FUERA DE CASA Matriotas Javier Rioyo DOMINGO - 30-09-2007
Las patrias son errores históricos. Y no es verdad que sirvan como sustitutivos de las madres. Cuando veo a un patriota me cambio de acera. No es que no me gusten, es que no me los creo. No me encuentro cómodo en su cercanía. Lo intento, pero no puedo. Cuando me quiero poner en patriota hay algo en mí que hace que me crezcan las dudas. Me suceden fenómenos extraños y se me difuminan las fronteras. ¡Hasta se me quitan las ganas de ir de vacaciones a las Azores!
Pero no me entrego, hago ejercicios, no quiero ser de ranchos lejanos, ni de verdes valles, ni siquiera de colinas rojas. Y de vez en cuando hago el ejercicio de convertirme en uno de ésos. Y tenerlo tan claro: una patria, una bandera, una selección, un himno, una televisión, una cuenta corriente -otra en Suiza-, un patrimonio, una asesoría, un libro, una paella, un confesor, un equipo, un municipio... en fin, esas cosas que hacen patria. ¡Qué palabra! Parece llena de excesos y banalidades. Patria: ¿esa cosa que escucha nuestra aflicción? ¿O esa otra grande, ajena y sorda? Me asusta un poco, bastante, creo que se empieza por ser patriota y se termina por ser monógamo. Somos muy raros.
Además, a los patriotas ya no se les reconoce. Unos se disfrazan de pijos, otros lo son, pero ninguno parece acabar por encontrar su uniforme. Tengo todo el respeto por esos que lo hacen por estética. Patriotas como Valle-Inclán, que decía ser carlista por estética. Por aquella boina que era "una cresta pomposa que ennoblece". Y por su capa blanca que parecía exportada de un viejo imperio, de una corte arcaica. Eso sí era un bello disfraz político, patriótico. Y sectario, algo que va de suyo. Ahora no hay manera. Ni estilo. Ni modo, ni moda. Ahora, patriota, como gallego, lo puede ser cualquiera. Sólo hace falta haber nacido en el sitio inadecuado y en el momento inoportuno. Las patrias son errores históricos. Y es falso que sirvan como sustitutos de las madres. Con mi poca patria a cuestas, con el peso de ese pedazo de patria que es la lengua, cargando con los kilos del nuevo, aumentado y actualizado diccionario de uso del español, el María Moliner; paseando con una de esas patrias que todavía me quedan como rara y querida potestad. Una patria no tan chica, tan querida desde hace tanto tiempo. Con nosotros seguirá ahora en su renovada manera de hacer patria. De hacer matria, esa manera patriótica de sentir que no reconoce ningún diccionario. Una patria mujer que no existe ni en la Red. Mejor para ella.
Me encuentro con mi vecino Javier Marías. Poco patriótico, como su narrador de Tu rostro mañana, ese hombre de varios nombres, de varias caras, varias vidas, varias ciudades, varias novelas. Casi le reprocho que dé por terminada la historia de Jaime, Jacobo, Jacques Deza, sus rostros, sus vidas, sus matrias, que nos han acompañado desde hace ya más de un lustro. Javier, que sigue teniendo sus patrias en sus libros, en sus islas irreales y verdaderas, en sus amores y en su escritura, nos recuerda que es bueno tener un pasaporte en regla y algún dinero -esa cosa de papel y sin patria- en otro lugar que no sea la patria chica. Ni mucho menos la madre patria. Tener la salida preparada para llegar, por ejemplo, a un lugar un poco más anglosajón que este barrio madrileño que nos une y nos separa. Nos unen pequeñas patrias, una librería, un mercado y un restaurante. Las que nos separan tienen que ver con el fútbol, esa frontera irreal pero muy firme. El fútbol, esa cosa verde y con piernas que es muy capaz de grandes guerras. Nos hemos despojado en la vida de muchas cosas, de ésa no somos capaces. Hemos vivido guerras del fútbol en muchos frentes. Y ahora en casa, con quintacolumnistas, espías, traidores y con fuego cruzado. Hay días que uno tiene ganas de tomar partido. De pelear por su equipo hasta la muerte, pero ni un paso más. Menos mal que el Atlético ya no es el que era, hasta sabe ganar. Como si se pusiera el disfraz de patria feliz. Una hermosa matria... No debemos perder la esperanza, siempre podremos volver al que fuimos y nunca quisimos ser. Así somos.
Para seguir haciendo patria, y sin salir del barrio nuestro aunque le llamen de los Austrias, me escapo para ver a otra compatriota. Quiero decir otra que tal baila, que tal canta, y en inglés, por supuesto. Una española, madrileña, inglesa, lectora, actriz y cantante Leonor Watling. Presenta sus susurros, sus patrióticos cantos, en un teatro castizo con nombre inglés. Leonor es una de las mujeres que nos hacen pensar en que la patria no es tan necesaria. Que la patria bien podría ser ella. De alguien lo será. No doy el nombre para no sembrar odios, guerras y desencuentros. Quiero hacer patria. No quiero terminar contestando aquello de Rick en Casablanca cuando tiene que confesar su nacionalidad, su patria. No he bebido lo suficiente. Y tampoco soy patriota con algunas bebidas. Menos mal que el vino todavía sigue haciendo patrias. Y matrias.
Las patrias son errores históricos. Y no es verdad que sirvan como sustitutivos de las madres. Cuando veo a un patriota me cambio de acera. No es que no me gusten, es que no me los creo. No me encuentro cómodo en su cercanía. Lo intento, pero no puedo. Cuando me quiero poner en patriota hay algo en mí que hace que me crezcan las dudas. Me suceden fenómenos extraños y se me difuminan las fronteras. ¡Hasta se me quitan las ganas de ir de vacaciones a las Azores!
Pero no me entrego, hago ejercicios, no quiero ser de ranchos lejanos, ni de verdes valles, ni siquiera de colinas rojas. Y de vez en cuando hago el ejercicio de convertirme en uno de ésos. Y tenerlo tan claro: una patria, una bandera, una selección, un himno, una televisión, una cuenta corriente -otra en Suiza-, un patrimonio, una asesoría, un libro, una paella, un confesor, un equipo, un municipio... en fin, esas cosas que hacen patria. ¡Qué palabra! Parece llena de excesos y banalidades. Patria: ¿esa cosa que escucha nuestra aflicción? ¿O esa otra grande, ajena y sorda? Me asusta un poco, bastante, creo que se empieza por ser patriota y se termina por ser monógamo. Somos muy raros.
Además, a los patriotas ya no se les reconoce. Unos se disfrazan de pijos, otros lo son, pero ninguno parece acabar por encontrar su uniforme. Tengo todo el respeto por esos que lo hacen por estética. Patriotas como Valle-Inclán, que decía ser carlista por estética. Por aquella boina que era "una cresta pomposa que ennoblece". Y por su capa blanca que parecía exportada de un viejo imperio, de una corte arcaica. Eso sí era un bello disfraz político, patriótico. Y sectario, algo que va de suyo. Ahora no hay manera. Ni estilo. Ni modo, ni moda. Ahora, patriota, como gallego, lo puede ser cualquiera. Sólo hace falta haber nacido en el sitio inadecuado y en el momento inoportuno. Las patrias son errores históricos. Y es falso que sirvan como sustitutos de las madres. Con mi poca patria a cuestas, con el peso de ese pedazo de patria que es la lengua, cargando con los kilos del nuevo, aumentado y actualizado diccionario de uso del español, el María Moliner; paseando con una de esas patrias que todavía me quedan como rara y querida potestad. Una patria no tan chica, tan querida desde hace tanto tiempo. Con nosotros seguirá ahora en su renovada manera de hacer patria. De hacer matria, esa manera patriótica de sentir que no reconoce ningún diccionario. Una patria mujer que no existe ni en la Red. Mejor para ella.
Me encuentro con mi vecino Javier Marías. Poco patriótico, como su narrador de Tu rostro mañana, ese hombre de varios nombres, de varias caras, varias vidas, varias ciudades, varias novelas. Casi le reprocho que dé por terminada la historia de Jaime, Jacobo, Jacques Deza, sus rostros, sus vidas, sus matrias, que nos han acompañado desde hace ya más de un lustro. Javier, que sigue teniendo sus patrias en sus libros, en sus islas irreales y verdaderas, en sus amores y en su escritura, nos recuerda que es bueno tener un pasaporte en regla y algún dinero -esa cosa de papel y sin patria- en otro lugar que no sea la patria chica. Ni mucho menos la madre patria. Tener la salida preparada para llegar, por ejemplo, a un lugar un poco más anglosajón que este barrio madrileño que nos une y nos separa. Nos unen pequeñas patrias, una librería, un mercado y un restaurante. Las que nos separan tienen que ver con el fútbol, esa frontera irreal pero muy firme. El fútbol, esa cosa verde y con piernas que es muy capaz de grandes guerras. Nos hemos despojado en la vida de muchas cosas, de ésa no somos capaces. Hemos vivido guerras del fútbol en muchos frentes. Y ahora en casa, con quintacolumnistas, espías, traidores y con fuego cruzado. Hay días que uno tiene ganas de tomar partido. De pelear por su equipo hasta la muerte, pero ni un paso más. Menos mal que el Atlético ya no es el que era, hasta sabe ganar. Como si se pusiera el disfraz de patria feliz. Una hermosa matria... No debemos perder la esperanza, siempre podremos volver al que fuimos y nunca quisimos ser. Así somos.
Para seguir haciendo patria, y sin salir del barrio nuestro aunque le llamen de los Austrias, me escapo para ver a otra compatriota. Quiero decir otra que tal baila, que tal canta, y en inglés, por supuesto. Una española, madrileña, inglesa, lectora, actriz y cantante Leonor Watling. Presenta sus susurros, sus patrióticos cantos, en un teatro castizo con nombre inglés. Leonor es una de las mujeres que nos hacen pensar en que la patria no es tan necesaria. Que la patria bien podría ser ella. De alguien lo será. No doy el nombre para no sembrar odios, guerras y desencuentros. Quiero hacer patria. No quiero terminar contestando aquello de Rick en Casablanca cuando tiene que confesar su nacionalidad, su patria. No he bebido lo suficiente. Y tampoco soy patriota con algunas bebidas. Menos mal que el vino todavía sigue haciendo patrias. Y matrias.
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