sábado, octubre 06, 2007

Valcárcel: «Es imposible que religión y democracia lleguen a conciliarse»

Valcárcel: «Es imposible que religión y democracia lleguen a conciliarse»
La filósofa y consejera de Estado defiende que «la única manera de tener control en un mundo obsesionado por controlar es el autocontrol» Oviedo, A. VILLACORTA
«A Dios no lo eligió nadie por regla de mayorías. Los ángeles no votaron. Si hubiesen votado, a saber a quién hubiesen elegido. Religión y democracia no van a poder conciliarse». Y ésa es, según Amelia Valcárcel, la razón última por la que los representantes de la Iglesia católica y del Gobierno de España anden a la gresca desde hace meses por la llegada de una asignatura a las escuelas.
La filósofa y consejera de Estado que «en Oviedo no necesita ser presentada», como la introdujo el presidente de Tribuna Ciudadana, Alfonso Toribio, pronunció ayer la conferencia «Educar para la Ciudadanía» en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA. Lo hizo no tanto para referirse a la nueva materia obligatoria de la ESO, sino para referir que, «para muchos, la democracia es solamente una regla de procedimiento infecta». Son, aseveró, «los que ven en Dios el Supremo Bien» y «confían en que hará una eterna justicia universal».
Quienes se oponen a que se eduque en los valores comunes de la Ciudadanía y los Derechos Humanos, explicó la catedrática, que en su último libro propone hablar de Dios, entienden además «que la Verdad tiene que tener una fuente más noble en origen que nosotros», una creencia bajo la que subyace «la enorme bóveda de la especie caída»: «No siendo los seres humanos suficientemente nobles, tampoco los valores acordados por consenso entre nosotros pueden serlo».
«Hasta hace bien poco se decía que la vida empezaba cuando uno se moría, una afirmación cuando menos singular y bastante antiempírica», siguió la pensadora, quien insistió en que los valores religiosos, aunque respetables, corresponden al ámbito de lo privado y en la religión es una estructura piramidal contraria al sistema dialógico democrático.
Amelia Valcárcel no entró siquiera a valorar la conveniencia de impartir Ciudadanía en las aulas. A cambio, fue al fondo: se preguntó «si tenemos alguna manera de lograr que la gente desarrolle de forma solvente y continuada nuevos hábitos de convivencia». La cuestión, «aparentemente simple», apuntó, «sólo tiene de simple la apariencia». «Es una pregunta cuya respuesta no existe», abundó, ya que «la única manera de tener control en un mundo obsesionado por el control es garantizar que existe autocontrol».
Los controles de pasajeros en los aeropuertos estadounidenses reforzados tras el 11-S le sirvieron de ejemplo: «A quien haya pasado por esa frontera le habrán dispensado un tratamiento que aspira a controlar». Ahora bien, apuntó: «No está claro que con esas humillaciones que te hacen pasar, y que Barajas aprende rápidamente, se consiga nada. Porque todo el control que se logra con vigilancia externa es muy pequeño. Lo único que consiguen es que el control se empiece a convertir en un fin en sí mismo. Que te den más miedo los controles que ese supuesto temor del que ese control te tiene que librar».
Un tipo de conocimiento que apueste por valores asentados sobre el consenso, la tolerancia y la convivencia como el que se propone con la nueva materia, explicó, conseguirá así «poner una red a una serie de problemas asociados a una forma política de gobierno como la democracia, como el hecho de que genera disidencias y exclusiones», un sistema que «sólo tras la II Guerra Mundial ha empezado a tener buen nombre, mientras que antes se la incluía en la órbita de la anarquía».
La catedrática se marchó dejando un mensaje pesimista: «La ciudadanía, sin embargo, no está entrando en agenda y los temas de la ética del presente están siendo librados en torno a la conciencia religiosa, que dicta con quién debemos relacionarnos, cómo debemos vestir y qué debemos comer. Quienes dictan qué está bien y qué está mal o cómo deben comportarse los sexos entre sí, un sustrato normativo poderosísimo, son las religiones, que compiten directamente con la ciudadanía porque plantean el problema del bien. Y el mundo sigue siendo coercitivo».

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