De nuevo los obispos en la batalla política. Cándido Marquesán Millán. Profesor de Instituto
De nuevo los obispos lanzan sus voces tronitonantes. En esta ocasión, ha sido el arzobispo de Granada, Monseñor Francisco Javier Martínez, quien ha vuelto a ponerse en el ojo del huracán por sus ataques furibundos a la nueva Ley del aborto. Llueve sobre mojado. Siendo obispo titular de la diócesis de Córdoba, mantuvo enconados enfrentamientos con varios sectores de la sociedad, pero su ‘enemigo' público número uno fue Miguel Castillejo, ex presidente de Caja Sur, donde la Iglesia es accionista mayoritaria, además de criticar con dureza a los cargos públicos y dirigentes del Partido Popular asistentes a la boda que el vicepresidente primero del Gobierno Francisco Álvarez Cascos, celebró en esta ciudad andaluza. Ya en Granada siguió en la misma línea. Hace unos meses opinaba que el uso masivo de los preservativos no ha detenido los contagios del virus del sida en África, sino que lo ha propagado, una realidad que, a su juicio, está perfectamente constatada, en sintonía con las declaraciones de Benedicto XVI.
Fue llevado a los tribunales por coacciones y una falta de injurias contra un sacerdote que lo denunció, aunque luego la causa fue archivada. En cuestiones litúrgicas parece estar más cerca de Trento que del Vaticano II, al considerar que "los coros rocieros no eran apropiados para las celebraciones litúrgicas», rezaba en las iglesias de la ciudad. Una mera anécdota que sorprendió a algunas parejas de novios y dividió a los sacerdotes. Luego puso en peligro el certamen de guitarra de La Herradura al negarse a que se celebrara en el interior de la iglesia de la localidad, como venía haciéndose en los últimos veintidós años. Sin embargo, en esta ocasión, rectificó dos días después, aunque no sin señalar que había «locales alternativos y más apropiados». Finalmente impuso su criterio y el festival pasó al Auditorio Municipal. Cortó relaciones con la prestigiosa Facultad de Teología de Granada, regentada por jesuitas, y se llevó a los seminaristas a un nuevo instituto que él mismo había creado, ya que según palabras del arzobispo "la situación de la Iglesia en el contexto cultural actual requiere que los seminaristas se formen en un centro propio de la diócesis". Dejó sin oficios religiosos a la localidad de Albuñol, porque sus vecinos se manifestaron en contra del traslado de su párroco, Gabriel Castillo, "cura de los senegaleses".
En junio de 2005, Monseñor Martínez demostró que no estaba alejado de la política, participando en las manifestaciones en contra de las bodas entre homosexuales. Pero no sólo participó, sino que fletó veintidós autocares para que todos los fieles que quisieran pudieran participar de la marcha en Madrid. Señaló entonces que esta movilización se hacía por una «causa justa y de extrema gravedad». Para Martínez, el proyecto, que luego se convertiría en ley, era burlón, y creía que discriminaba a los «matrimonios verdaderos y ofende a la inteligencia».
Y este pasado domingo día 20 de diciembre en la catedral de Granada, en una homilía titulada La humanidad retrocede ante este genocidio espantoso ha vuelto a levantar la polémica, al señalar que tras la aprobación de la nueva Ley del aborto, se va a poner a miles de profesionales (médicos, enfermeras,...) -sobre todo, a ellos- en situaciones muy similares a las que tuvieron que afrontar los médicos o los soldados bajo el régimen de Hitler o de Stalin, o en cualquiera de las dictaduras que existieron en el siglo XX y que realmente establecieron la legalidad de otros crímenes, menos repugnantes que el del aborto. ...El mundo puede llamarlo estupidez. Yo lo llamo valor. Pero matar a un niño indefenso, ¡y que lo haga su propia madre! Eso le da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer, porque la tragedia se la traga ella, y se la traga como si fuera un derecho: el derecho a vivir toda la vida apesadumbrada por un crimen que siempre deja huellas en la conciencia y para el que ni los médicos ni los psiquiatras ni todas las técnicas conocen el remedio...Además adereza sus ofensas con una apología de la Edad Media y un elogio de los cruzados porque eran tan valientes que mataban a los infieles de dos en dos.
La dureza de estas palabras sólo puede compararse con la de las emitidas poco ha en la pastoral del pasado 18 de octubre, del obispo de Huesca, Monseñor Jesús Sanz, recientemente nombrado arzobispo de Oviedo, de lo que debemos sentirnos todos satisfechos, -por cierto un cristiano oscense me decía cómo se añoraba en la diócesis al anterior Monseñor Javier Oses-, en la que, entre otras cosas, decía: Junto al infanticidio horrendo se da al mismo tiempo el matricidio fatal. Lo intentarán disfrazar como derecho de la mujer (innombrable subterfugio de la irresponsabilidad machista), y dirán que es una demanda social, y que no se quiere la cárcel de la madre, todo ello lugares tópicos, nunca mejor dicho, para propiciar un cruel fusilamiento en un paredón entre algodones cuya fosa común será luego un vulgar cubo de basura...
Tengo la impresión de que cuanto más duros e intransigentes son en sus palabras y en sus juicios nuestros purpurados contra cualquier Ley aprobada por los gobiernos socialistas, más posibilidades tienen de escalar en el cursus honorum eclesiástico. Sería ético que esa beligerancia fuera siempre igual, independiente del color político del gobierno de turno. Tampoco nos debe coger por sorpresa, si tenemos en cuenta que desde la desaparición del cardenal Tarancón, los obispos nombrados por Juan Pablo II, y el actual Benedicto XVI, se han destacado por su profundo carácter ultraconservador, muy alejados del espíritu aperturista y conciliador del Vaticano II. Un buen ejemplo podría ser el hasta hace poco obispo de Huesca, Monseñor Jesús Sanz, que ha acumulado méritos suficientes para su ascenso, como cuando publicó una Carta Pastoral iniciada con una alusión a la obra de Thornton Wilder, titulada "Los idus de marzo", fecha en la que fue asesinado Julio César. En esta novela, nos dice el obispo, se muestra cómo hay hombres movidos por el heroísmo, la generosidad y la virtud; así como otros, lo hacen por el egoísmo, la traición y la deslealtad.
Los unos son las víctimas del terrorismo y las gentes sencillas que asistieron por enésima vez a una concentración en la calle, ciudadanos que no quieren asistir impávidos al espectáculo que dan algunos gobernantes. Los segundos son los socialistas, a los que acusa de sacarse de la chistera el resentimiento la Memoria Histórica; que montan como adolescentes operaciones económicas para costear favores inconfesables con el dinero más ajeno, y así lavar las deudas de su propia corrupción; que manchan el nombre de la paz y el de la piedad, llegando a pervertir un sentimiento noble como es el perdón a fin de camuflar el chantaje del que son rehenes ellos mismos, y nos hacen víctimas a todos los demás; y que mandan mensajes de haber salvado a De Juana por piedad, con la excusa del derecho a la vida. Esta última declaración de defensa de la vida, proferida por quien miente de manera habitual, le sirve de pretexto al obispo, para exigir a los socialistas que estén en contra de la eutanasia que viene, para que no pongan obstáculos para saber la verdad de la maraña confusa del 11-M, para que respeten la libertad de quienes no quieren un Educación para la Ciudadanía, para que no jueguen a romper la familia con sus leyes para amiguetes, y para que defiendan la vida del no nacido.
Que en un sistema democrático exista la libertad de expresión es esencial. Y que por ello, cada cual puede manifestar sus opiniones sobre temas diferentes, incluido el del aborto. Las jerarquías católicas pueden descender a la arena política y opinar de lo divino y lo humano, como lo pueden hacer otras instituciones, pero lo que no pueden los obispos es reclamar privilegio alguno. Sería recomendable que usaran unas palabras y unas formas equlibradas, y más todavía, en estas fechas navideñas, ya que las reflejadas en los documentos anteriormente citados no parecen las adecuadas para sembrar la paz.
Entiendo que comparar la legislación aprobada sobre el aborto con las de los regímenes de Hitler y Stalin, no puede ser producto más que de un desvarío pasajero, y que además no sería descabellada la intervención de la Fiscalía para analizar tales palabras. Si hubieran sido emitidas por el presidente de una ONG o un ciudadano no purpurado, es probable que se produjera tal intervención. Los obispos deberían entender que son ciudadanos como los demás, con derechos y deberes. Y si deciden mezclarse en temas políticos, deberían empezar a acostumbrarse a responsabilizarse de lo que dicen, y a que pueda ser contestados por aquellos juicios que hayan emitido. Algo que parece obvio para cualquiera que se sienta demócrata, no lo es para las jerarquías católicas, especialmente las españolas. Y no lo es porque están muy acostumbradas a hablar desde el púlpito, a donde no se puede dirigir réplica alguna. Tampoco estaría de más que comenzara a darse en algunas iglesias cuando se emiten determinadas homilías. Es lo que yo acabo de hacer en estas breves líneas.
De nuevo los obispos lanzan sus voces tronitonantes. En esta ocasión, ha sido el arzobispo de Granada, Monseñor Francisco Javier Martínez, quien ha vuelto a ponerse en el ojo del huracán por sus ataques furibundos a la nueva Ley del aborto. Llueve sobre mojado. Siendo obispo titular de la diócesis de Córdoba, mantuvo enconados enfrentamientos con varios sectores de la sociedad, pero su ‘enemigo' público número uno fue Miguel Castillejo, ex presidente de Caja Sur, donde la Iglesia es accionista mayoritaria, además de criticar con dureza a los cargos públicos y dirigentes del Partido Popular asistentes a la boda que el vicepresidente primero del Gobierno Francisco Álvarez Cascos, celebró en esta ciudad andaluza. Ya en Granada siguió en la misma línea. Hace unos meses opinaba que el uso masivo de los preservativos no ha detenido los contagios del virus del sida en África, sino que lo ha propagado, una realidad que, a su juicio, está perfectamente constatada, en sintonía con las declaraciones de Benedicto XVI.
Fue llevado a los tribunales por coacciones y una falta de injurias contra un sacerdote que lo denunció, aunque luego la causa fue archivada. En cuestiones litúrgicas parece estar más cerca de Trento que del Vaticano II, al considerar que "los coros rocieros no eran apropiados para las celebraciones litúrgicas», rezaba en las iglesias de la ciudad. Una mera anécdota que sorprendió a algunas parejas de novios y dividió a los sacerdotes. Luego puso en peligro el certamen de guitarra de La Herradura al negarse a que se celebrara en el interior de la iglesia de la localidad, como venía haciéndose en los últimos veintidós años. Sin embargo, en esta ocasión, rectificó dos días después, aunque no sin señalar que había «locales alternativos y más apropiados». Finalmente impuso su criterio y el festival pasó al Auditorio Municipal. Cortó relaciones con la prestigiosa Facultad de Teología de Granada, regentada por jesuitas, y se llevó a los seminaristas a un nuevo instituto que él mismo había creado, ya que según palabras del arzobispo "la situación de la Iglesia en el contexto cultural actual requiere que los seminaristas se formen en un centro propio de la diócesis". Dejó sin oficios religiosos a la localidad de Albuñol, porque sus vecinos se manifestaron en contra del traslado de su párroco, Gabriel Castillo, "cura de los senegaleses".
En junio de 2005, Monseñor Martínez demostró que no estaba alejado de la política, participando en las manifestaciones en contra de las bodas entre homosexuales. Pero no sólo participó, sino que fletó veintidós autocares para que todos los fieles que quisieran pudieran participar de la marcha en Madrid. Señaló entonces que esta movilización se hacía por una «causa justa y de extrema gravedad». Para Martínez, el proyecto, que luego se convertiría en ley, era burlón, y creía que discriminaba a los «matrimonios verdaderos y ofende a la inteligencia».
Y este pasado domingo día 20 de diciembre en la catedral de Granada, en una homilía titulada La humanidad retrocede ante este genocidio espantoso ha vuelto a levantar la polémica, al señalar que tras la aprobación de la nueva Ley del aborto, se va a poner a miles de profesionales (médicos, enfermeras,...) -sobre todo, a ellos- en situaciones muy similares a las que tuvieron que afrontar los médicos o los soldados bajo el régimen de Hitler o de Stalin, o en cualquiera de las dictaduras que existieron en el siglo XX y que realmente establecieron la legalidad de otros crímenes, menos repugnantes que el del aborto. ...El mundo puede llamarlo estupidez. Yo lo llamo valor. Pero matar a un niño indefenso, ¡y que lo haga su propia madre! Eso le da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer, porque la tragedia se la traga ella, y se la traga como si fuera un derecho: el derecho a vivir toda la vida apesadumbrada por un crimen que siempre deja huellas en la conciencia y para el que ni los médicos ni los psiquiatras ni todas las técnicas conocen el remedio...Además adereza sus ofensas con una apología de la Edad Media y un elogio de los cruzados porque eran tan valientes que mataban a los infieles de dos en dos.
La dureza de estas palabras sólo puede compararse con la de las emitidas poco ha en la pastoral del pasado 18 de octubre, del obispo de Huesca, Monseñor Jesús Sanz, recientemente nombrado arzobispo de Oviedo, de lo que debemos sentirnos todos satisfechos, -por cierto un cristiano oscense me decía cómo se añoraba en la diócesis al anterior Monseñor Javier Oses-, en la que, entre otras cosas, decía: Junto al infanticidio horrendo se da al mismo tiempo el matricidio fatal. Lo intentarán disfrazar como derecho de la mujer (innombrable subterfugio de la irresponsabilidad machista), y dirán que es una demanda social, y que no se quiere la cárcel de la madre, todo ello lugares tópicos, nunca mejor dicho, para propiciar un cruel fusilamiento en un paredón entre algodones cuya fosa común será luego un vulgar cubo de basura...
Tengo la impresión de que cuanto más duros e intransigentes son en sus palabras y en sus juicios nuestros purpurados contra cualquier Ley aprobada por los gobiernos socialistas, más posibilidades tienen de escalar en el cursus honorum eclesiástico. Sería ético que esa beligerancia fuera siempre igual, independiente del color político del gobierno de turno. Tampoco nos debe coger por sorpresa, si tenemos en cuenta que desde la desaparición del cardenal Tarancón, los obispos nombrados por Juan Pablo II, y el actual Benedicto XVI, se han destacado por su profundo carácter ultraconservador, muy alejados del espíritu aperturista y conciliador del Vaticano II. Un buen ejemplo podría ser el hasta hace poco obispo de Huesca, Monseñor Jesús Sanz, que ha acumulado méritos suficientes para su ascenso, como cuando publicó una Carta Pastoral iniciada con una alusión a la obra de Thornton Wilder, titulada "Los idus de marzo", fecha en la que fue asesinado Julio César. En esta novela, nos dice el obispo, se muestra cómo hay hombres movidos por el heroísmo, la generosidad y la virtud; así como otros, lo hacen por el egoísmo, la traición y la deslealtad.
Los unos son las víctimas del terrorismo y las gentes sencillas que asistieron por enésima vez a una concentración en la calle, ciudadanos que no quieren asistir impávidos al espectáculo que dan algunos gobernantes. Los segundos son los socialistas, a los que acusa de sacarse de la chistera el resentimiento la Memoria Histórica; que montan como adolescentes operaciones económicas para costear favores inconfesables con el dinero más ajeno, y así lavar las deudas de su propia corrupción; que manchan el nombre de la paz y el de la piedad, llegando a pervertir un sentimiento noble como es el perdón a fin de camuflar el chantaje del que son rehenes ellos mismos, y nos hacen víctimas a todos los demás; y que mandan mensajes de haber salvado a De Juana por piedad, con la excusa del derecho a la vida. Esta última declaración de defensa de la vida, proferida por quien miente de manera habitual, le sirve de pretexto al obispo, para exigir a los socialistas que estén en contra de la eutanasia que viene, para que no pongan obstáculos para saber la verdad de la maraña confusa del 11-M, para que respeten la libertad de quienes no quieren un Educación para la Ciudadanía, para que no jueguen a romper la familia con sus leyes para amiguetes, y para que defiendan la vida del no nacido.
Que en un sistema democrático exista la libertad de expresión es esencial. Y que por ello, cada cual puede manifestar sus opiniones sobre temas diferentes, incluido el del aborto. Las jerarquías católicas pueden descender a la arena política y opinar de lo divino y lo humano, como lo pueden hacer otras instituciones, pero lo que no pueden los obispos es reclamar privilegio alguno. Sería recomendable que usaran unas palabras y unas formas equlibradas, y más todavía, en estas fechas navideñas, ya que las reflejadas en los documentos anteriormente citados no parecen las adecuadas para sembrar la paz.
Entiendo que comparar la legislación aprobada sobre el aborto con las de los regímenes de Hitler y Stalin, no puede ser producto más que de un desvarío pasajero, y que además no sería descabellada la intervención de la Fiscalía para analizar tales palabras. Si hubieran sido emitidas por el presidente de una ONG o un ciudadano no purpurado, es probable que se produjera tal intervención. Los obispos deberían entender que son ciudadanos como los demás, con derechos y deberes. Y si deciden mezclarse en temas políticos, deberían empezar a acostumbrarse a responsabilizarse de lo que dicen, y a que pueda ser contestados por aquellos juicios que hayan emitido. Algo que parece obvio para cualquiera que se sienta demócrata, no lo es para las jerarquías católicas, especialmente las españolas. Y no lo es porque están muy acostumbradas a hablar desde el púlpito, a donde no se puede dirigir réplica alguna. Tampoco estaría de más que comenzara a darse en algunas iglesias cuando se emiten determinadas homilías. Es lo que yo acabo de hacer en estas breves líneas.
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