PSICOLOGÍA No estemos siempre a la defensiva CRISTINA LLAGOSTERA EL PAIS SEMANAL - 07-03-2010
Suele decirse que la mejor defensa es un buen ataque. Esta frase, tan común en los ambientes deportivos, a menudo se aplica también a las relaciones personales.
Un marido le comenta a su esposa: “Hoy sí que te ha quedado buena la comida”; a lo que ella replica: “¿Qué quieres decir?, ¿que normalmente no cocino bien?”; y él, enojado, responde: “Ni siquiera es posible hablar contigo”. Se trata de un ejemplo común sobre el absurdo en que pueden caer ciertas relaciones cuando prevalece la actitud de estar a la defensiva. Incluso comentarios aparentemente bienintencionados pueden hacer saltar la chispa si se juzgan como claros ataques a la integridad personal.
Pero ¿por qué surge esta necesidad exagerada de defenderse? ¿Y qué consecuencias tiene? El instinto de conservación, que lleva a un individuo a marcar con recelo su propio territorio, es el responsable en gran parte de los conflictos y malentendidos que se generan en la interacción con los demás. Al considerar el mundo un lugar hostil y amenazador, las relaciones se convierten automáticamente en un terreno peligroso donde los demás se ven más como rivales que como aliados.
Cómo crearse enemigos “El hombre cree que lo que piensa es verdad” (anónimo)
Cualquier persona puede sentirse en algún momento herida y sospechar de las intenciones de los demás. Sin embargo, sólo algunas alcanzan la maestría en detectar el más mínimo mensaje malintencionado. Para lograrlo se puede seguir este manual de instrucciones:
1. El primer paso consiste en convertirse en un verdadero experto en captar cuchicheos, burlas o propósitos secretos. Para ello hay que tener en cuenta los indicios más nimios: una mirada, un gesto, un guiño pueden ayudar a desvelar una mala intención disfrazada de cortesía.
2. Perseverar en este empeño permitirá aprender a leer los pensamientos ajenos. Se podrá así estar más preparado ante el enfado o los celos de otras personas, incluso cuando ellas no sepan o no quieran admitir que abrigan tales sentimientos. Cualquier precaución es poca.
3. Hay que resistir la tentación de infravalorar las pruebas. Aunque parezcan banales, pueden ser parte de un ataque casi imperceptible hacia nuestra persona. No se debe permitir que las apariencias engañen, y al comentar las sospechas con conocidos se debe desconfiar de entrada de quienes intenten disuadirnos.
4. Es obvio que si alguien quiere dañarnos evitará a toda costa ser descubierto o confesar abiertamente su intención, por lo cual resulta por completo contraproducente hablar directamente del tema con él. Mejor, pues, contraatacar cuanto antes, sin dejarse engatusar por los intentos de la otra persona para ganarse nuestra confianza. Sólo mediante una actitud firme y severa le haremos saber que no estamos dispuestos a dejarnos pisotear.
Siguiendo al pie de la letra estas prescripciones se conseguirá prevenir y contrarrestar los ataques, tanto los reales como… los imaginarios. Y ahí reside precisamente la trampa de la actitud defensiva: erige un muro de desconfianza entre uno mismo y los otros. Eso conlleva protección, pero también aislamiento e importantes errores de interpretación.
Paul Watzlawick, un psicólogo experto en comunicación humana, popularizó hace años el concepto de la profecía autocumplida, según el cual las conductas de evitación tienen la curiosa virtud de atraer justamente lo que pretenden evitar.
Piensa mal y acertarás “Mi esposa era básicamente inmadura. Cuando yo estaba en la bañera, venía ella y me hundía los barcos” (Woody Allen)
La actitud defensiva se construye sobre el miedo a ser herido por los demás. Sin embargo, ese mismo recelo y las estrategias que se utilizan para defenderse facilitan que se encuentre precisamente la realidad que tanto se teme: el rechazo o la ofensa ajena.
Como hemos visto, basta con seguir unas simples indicaciones para crear una atmósfera de desconfianza. Estar a la defensiva supone vivir con la alarma continuamente encendida, sin posibilidad de relajarse. Sin embargo, lo más problemático es que la persona no se da cuenta de hasta qué punto las reacciones que percibe en los demás se deben a su propia actitud recelosa o incluso agresiva.
Si alguien observa vigilante los gestos de quienes le rodean, tarde o temprano encontrará algún indicio sospechoso. Cuando existe una hipótesis en la mente, como, por ejemplo: “No me puedo fiar”, lo más probable es que la atención se decante por buscar pruebas que corroboren esa teoría, desestimando todo aquello que pueda contradecirla. De ese modo, la duda se convierte en una evidencia que la persona utiliza para justificar su actitud defensiva.
Así como hay personas que poseen este rasgo en su carácter, que puede ir desde una tendencia a ser suspicaz hasta trastornos más severos, con frecuencia aparece esta actitud en el seno de una relación, demostrando que existen dificultades importantes a la hora de comunicarse.
Resulta común, por ejemplo, que en la adolescencia se adopte esta actitud defensiva hacia la familia. Se buscan aliados entre los iguales, mientras que los padres pasan a ser, muy a su pesar, los contrincantes. En esta época resulta difícil entenderse, no sólo porque chocan los deseos de unos y otros, sino porque muchos adolescentes necesitan romper, aislarse y poner límites con la familia para construir su propia identidad. Estar a la defensiva les resulta útil para lograrlo.
Se recurre también a esta actitud cuando se quiere proteger una esfera privada, lo cual es una forma de decir: “Aquí no puedes entrar”. Esta respuesta, que en muchas ocasiones resulta apropiada y razonable, en otras se utiliza como escudo para ocultar dificultades que la persona se niega a reconocer. Así, por ejemplo, se trata de una postura muy característica en las personas que tienen problemas de adicción no asumidos cuando se pretende abordar ese tema.
Otras veces, sin embargo, estar a la defensiva indica que existe una relación de competencia o un resentimiento soterrado. En el mundo de la pareja a menudo se producen juegos de este tipo, donde ambos luchan por controlar la situación o reivindicar su punto de vista. Es fácil entonces que crezca la incomprensión y la sensación de impotencia. No hace falta decir que mantener ese pulso constante en el que se pone continuamente a prueba quién gana a quién, genera un tremendo desgaste que puede minar la relación.
La inseguridad interior “La mente es como un paracaídas; trabaja mejor cuando está abierta” (Thomas Dewar)
Así como las serpientes muerden, a pesar de ser la mayoría inofensivas, los seres humanos atacan cuando se sienten amenazados por alguien. Tras la necesidad exagerada de defenderse, a menudo se esconde una persona que teme no ser escuchada o que se siente débil o insegura, aunque su apariencia refleje todo lo contrario. La ira, los celos, el orgullo, el odio… son los venenos que puede inocular, pero cuanto más los propaga, mayor es también la reserva tóxica que se genera en su interior.
La actitud defensiva se basa en la anticipación de un posible daño, lo cual provoca que en muchas ocasiones se reaccione de manera exagerada. Sin embargo, para quien se siente atacado y ve la causa de los problemas en la reacción de los demás, no resulta nada fácil admitir que las cosas pueden ser diferentes de cómo las percibe y que su defensa a ultranza también puede ser considerada un ataque.
Ser consciente de la propia actitud defensiva no basta, pero supone un paso importante. Por tanto, estar dispuesto a cuestionarse a uno mismo resulta indispensable para transformar esta actitud en algo distinto.
Ganar Y ganar “Ir a la derecha o la izquierda es fácil. Ganar y ser vencido es fácil también. Pero no ganar ni ser vencido es muy difícil” (proverbio)
La postura defensiva parte del supuesto de que en las relaciones siempre hay quien gana y quien pierde: si uno no se anda con cuidado, los demás se aprovechan. Sin embargo, las relaciones también pueden entenderse y vivirse de un modo bien distinto. Stephen R. Covey, autor de renombrados best sellers, habla en sus libros de la filosofía del yo gano/tú ganas. La relación realmente satisfactoria es aquella que en lugar de crear dos bandos enfrentados busca la cooperación y la unión de fuerzas, con lo que cada persona obtiene un beneficio.
Sin embargo, no hay colaboración sin confianza. El recelo lleva a exagerar los peligros, a esperar el engaño y la ofensa, a gastar tiempo y energía escrutando la actitud de los demás. No se trata de ser ingenuo, ni dejarse pisar, sino de aprender a defenderse de un modo muy diferente: sin necesidad de atacar.
Estar a la defensiva significa reaccionar en el presente con la carga del pasado y anticipando una amenaza futura. Genera confusión y malentendidos. Para desactivar esta actitud será preciso aprender a comunicarse de manera más franca y clara. Una mayor confianza real en uno mismo ayudará a expresar de manera más directa lo que disgusta, manteniendo con los demás una relación abierta y confiada donde el otro se considere un aliado y no un enemigo.
Aprender para cambiar
– ‘El arte de amargarse la vida’, de Paul Watzlawick. Editorial Herder.
– ‘Pequeños grandes cambios’, de Bill O’Hanlon. Editorial Paidós.
Suele decirse que la mejor defensa es un buen ataque. Esta frase, tan común en los ambientes deportivos, a menudo se aplica también a las relaciones personales.
Un marido le comenta a su esposa: “Hoy sí que te ha quedado buena la comida”; a lo que ella replica: “¿Qué quieres decir?, ¿que normalmente no cocino bien?”; y él, enojado, responde: “Ni siquiera es posible hablar contigo”. Se trata de un ejemplo común sobre el absurdo en que pueden caer ciertas relaciones cuando prevalece la actitud de estar a la defensiva. Incluso comentarios aparentemente bienintencionados pueden hacer saltar la chispa si se juzgan como claros ataques a la integridad personal.
Pero ¿por qué surge esta necesidad exagerada de defenderse? ¿Y qué consecuencias tiene? El instinto de conservación, que lleva a un individuo a marcar con recelo su propio territorio, es el responsable en gran parte de los conflictos y malentendidos que se generan en la interacción con los demás. Al considerar el mundo un lugar hostil y amenazador, las relaciones se convierten automáticamente en un terreno peligroso donde los demás se ven más como rivales que como aliados.
Cómo crearse enemigos “El hombre cree que lo que piensa es verdad” (anónimo)
Cualquier persona puede sentirse en algún momento herida y sospechar de las intenciones de los demás. Sin embargo, sólo algunas alcanzan la maestría en detectar el más mínimo mensaje malintencionado. Para lograrlo se puede seguir este manual de instrucciones:
1. El primer paso consiste en convertirse en un verdadero experto en captar cuchicheos, burlas o propósitos secretos. Para ello hay que tener en cuenta los indicios más nimios: una mirada, un gesto, un guiño pueden ayudar a desvelar una mala intención disfrazada de cortesía.
2. Perseverar en este empeño permitirá aprender a leer los pensamientos ajenos. Se podrá así estar más preparado ante el enfado o los celos de otras personas, incluso cuando ellas no sepan o no quieran admitir que abrigan tales sentimientos. Cualquier precaución es poca.
3. Hay que resistir la tentación de infravalorar las pruebas. Aunque parezcan banales, pueden ser parte de un ataque casi imperceptible hacia nuestra persona. No se debe permitir que las apariencias engañen, y al comentar las sospechas con conocidos se debe desconfiar de entrada de quienes intenten disuadirnos.
4. Es obvio que si alguien quiere dañarnos evitará a toda costa ser descubierto o confesar abiertamente su intención, por lo cual resulta por completo contraproducente hablar directamente del tema con él. Mejor, pues, contraatacar cuanto antes, sin dejarse engatusar por los intentos de la otra persona para ganarse nuestra confianza. Sólo mediante una actitud firme y severa le haremos saber que no estamos dispuestos a dejarnos pisotear.
Siguiendo al pie de la letra estas prescripciones se conseguirá prevenir y contrarrestar los ataques, tanto los reales como… los imaginarios. Y ahí reside precisamente la trampa de la actitud defensiva: erige un muro de desconfianza entre uno mismo y los otros. Eso conlleva protección, pero también aislamiento e importantes errores de interpretación.
Paul Watzlawick, un psicólogo experto en comunicación humana, popularizó hace años el concepto de la profecía autocumplida, según el cual las conductas de evitación tienen la curiosa virtud de atraer justamente lo que pretenden evitar.
Piensa mal y acertarás “Mi esposa era básicamente inmadura. Cuando yo estaba en la bañera, venía ella y me hundía los barcos” (Woody Allen)
La actitud defensiva se construye sobre el miedo a ser herido por los demás. Sin embargo, ese mismo recelo y las estrategias que se utilizan para defenderse facilitan que se encuentre precisamente la realidad que tanto se teme: el rechazo o la ofensa ajena.
Como hemos visto, basta con seguir unas simples indicaciones para crear una atmósfera de desconfianza. Estar a la defensiva supone vivir con la alarma continuamente encendida, sin posibilidad de relajarse. Sin embargo, lo más problemático es que la persona no se da cuenta de hasta qué punto las reacciones que percibe en los demás se deben a su propia actitud recelosa o incluso agresiva.
Si alguien observa vigilante los gestos de quienes le rodean, tarde o temprano encontrará algún indicio sospechoso. Cuando existe una hipótesis en la mente, como, por ejemplo: “No me puedo fiar”, lo más probable es que la atención se decante por buscar pruebas que corroboren esa teoría, desestimando todo aquello que pueda contradecirla. De ese modo, la duda se convierte en una evidencia que la persona utiliza para justificar su actitud defensiva.
Así como hay personas que poseen este rasgo en su carácter, que puede ir desde una tendencia a ser suspicaz hasta trastornos más severos, con frecuencia aparece esta actitud en el seno de una relación, demostrando que existen dificultades importantes a la hora de comunicarse.
Resulta común, por ejemplo, que en la adolescencia se adopte esta actitud defensiva hacia la familia. Se buscan aliados entre los iguales, mientras que los padres pasan a ser, muy a su pesar, los contrincantes. En esta época resulta difícil entenderse, no sólo porque chocan los deseos de unos y otros, sino porque muchos adolescentes necesitan romper, aislarse y poner límites con la familia para construir su propia identidad. Estar a la defensiva les resulta útil para lograrlo.
Se recurre también a esta actitud cuando se quiere proteger una esfera privada, lo cual es una forma de decir: “Aquí no puedes entrar”. Esta respuesta, que en muchas ocasiones resulta apropiada y razonable, en otras se utiliza como escudo para ocultar dificultades que la persona se niega a reconocer. Así, por ejemplo, se trata de una postura muy característica en las personas que tienen problemas de adicción no asumidos cuando se pretende abordar ese tema.
Otras veces, sin embargo, estar a la defensiva indica que existe una relación de competencia o un resentimiento soterrado. En el mundo de la pareja a menudo se producen juegos de este tipo, donde ambos luchan por controlar la situación o reivindicar su punto de vista. Es fácil entonces que crezca la incomprensión y la sensación de impotencia. No hace falta decir que mantener ese pulso constante en el que se pone continuamente a prueba quién gana a quién, genera un tremendo desgaste que puede minar la relación.
La inseguridad interior “La mente es como un paracaídas; trabaja mejor cuando está abierta” (Thomas Dewar)
Así como las serpientes muerden, a pesar de ser la mayoría inofensivas, los seres humanos atacan cuando se sienten amenazados por alguien. Tras la necesidad exagerada de defenderse, a menudo se esconde una persona que teme no ser escuchada o que se siente débil o insegura, aunque su apariencia refleje todo lo contrario. La ira, los celos, el orgullo, el odio… son los venenos que puede inocular, pero cuanto más los propaga, mayor es también la reserva tóxica que se genera en su interior.
La actitud defensiva se basa en la anticipación de un posible daño, lo cual provoca que en muchas ocasiones se reaccione de manera exagerada. Sin embargo, para quien se siente atacado y ve la causa de los problemas en la reacción de los demás, no resulta nada fácil admitir que las cosas pueden ser diferentes de cómo las percibe y que su defensa a ultranza también puede ser considerada un ataque.
Ser consciente de la propia actitud defensiva no basta, pero supone un paso importante. Por tanto, estar dispuesto a cuestionarse a uno mismo resulta indispensable para transformar esta actitud en algo distinto.
Ganar Y ganar “Ir a la derecha o la izquierda es fácil. Ganar y ser vencido es fácil también. Pero no ganar ni ser vencido es muy difícil” (proverbio)
La postura defensiva parte del supuesto de que en las relaciones siempre hay quien gana y quien pierde: si uno no se anda con cuidado, los demás se aprovechan. Sin embargo, las relaciones también pueden entenderse y vivirse de un modo bien distinto. Stephen R. Covey, autor de renombrados best sellers, habla en sus libros de la filosofía del yo gano/tú ganas. La relación realmente satisfactoria es aquella que en lugar de crear dos bandos enfrentados busca la cooperación y la unión de fuerzas, con lo que cada persona obtiene un beneficio.
Sin embargo, no hay colaboración sin confianza. El recelo lleva a exagerar los peligros, a esperar el engaño y la ofensa, a gastar tiempo y energía escrutando la actitud de los demás. No se trata de ser ingenuo, ni dejarse pisar, sino de aprender a defenderse de un modo muy diferente: sin necesidad de atacar.
Estar a la defensiva significa reaccionar en el presente con la carga del pasado y anticipando una amenaza futura. Genera confusión y malentendidos. Para desactivar esta actitud será preciso aprender a comunicarse de manera más franca y clara. Una mayor confianza real en uno mismo ayudará a expresar de manera más directa lo que disgusta, manteniendo con los demás una relación abierta y confiada donde el otro se considere un aliado y no un enemigo.
Aprender para cambiar
– ‘El arte de amargarse la vida’, de Paul Watzlawick. Editorial Herder.
– ‘Pequeños grandes cambios’, de Bill O’Hanlon. Editorial Paidós.
Trampas en la comunicación
La comunicación está presente en cualquier relación humana. Normalmente facilita la interacción, pero en ocasiones también puede bloquearla. Ciertas trampas comunicativas generan fácilmente malentendidos:
1. Lectura de la mente. Supone que los demás deben entendernos y saber lo que necesitamos sin que sea preciso expresarlo.
2. La bola mágica. Ante los mensajes ambiguos se realiza una interpretación subjetiva en lugar de concretar o preguntar directamente.
3. El método indirecto. Consiste en hablar de asuntos sin nombrarlos, quejarse de algo cuando lo que molesta de verdad es otra cosa, dejar frases sin acabar…
4. Ilusión de alternativas. Se proponen dos alternativas. Si la persona escoge A, debería haber elegido B. Si escoge B, se prefiere A. Es un buen modo de tener el conflicto asegurado.
5. Ataque y defensa. La actitud del otro siempre se considera un ataque, la propia es una mera y legítima defensa.
La comunicación está presente en cualquier relación humana. Normalmente facilita la interacción, pero en ocasiones también puede bloquearla. Ciertas trampas comunicativas generan fácilmente malentendidos:
1. Lectura de la mente. Supone que los demás deben entendernos y saber lo que necesitamos sin que sea preciso expresarlo.
2. La bola mágica. Ante los mensajes ambiguos se realiza una interpretación subjetiva en lugar de concretar o preguntar directamente.
3. El método indirecto. Consiste en hablar de asuntos sin nombrarlos, quejarse de algo cuando lo que molesta de verdad es otra cosa, dejar frases sin acabar…
4. Ilusión de alternativas. Se proponen dos alternativas. Si la persona escoge A, debería haber elegido B. Si escoge B, se prefiere A. Es un buen modo de tener el conflicto asegurado.
5. Ataque y defensa. La actitud del otro siempre se considera un ataque, la propia es una mera y legítima defensa.
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