Paletos homéricos. JAVIER MARÍAS EL PAIS SEMANAL - 01-11-2009
Uno de los aspectos del zarandeado caso Gürtel en los que se ha hecho menos hincapié es lo paletos, advenedizos y acomplejados que los políticos involucrados en él parecen ser, algo que quizá resulta tan alarmante como su más que probable corrupción. No se trata sólo del lenguaje entre cursi y soez de las conversaciones grabadas que han salido a la luz, ni de la hortera fascinación por bolsos rojos de marca, aparatosos relojes, automóviles llamativos y talles de pantalones así o asá, como si vivieran permanentemente en una competición de pijos catetos o de narcos mexicanos y ese fuera su mundo, el de la apariencia hiriente y la ostentación. Esto es ya, desde luego, bastante notable: que dirigentes con responsabilidades enormes y múltiples problemas que resolver dispongan de tanto tiempo para mirarse en el espejo, cardarse el pelo, ir de compras (u hojear catálogos y enviar a un mandado con bigotes a hacerlas), probarse trajes y meterle la muñeca con peluco en el ojo a todo el que se les acerque. Pero aún más paleto que todo esto es el afán por figurar en compañía de quienes consideran por encima de ellos y que pueden contagiarles algo de su supuesto prestigio. Eso indica que tienen muy baja opinión de sí mismos y que son propensos a deslumbrarse por la fama, exactamente igual que las groupies que ansían hacerse una foto con su cantante favorito, sólo que peor: al fin y al cabo para ellas se trata de su favorito, mientras que estos políticos valencianos parecen conformarse con cualquiera que suene o reluzca un poquito.
El sueño del Presidente Paco Camps era, por lo visto, hacérsela junto a Obama, pero cuando le comunicaron que su sueño era vulgar, que había unas quinientas mil personas aspirando a lo mismo (incluido Zapatero) y que la cosa estaba imposible, se le antojó, hemos sabido, hacérsela con el Gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, a quien no mucha gente debe de conocer fuera de su Estado o de su país y que si entre nosotros suena algo es simplemente porque, pese a su apellido, es uno de los primeros semihispanos (su madre nació mexicana) con cargos relevantes en los Estados Unidos y con vagas y remotas (y frustradas) aspiraciones a la Presidencia de la nación. Yo, la verdad, ni siquiera entiendo a esas personas “importantes” (diplomáticos, empresarios, escritores, banqueros) que exponen en el salón de su casa la fotografía que les hicieron un día –como a ochocientos más– con el Rey, la Reina o el Papa, con Clinton, Bush padre o hijo o Mitterrand, no digamos con el siempre barbado Fidel Castro o con el constantemente injertado y momificado Berlusconi. Algo más entiendo –pero tampoco– a quienes exponen una en la que se los ve junto a Picasso, Stravinsky, Nabokov u Orson Welles, a no ser que, además de grandes artistas, fueran amigos personales suyos. Cuando veo esos alardes en algunos salones o despachos, siempre pienso del anfitrión: “Ya, estuvo una vez –o dos, o cuatro, tanto da– al lado de este personaje. ¿Y qué? ¿Creerá que ese contacto lo hace a él más valioso o mejor? ¿Que por eso se le pegó o se le pega la “grandeza” de la celebridad? ¿Sentirá que de alguna pobre manera pertenece a su mundo por haber posado junto a ella?” Lamento decirlo, pero esas exhibiciones o trofeos fotográficos me parecen una horterada mayúscula, digna de individuos acomplejados, presuntuosos y papanatas. Y el que anhela verse reproducido en imagen al lado del Gobernador de Nuevo México, y es capaz de remover Roma con Santiago para conseguirlo, es que se considera directamente un mierda a sí mismo, lo cual nunca es bueno en un Presidente, aunque lo sea sólo de una Comunidad Autónoma española.
De la trascendencia otorgada a este encuentro de Camps con Richardson –válgame Dios–, da cuenta una de las conversaciones que hemos podido leer, entre Álvaro Pérez, el admirable El Bigotes, y el poco menos admirable Pedro García, entonces director de la Televisión Valenciana. Cuando éste le revela a aquél que la codiciada cita ya está pactada y Bigotes descubre que, tras sus abnegadas gestiones para procurársela a su “amiguito del alma”, él ha sido puenteado, se enfurece como un Otelo y maquina un pérfido plan: “Lo que voy a hacer es irme el martes a EEUU para que cuando Camps llegue allí, estar en la reunión, y para que no pueda entrar Nuria Romeral, ni Ana” (lo lamento, no tengo el gusto de saber quiénes son), “ni nadie, nada más que él y yo. Y cuando esté allí la hija de puta esta decirle: ‘¿Cómo que si estoy aquí? Si viene por mí y lo va a ver por mí’” (el mindundi de Camps al gigante de Richardson, se entiende). El admirable García le desaconseja ese movimiento intrépido, y Bigotes explota admirable y homéricamente: “Entonces qué le digo. Si lo único que le puedo decir es” (obsérvense el desgarro y la ira, obsérvense las confianzas): “‘Oye Paco, eres un cerdo, ¿cómo coño haces esto sin decirme nada?’ Va a conseguir la foto gracias a mí y el hijo de puta no me dice nada. Es un mierda”.
Que, como he dicho antes, es exactamente lo que el Presidente Camps ha de pensar de sí mismo, para mover cielo y tierra, como el mayor paleto, a fin de hacerse una foto con el Gobernador de Nuevo México.
Uno de los aspectos del zarandeado caso Gürtel en los que se ha hecho menos hincapié es lo paletos, advenedizos y acomplejados que los políticos involucrados en él parecen ser, algo que quizá resulta tan alarmante como su más que probable corrupción. No se trata sólo del lenguaje entre cursi y soez de las conversaciones grabadas que han salido a la luz, ni de la hortera fascinación por bolsos rojos de marca, aparatosos relojes, automóviles llamativos y talles de pantalones así o asá, como si vivieran permanentemente en una competición de pijos catetos o de narcos mexicanos y ese fuera su mundo, el de la apariencia hiriente y la ostentación. Esto es ya, desde luego, bastante notable: que dirigentes con responsabilidades enormes y múltiples problemas que resolver dispongan de tanto tiempo para mirarse en el espejo, cardarse el pelo, ir de compras (u hojear catálogos y enviar a un mandado con bigotes a hacerlas), probarse trajes y meterle la muñeca con peluco en el ojo a todo el que se les acerque. Pero aún más paleto que todo esto es el afán por figurar en compañía de quienes consideran por encima de ellos y que pueden contagiarles algo de su supuesto prestigio. Eso indica que tienen muy baja opinión de sí mismos y que son propensos a deslumbrarse por la fama, exactamente igual que las groupies que ansían hacerse una foto con su cantante favorito, sólo que peor: al fin y al cabo para ellas se trata de su favorito, mientras que estos políticos valencianos parecen conformarse con cualquiera que suene o reluzca un poquito.
El sueño del Presidente Paco Camps era, por lo visto, hacérsela junto a Obama, pero cuando le comunicaron que su sueño era vulgar, que había unas quinientas mil personas aspirando a lo mismo (incluido Zapatero) y que la cosa estaba imposible, se le antojó, hemos sabido, hacérsela con el Gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, a quien no mucha gente debe de conocer fuera de su Estado o de su país y que si entre nosotros suena algo es simplemente porque, pese a su apellido, es uno de los primeros semihispanos (su madre nació mexicana) con cargos relevantes en los Estados Unidos y con vagas y remotas (y frustradas) aspiraciones a la Presidencia de la nación. Yo, la verdad, ni siquiera entiendo a esas personas “importantes” (diplomáticos, empresarios, escritores, banqueros) que exponen en el salón de su casa la fotografía que les hicieron un día –como a ochocientos más– con el Rey, la Reina o el Papa, con Clinton, Bush padre o hijo o Mitterrand, no digamos con el siempre barbado Fidel Castro o con el constantemente injertado y momificado Berlusconi. Algo más entiendo –pero tampoco– a quienes exponen una en la que se los ve junto a Picasso, Stravinsky, Nabokov u Orson Welles, a no ser que, además de grandes artistas, fueran amigos personales suyos. Cuando veo esos alardes en algunos salones o despachos, siempre pienso del anfitrión: “Ya, estuvo una vez –o dos, o cuatro, tanto da– al lado de este personaje. ¿Y qué? ¿Creerá que ese contacto lo hace a él más valioso o mejor? ¿Que por eso se le pegó o se le pega la “grandeza” de la celebridad? ¿Sentirá que de alguna pobre manera pertenece a su mundo por haber posado junto a ella?” Lamento decirlo, pero esas exhibiciones o trofeos fotográficos me parecen una horterada mayúscula, digna de individuos acomplejados, presuntuosos y papanatas. Y el que anhela verse reproducido en imagen al lado del Gobernador de Nuevo México, y es capaz de remover Roma con Santiago para conseguirlo, es que se considera directamente un mierda a sí mismo, lo cual nunca es bueno en un Presidente, aunque lo sea sólo de una Comunidad Autónoma española.
De la trascendencia otorgada a este encuentro de Camps con Richardson –válgame Dios–, da cuenta una de las conversaciones que hemos podido leer, entre Álvaro Pérez, el admirable El Bigotes, y el poco menos admirable Pedro García, entonces director de la Televisión Valenciana. Cuando éste le revela a aquél que la codiciada cita ya está pactada y Bigotes descubre que, tras sus abnegadas gestiones para procurársela a su “amiguito del alma”, él ha sido puenteado, se enfurece como un Otelo y maquina un pérfido plan: “Lo que voy a hacer es irme el martes a EEUU para que cuando Camps llegue allí, estar en la reunión, y para que no pueda entrar Nuria Romeral, ni Ana” (lo lamento, no tengo el gusto de saber quiénes son), “ni nadie, nada más que él y yo. Y cuando esté allí la hija de puta esta decirle: ‘¿Cómo que si estoy aquí? Si viene por mí y lo va a ver por mí’” (el mindundi de Camps al gigante de Richardson, se entiende). El admirable García le desaconseja ese movimiento intrépido, y Bigotes explota admirable y homéricamente: “Entonces qué le digo. Si lo único que le puedo decir es” (obsérvense el desgarro y la ira, obsérvense las confianzas): “‘Oye Paco, eres un cerdo, ¿cómo coño haces esto sin decirme nada?’ Va a conseguir la foto gracias a mí y el hijo de puta no me dice nada. Es un mierda”.
Que, como he dicho antes, es exactamente lo que el Presidente Camps ha de pensar de sí mismo, para mover cielo y tierra, como el mayor paleto, a fin de hacerse una foto con el Gobernador de Nuevo México.
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