Las propiedades de los Franco Asunción Pérez-Pérez Reina - Sant Cugat del Vallés. Barcelona EL PAÍS - Opinión - 16-09-2007
Agradezco de todo corazón el artículo "Negocios de familia" así como "El búnker de Meirás" publicado en Domingo de EL PAÍS del 9 de septiembre. Un poco tarde, casi no llego. He cumplido 70 años, y de los cinco hermanos que fuimos quedamos dos: Luisa-Sahara, que permanece en Torino (Italia), y yo, que vivo en Barcelona; Guillermina, que ha fallecido este año 2007 en Boise (Idaho), María Teresa, fallecida en Caracas en 2002 (Venezuela), Francisco Manuel, fallecido en Los Ángeles (California) en 2005.
Mi padre, Francisco Pérez Pérez, hizo la carrera militar en la Academia de Infantería de Toledo, y a los 28 años fue destinado a la provincia española de Río de Oro (Sáhara español) con sede en La Agüera, donde ocupó el cargo de gobernador hasta 1935. En septiembre de 1936, y por no adherirse al llamado Movimiento de Franco, fue desterrado al pueblo de Alajeró, de La Gomera, donde permaneció con su mujer e hijos los tres años de la dichosa contienda, y allí nací, en diciembre de 1936. Tras tres años de obligado destierro y después de pasar por tres tribunales de honor, se le otorgó el retiro obligatorio.
En 1942, al querer ocupar su casa de Ciudad Jardín de Alicante, la encontró requisada por otra persona, y así, hasta el día de hoy, a pesar de las infinitas peticiones documentadas. Desposeído de su casa y de sus derechos de ciudadano, tanto civil como militar, en 1945 decidió el exilio en Tánger, donde permaneció con su esposa y cinco hijos, como residentes en esta ciudad de régimen interior internacional.
Esta familia, como tantas otras familias españolas, padeció una guerra cruel, una posguerra más cruel todavía y una dictadura incalificable, y hemos tenido que soportar la benevolencia con la que han sido tratados el dictador y sus descendientes. Antes de que me llegue la hora final y no habiéndonos beneficiado de nada de nuestra patria que no sea su luz, el cariño que le tenemos y su incuestionable carácter extraordinario, con la familia desperdigada a lo largo de años, queriéndonos en la distancia aunque perdidos en el tiempo, quisiera llegar a ver a los descendientes del dictador devolver todas y cada una de las cosas materiales que se hayan apropiado.
De lo demás, de nuestras vidas, de nosotros, nuestra lejanía, nuestra muerte, dispersos, con llantos ahogados de los que ellos no han sabido ni de oídas, de eso, no pueden devolvernos nada, absolutamente nada. Me lo deben. Que todos los Franco sepan que están en deuda para siempre. De la misma manera que nosotros padeceremos para siempre las consecuencias de la mente... obtusa y obsesa de su abuelo... equivocado. No hay remedio. Ni olvido. Ni perdón.
Agradezco de todo corazón el artículo "Negocios de familia" así como "El búnker de Meirás" publicado en Domingo de EL PAÍS del 9 de septiembre. Un poco tarde, casi no llego. He cumplido 70 años, y de los cinco hermanos que fuimos quedamos dos: Luisa-Sahara, que permanece en Torino (Italia), y yo, que vivo en Barcelona; Guillermina, que ha fallecido este año 2007 en Boise (Idaho), María Teresa, fallecida en Caracas en 2002 (Venezuela), Francisco Manuel, fallecido en Los Ángeles (California) en 2005.
Mi padre, Francisco Pérez Pérez, hizo la carrera militar en la Academia de Infantería de Toledo, y a los 28 años fue destinado a la provincia española de Río de Oro (Sáhara español) con sede en La Agüera, donde ocupó el cargo de gobernador hasta 1935. En septiembre de 1936, y por no adherirse al llamado Movimiento de Franco, fue desterrado al pueblo de Alajeró, de La Gomera, donde permaneció con su mujer e hijos los tres años de la dichosa contienda, y allí nací, en diciembre de 1936. Tras tres años de obligado destierro y después de pasar por tres tribunales de honor, se le otorgó el retiro obligatorio.
En 1942, al querer ocupar su casa de Ciudad Jardín de Alicante, la encontró requisada por otra persona, y así, hasta el día de hoy, a pesar de las infinitas peticiones documentadas. Desposeído de su casa y de sus derechos de ciudadano, tanto civil como militar, en 1945 decidió el exilio en Tánger, donde permaneció con su esposa y cinco hijos, como residentes en esta ciudad de régimen interior internacional.
Esta familia, como tantas otras familias españolas, padeció una guerra cruel, una posguerra más cruel todavía y una dictadura incalificable, y hemos tenido que soportar la benevolencia con la que han sido tratados el dictador y sus descendientes. Antes de que me llegue la hora final y no habiéndonos beneficiado de nada de nuestra patria que no sea su luz, el cariño que le tenemos y su incuestionable carácter extraordinario, con la familia desperdigada a lo largo de años, queriéndonos en la distancia aunque perdidos en el tiempo, quisiera llegar a ver a los descendientes del dictador devolver todas y cada una de las cosas materiales que se hayan apropiado.
De lo demás, de nuestras vidas, de nosotros, nuestra lejanía, nuestra muerte, dispersos, con llantos ahogados de los que ellos no han sabido ni de oídas, de eso, no pueden devolvernos nada, absolutamente nada. Me lo deben. Que todos los Franco sepan que están en deuda para siempre. De la misma manera que nosotros padeceremos para siempre las consecuencias de la mente... obtusa y obsesa de su abuelo... equivocado. No hay remedio. Ni olvido. Ni perdón.
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