrealista, como las mujeres de Francesc Català-Roca, la pareja que mira cuadros de desnudos en plena calle y es observada por Robert Doisneau o la otra pareja sentada de espaldas, guardia civil incluido, mirando Las tres Gracias de Rubens en el Museo del Prado, que nos ofrece Ramón Masats.
El plato fuerte de la foto humanista lo constituyen las prostitutas fotografiadas por Henri Cartier-Bresson o las otras prostitutas de Joan Colom, fotografiadas por las calles del barrio chino barcelonés a finales de los años cincuenta, las "partes pudendas" de Barcelona, como dijo el escritor francés André Pieyre de Mandiargues.
Los mismos culos respingones, ceñidos por faldas estrechas y tubulares que Colom captaba con discreción con la cámara escondida en la mano, que atrapaba entrando y saliendo de los antros de la Barcelona de los bajos fondos, son los que inspiraron a Camilo José Cela sus Izas, rabizas y colipoterras, ilustrado por Colom y publicado por Lumen en 1964.
Ocultos nos ofrece tantos culos como miradas han sido lanzadas tras el visor, pero es indudable que, como dijo Duchamp, es el espectador quien completa el acto creativo. Y ahí están, para la ocasión, Marilyn Monroe sentada de espaldas ante la cámara de Eve Arnold, o el ostentoso culo de un luchador de sumo retratado por William Klein. La ironía aparece en el culito masculino, pequeño y compacto, enfundado en un cursi bañador a rayas que traza una construcción geométrica sobre la horizontalidad del mar, en la foto de Julio Álvarez Yagüe o en la pareja nudista vista por detrás con velo y sombrero de copa de Elliott Erwitt.
Está la fotografía gestual, que sorprende por mostrarnos el trasero como objeto de una acción o movimiento en plena calle. Luis Baylón muestra un abrazo gay en su serie de fotografías partidas; Isabel Muñoz, la atracción por la curvas bajo un ceñido vestido, y Miguel Oriola, el acto irrenunciable de rascarse el culo.
En ese mismo orden de gestos improvisados se encuentra el torso encorvado de Bernard Plossu, o el "culo-anuncio" en la mujer fotografiada por Max Pam que publicita en sus bragas: "Free to talk, pay to touch" ("Hablar es gratis, tocar es de pago"). Otras fotografías se aproximan a la pintura, como los cuerpos tatuados de la coreana Kim Joon o las huellas de nalgas y mano en la fotografía de Wolfgang Pietrzok. La fotografía etnográfica de ayer y hoy también se da cita en Ocultos, con la imagen de una tribu primitiva de George Rodger o el rito vudú en los reportajes de Cristina García Rodero. Nuevas sensibilidades aparecen bajo la pauta del feminismo como en las fotografías de grupos masculinos, soldados o marineros, en Georgia Fiorio, en la sensibilidad lésbica de los desnudos de la argentina Alicia d'Amico o en las fotos de Susan Meiselas y Ellen von Unwerth. Un panorama que se completa con la relación del desnudo con el espacio en Jo Brunenberg o Harry Callahan, con las poéticas nostálgicas y evanescentes de Vari Caramés, Fernando Manso y Encarna Marín, con pintores fotógrafos como René Magritte y escenas de cabaret como las que ofrecen Aaron Siskind y Burt Glinn. Jugar con el culo en grupo es el tema de Wolfgang Tillmans, mientras cuerpo y tragedia se dan cita en Ricky Dávila y Jesús Micó.
La fotografía se constituye aquí en ese espejo capaz de captar en el culo el alma secreta que le da identidad, y como la fotografía esconde más de lo que muestra, la exposición Ocultos da mucho juego al espectador, el auténtico protagonista.
Son retratos, pero ocultan los rostros. Se ven aunque no se tocan. Por primera vez, una exposición recopila las fantasías de algunos de los mejores fotógrafos del mundo seducidos por esa parte de la anatomía donde dicen que la espalda pierde su casto nombre. Son culos de artista. Por eso los mostramos
Cuerpos sin rostro, dorsos y torsos se alzan como contracampo del retrato, origen del arte fotográfico. Y a pesar de la aparente indiferencia sexual en esta época de estrés y sobreexcitación a base de raros estimulantes ajenos al sexo, la exposición Ocultos, que ha convocado a setenta fotógrafos, nos devuelve la apetencia de la mirada, el deseo de lanzar un piropo, un silbido, o simplemente un suspiro, al paso de un movimiento de caderas provocador.
La cámara fotográfica, esa máquina entrometida y chismosa capaz de aislar con todo detalle fragmentos de la realidad, nos sirve desde la pura objetividad de su ojo mecánico breves secuencias del cuerpo humano, potenciando el erotismo de los órganos aislados, en este caso el culo, rey de la belleza pagana que recupera el Renacimiento con la desnudez de Las tres Gracias, que encontramos en el clasicismo idealizado de Rafael o, posteriormente, en las mujeres carnosas y celulíticas de Rubens.
Desde el Torso del Belvedere, de Miguel Ángel, hasta La Venus del espejo, de Velázquez, los desnudos traseros seguían siendo una excepción en el mundo del arte hasta el siglo XIX, en que las Venus se tornan de carne y hueso y los modelos recusan cualquier justificación simbólica. En La gran odalisca de 1814 o en sus bañistas de espaldas, Ingres consigue fusionar el desnudo corporal (the naked) y el desnudo artístico (the nude), provocando una especie de voyeurismo intelectual.
Si el desnudo como forma de arte sigue siendo el vínculo principal con las disciplinas clásicas, la fotografía no es ninguna excepción. En sus inicios y aún hoy, la fotografía de desnudo no se propone reproducir el cuerpo humano desnudo, sino imitar la concepción sublime del cuerpo desnudo desarrollada por algunos artistas. El fotógrafo inglés Oscar Gustav Rejlander fue el pionero de las pin-up de la era victoriana, desnudos traseros que imitaban las pinturas de su coetáneo Gustave Courbet, y que se reprodujeron hasta la saciedad en los magacines.
Cuando el arte ha querido mostrarse irreverente y ducassiano, ha mostrado "el culo del arte". En 1919, Marcel Duchamp, en un acto de dadaísmo iconoclasta, pintó barba y bigotes a una reproducción de la Gioconda, añadiendo al pie de ese ready-made rectificado las letras LHOOQ, cuya pronunciación en francés resulta: "Elle a chaud au cul", es decir, "ella tiene el culo caliente". Y es que para Marcel Duchamp, el erotismo en el arte es cuestión de temperaturas.
El desnudo como forma de arte en el más puro sentido defendido por Kenneth Clark es el que hallamos en versión sublime en muchas de las fotografías seleccionadas por José María Díaz Maroto para la exposición Ocultos. Dorsos masculinos o femeninos, traseros inocentes o exhibicionistas, estáticos o en acción, pictóricos o esculturales, eróticos y provocativos, desgranan distintas temperaturas artísticas entre diversas generaciones de la historia de la fotografía, desde una perspectiva global, con una amplia representación española.
Ahí están maestros del desnudo como Man Ray con su sensual torso de Nusch Éluard, Bill Brandt y André Kertész con sus desnudos deformes, Robert Mapplethorpe y sus eróticos modelos masculinos, Lucien Clergue transformando con luces y sombras un culo en una auténtica joya, Edouard Boubat con su misterioso desnudo en un bosque, Willy Ronis con sus aseos femeninos o Ralph Gibson con su erotismo provocador al paso estremecedor de una pluma por un erguido trasero de mujer.
En esos desnudos sublimes, fijados donde la espalda mira hacia el sur y pierde su nombre, está la foto de Rafael Navarro, ese culo pétreo que aúna asiento y posaderas en una única abstracción. Carma Casulá nos hace ver el culo de una estatua mientras Rosa Muñoz se mofa de los culos académicos de escayola, Toni Catany retuerce un torso masculino en horizontal y Carlos Serrano, con el mismo tema, traza una diagonal a lo Man Ray, mientras Fontcuberta homenajea a Sudek en su desnudo maquinista.
En esa categoría de desnudos artísticos donde se regocijan las formas corporales de Antoine D'Agata o Claude Fauville y Jean-Loup Sieff nos concede el placer de observar un culo femenino en la ventana del vecino, no pueden dejar de nombrarse los dos culos masculinos como olas de Herb Ritts, la carne compacta y apiñada del modelo femenino entrado en carnes de Juan M. Díaz Burgos o la espalda más carnosa y erótica que inmortalizó la cámara de Carlos Pérez Siquier.
Ocultos exhibe testimonios de la fotografía neorrealista, como las mujeres de Francesc Català-Roca, la pareja que mira cuadros de desnudos en plena calle y es observada por Robert Doisneau o la otra pareja sentada de espaldas, guardia civil incluido, mirando Las tres Gracias de Rubens en el Museo del Prado, que nos ofrece Ramón Masats.
El plato fuerte de la foto humanista lo constituyen las prostitutas fotografiadas por Henri Cartier-Bresson o las otras prostitutas de Joan Colom, fotografiadas por las calles del barrio chino barcelonés a finales de los años cincuenta, las "partes pudendas" de Barcelona, como dijo el escritor francés André Pieyre de Mandiargues.
Los mismos culos respingones, ceñidos por faldas estrechas y tubulares que Colom captaba con discreción con la cámara escondida en la mano, que atrapaba entrando y saliendo de los antros de la Barcelona de los bajos fondos, son los que inspiraron a Camilo José Cela sus Izas, rabizas y colipoterras, ilustrado por Colom y publicado por Lumen en 1964.
Ocultos nos ofrece tantos culos como miradas han sido lanzadas tras el visor, pero es indudable que, como dijo Duchamp, es el espectador quien completa el acto creativo. Y ahí están, para la ocasión, Marilyn Monroe sentada de espaldas ante la cámara de Eve Arnold, o el ostentoso culo de un luchador de sumo retratado por William Klein. La ironía aparece en el culito masculino, pequeño y compacto, enfundado en un cursi bañador a rayas que traza una construcción geométrica sobre la horizontalidad del mar, en la foto de Julio Álvarez Yagüe o en la pareja nudista vista por detrás con velo y sombrero de copa de Elliott Erwitt.
Está la fotografía gestual, que sorprende por mostrarnos el trasero como objeto de una acción o movimiento en plena calle. Luis Baylón muestra un abrazo gay en su serie de fotografías partidas; Isabel Muñoz, la atracción por la curvas bajo un ceñido vestido, y Miguel Oriola, el acto irrenunciable de rascarse el culo.
En ese mismo orden de gestos improvisados se encuentra el torso encorvado de Bernard Plossu, o el "culo-anuncio" en la mujer fotografiada por Max Pam que publicita en sus bragas: "Free to talk, pay to touch" ("Hablar es gratis, tocar es de pago"). Otras fotografías se aproximan a la pintura, como los cuerpos tatuados de la coreana Kim Joon o las huellas de nalgas y mano en la fotografía de Wolfgang Pietrzok. La fotografía etnográfica de ayer y hoy también se da cita en Ocultos, con la imagen de una tribu primitiva de George Rodger o el rito vudú en los reportajes de Cristina García Rodero. Nuevas sensibilidades aparecen bajo la pauta del feminismo como en las fotografías de grupos masculinos, soldados o marineros, en Georgia Fiorio, en la sensibilidad lésbica de los desnudos de la argentina Alicia d'Amico o en las fotos de Susan Meiselas y Ellen von Unwerth. Un panorama que se completa con la relación del desnudo con el espacio en Jo Brunenberg o Harry Callahan, con las poéticas nostálgicas y evanescentes de Vari Caramés, Fernando Manso y Encarna Marín, con pintores fotógrafos como René Magritte y escenas de cabaret como las que ofrecen Aaron Siskind y Burt Glinn. Jugar con el culo en grupo es el tema de Wolfgang Tillmans, mientras cuerpo y tragedia se dan cita en Ricky Dávila y Jesús Micó.
La fotografía se constituye aquí en ese espejo capaz de captar en el culo el alma secreta que le da identidad, y como la fotografía esconde más de lo que muestra, la exposición Ocultos da mucho juego al espectador, el auténtico protagonista.
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