El nuncio que viene del frío para frenar el 'efecto Zapatero' Renzo Fratini, el nuevo embajador del Papa, también se enfrenta al reto de renovar el episcopado español frente al poder del cardenal Rouco. JUAN G. BEDOYA - Madrid EL PAÍS - Sociedad - 06-09-2009
"Se acabó el pasteleo con el Gobierno más laicista de Europa". Con este ánimo arrebatado recibe al arzobispo Renzo Fratini un portavoz de los sectores enfadados con el papel pacificador de Manuel Monteiro de Castro, "el nuncio del caldito". Según el Vaticano, España es la vanguardia del laicismo descristianizador y una amenaza de contagio al resto del orbe católico. Piensan lo mismo los obispos españoles, liderados férreamente por el cardenal Antonio María Rouco. Con esas premisas, la actitud dialogante del nuncio Monteiro con el Ejecutivo socialista les parecía un despropósito. Incluso fue tachado de masón en la COPE, la cadena de radio propiedad del episcopado.
El gesto con que el arzobispo portugués colmó la paciencia de los halcones del catolicismo se produjo el 14 de febrero de 2008. Aquel día, Monteiro invitó a cenar en la Nunciatura al presidente Zapatero. La comida fue frugal, poco más que "un caldito", en un ambiente de "gran cordialidad", según portavoces de los comensales. La conversación se prolongó casi tres horas, hasta la medianoche. Lo llamativo fue que, en aquel momento, la jerarquía católica estaba en plena trifulca contra el Gobierno por desacuerdos ya tradicionales: legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, la venta sin receta de la píldora poscoital, el proyecto de autorizar el aborto libre hasta las 14 semanas de gestación, la asignatura de Educación para la Ciudadanía o la nueva ley de libertad religiosa.
Otro motivo de enfado fue la fecha de la cena. Las elecciones generales estaban a la vuelta de la esquina y lo último que deseaban los prelados era un triunfo del PSOE. Además, la Conferencia Episcopal iba a celebrar dos semanas más tarde asamblea general para elegir presidente. Ganó el cardenal Rouco, el gran ariete contra los socialistas.
Apenas un año después de la sonada cena en la Nunciatura y de la elección de Rouco, Benedicto XVI ha llamado a Roma a Monteiro, para un cargo de segundo nivel en el gobierno vaticano, y envía a Madrid a un nuncio de peso. Se llama Renzo Fratini, es italiano, tiene 65 años y viene de bregar en embajadas de países hostiles al cristianismo, como Pakistán, Indonesia o Nigeria. Pese a la percepción episcopal de que España es el país en el que las relaciones Iglesia-Estado están más deterioradas, al nuevo nuncio su tarea le va a parecer un camino de rosas en comparación con las naciones islámicas en las que ha trabajado hasta ahora.
Si se acepta la tesis de que el cambio busca abrir una nueva etapa en las relaciones con el Gobierno Zapatero, hay que aceptar la idea de los halcones de que Fratini viene con ánimo combativo. Él mismo parece asumirlo cuando, la semana pasada, en declaraciones a Radio Vaticano, desveló las dificultades de su misión. Dijo sobre su nombramiento: "Mi primer sentimiento ha sido de sorpresa porque, sinceramente, no me lo esperaba. De todas formas, voy contento a esta nueva misión importante, en un país importante, pero también con una cierta preocupación, en el sentido de que no creo que sean fáciles en este momento las relaciones con España y la situación general".
Es una declaración gruesa en boca de un miembro del cuerpo diplomático, en este caso del más piropeado del mundo. ¿Fue un desliz? Es poco creíble. La Academia Pontificia Eclesiástica de Roma, donde se forman los embajadores de la Santa Sede, enseña a decir siempre lo que debe decirse, y a callar sobre el resto. El arzobispo Fratini es un producto ejemplar de esa escuela, con nota sobresaliente y una carrera posterior de envergadura. Lo que creen quienes le conocen es que el nuevo nuncio quería mandar un mensaje al Gobierno, para espantar malentendidos. Buscaba desmentirle a la Moncloa la idea de que todo marcha bien en las relaciones con la Santa Sede, dejando claro que el conflicto tiene bases muy reales y no es capricho de los obispos españoles.
Tradicionalmente, la nunciatura de Madrid es la más importante del mundo después de la de París. Su titular es el decano del cuerpo diplomático acreditado en Madrid y goza de preeminencia en los protocolos. Todos suelen acabar en Roma como cardenales. Así fue hasta 1986, con los nuncios Dadaglio e Innocenti, en la etapa de Tarancón como presidente de la Conferencia Episcopal. Antes sobresalieron Cicognani, Antoniutti y Riberi, durante la dictadura nacionalcatólica de Franco. No ocurrió lo mismo en las dos últimas décadas, desde la nunciatura de Mario Tagliaferri entre 1985 a 1995. También murió sin el capelo cardenalicio el nuncio Lajos Kada, húngaro de nacimiento. Nadie duda, en cambio, que llegará a cardenal el arzobispo Monteiro y que Madrid será un tránsito hacia muy altas misiones para Renzo Fratini, a poco que cumpla con su misión.
No le será fácil. Escarmentados de pasados conflictos, que les provocaron muchas expulsiones del pais en siglos pasados, los nuncios son propensos ahora, dentro y fuera de España, a llegar a acuerdos de compromiso con los gobiernos de turno, del signo que sean. Pero esa tendencia realista de la diplomacia vaticana suele chocar con las posiciones más combativas de los obispos locales. Fratini es también el representante del Vaticano ante la Iglesia romana en España, donde los prelados achacan el declive del catolicismo a las políticas laicistas del Gobierno. Es una disculpa que olvida responsabilidades propias. No es el socialismo quien vacía las iglesias, ni el laicismo. El deterioro eclesiástico viene de más lejos.
El nuncio deberá sacudir esas inercias del episcopado, exigiendo más dinamismo y vitalidad. También deberá impulsar la preparación de los prelados que debe nombrar en el futuro. En esa tarea va a encontrar las resistencias de Rouco, acostumbrado a influir en Roma cuando se producen nombramientos. Ahora esperan nuevo prelado las archidiócesis de Valladolid y Oviedo y la diócesis de San Sebastián, por traslado o jubilación de sus titulares, y han cumplido o van a cumplir en meses los 75 años de edad otros ocho obispos.
"Se acabó el pasteleo con el Gobierno más laicista de Europa". Con este ánimo arrebatado recibe al arzobispo Renzo Fratini un portavoz de los sectores enfadados con el papel pacificador de Manuel Monteiro de Castro, "el nuncio del caldito". Según el Vaticano, España es la vanguardia del laicismo descristianizador y una amenaza de contagio al resto del orbe católico. Piensan lo mismo los obispos españoles, liderados férreamente por el cardenal Antonio María Rouco. Con esas premisas, la actitud dialogante del nuncio Monteiro con el Ejecutivo socialista les parecía un despropósito. Incluso fue tachado de masón en la COPE, la cadena de radio propiedad del episcopado.
El gesto con que el arzobispo portugués colmó la paciencia de los halcones del catolicismo se produjo el 14 de febrero de 2008. Aquel día, Monteiro invitó a cenar en la Nunciatura al presidente Zapatero. La comida fue frugal, poco más que "un caldito", en un ambiente de "gran cordialidad", según portavoces de los comensales. La conversación se prolongó casi tres horas, hasta la medianoche. Lo llamativo fue que, en aquel momento, la jerarquía católica estaba en plena trifulca contra el Gobierno por desacuerdos ya tradicionales: legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, la venta sin receta de la píldora poscoital, el proyecto de autorizar el aborto libre hasta las 14 semanas de gestación, la asignatura de Educación para la Ciudadanía o la nueva ley de libertad religiosa.
Otro motivo de enfado fue la fecha de la cena. Las elecciones generales estaban a la vuelta de la esquina y lo último que deseaban los prelados era un triunfo del PSOE. Además, la Conferencia Episcopal iba a celebrar dos semanas más tarde asamblea general para elegir presidente. Ganó el cardenal Rouco, el gran ariete contra los socialistas.
Apenas un año después de la sonada cena en la Nunciatura y de la elección de Rouco, Benedicto XVI ha llamado a Roma a Monteiro, para un cargo de segundo nivel en el gobierno vaticano, y envía a Madrid a un nuncio de peso. Se llama Renzo Fratini, es italiano, tiene 65 años y viene de bregar en embajadas de países hostiles al cristianismo, como Pakistán, Indonesia o Nigeria. Pese a la percepción episcopal de que España es el país en el que las relaciones Iglesia-Estado están más deterioradas, al nuevo nuncio su tarea le va a parecer un camino de rosas en comparación con las naciones islámicas en las que ha trabajado hasta ahora.
Si se acepta la tesis de que el cambio busca abrir una nueva etapa en las relaciones con el Gobierno Zapatero, hay que aceptar la idea de los halcones de que Fratini viene con ánimo combativo. Él mismo parece asumirlo cuando, la semana pasada, en declaraciones a Radio Vaticano, desveló las dificultades de su misión. Dijo sobre su nombramiento: "Mi primer sentimiento ha sido de sorpresa porque, sinceramente, no me lo esperaba. De todas formas, voy contento a esta nueva misión importante, en un país importante, pero también con una cierta preocupación, en el sentido de que no creo que sean fáciles en este momento las relaciones con España y la situación general".
Es una declaración gruesa en boca de un miembro del cuerpo diplomático, en este caso del más piropeado del mundo. ¿Fue un desliz? Es poco creíble. La Academia Pontificia Eclesiástica de Roma, donde se forman los embajadores de la Santa Sede, enseña a decir siempre lo que debe decirse, y a callar sobre el resto. El arzobispo Fratini es un producto ejemplar de esa escuela, con nota sobresaliente y una carrera posterior de envergadura. Lo que creen quienes le conocen es que el nuevo nuncio quería mandar un mensaje al Gobierno, para espantar malentendidos. Buscaba desmentirle a la Moncloa la idea de que todo marcha bien en las relaciones con la Santa Sede, dejando claro que el conflicto tiene bases muy reales y no es capricho de los obispos españoles.
Tradicionalmente, la nunciatura de Madrid es la más importante del mundo después de la de París. Su titular es el decano del cuerpo diplomático acreditado en Madrid y goza de preeminencia en los protocolos. Todos suelen acabar en Roma como cardenales. Así fue hasta 1986, con los nuncios Dadaglio e Innocenti, en la etapa de Tarancón como presidente de la Conferencia Episcopal. Antes sobresalieron Cicognani, Antoniutti y Riberi, durante la dictadura nacionalcatólica de Franco. No ocurrió lo mismo en las dos últimas décadas, desde la nunciatura de Mario Tagliaferri entre 1985 a 1995. También murió sin el capelo cardenalicio el nuncio Lajos Kada, húngaro de nacimiento. Nadie duda, en cambio, que llegará a cardenal el arzobispo Monteiro y que Madrid será un tránsito hacia muy altas misiones para Renzo Fratini, a poco que cumpla con su misión.
No le será fácil. Escarmentados de pasados conflictos, que les provocaron muchas expulsiones del pais en siglos pasados, los nuncios son propensos ahora, dentro y fuera de España, a llegar a acuerdos de compromiso con los gobiernos de turno, del signo que sean. Pero esa tendencia realista de la diplomacia vaticana suele chocar con las posiciones más combativas de los obispos locales. Fratini es también el representante del Vaticano ante la Iglesia romana en España, donde los prelados achacan el declive del catolicismo a las políticas laicistas del Gobierno. Es una disculpa que olvida responsabilidades propias. No es el socialismo quien vacía las iglesias, ni el laicismo. El deterioro eclesiástico viene de más lejos.
El nuncio deberá sacudir esas inercias del episcopado, exigiendo más dinamismo y vitalidad. También deberá impulsar la preparación de los prelados que debe nombrar en el futuro. En esa tarea va a encontrar las resistencias de Rouco, acostumbrado a influir en Roma cuando se producen nombramientos. Ahora esperan nuevo prelado las archidiócesis de Valladolid y Oviedo y la diócesis de San Sebastián, por traslado o jubilación de sus titulares, y han cumplido o van a cumplir en meses los 75 años de edad otros ocho obispos.
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