San Úrbez y la gran remojada. Aragón de leyenda. Alberto Serrano Dolader. Heraldo de Aragón. 30/10/2008
Cien años tenía San Úrbez cuando murió en Nocito, donde "vivió una vida solitaria y eremítica" durante más de medio siglo, según escribió en 1622 el cronista Blasco de Lanuza. Estaba rezando cuando dejó este valle de lágrimas y por eso quedó momificado con las piernas dobladas hacia la espalda y los ojos mirando al cielo. Su cuerpo se conservó en el santuario de este pueblo de la sierra de Guara en un arca cerrada con tres llaves controladas por distintas manos. En 1796 el Padre Huesca escribía: "Después de casi mil años que han pasado desde su muerte, se conserva íntegro, con la carne y la piel, exhalando una fragancia suavísima, y solo se distingue de un cuerpo vivo en estar árido y seco". Permaneció incorrupto hasta que fue profanado en octubre de 1936.
Envuelto en holandas, su cadáver era venerado en tiempos de sequía por gentes de la Jacetania, del Somontano, del Sobrarbe y de los Monegros. Únicamente estaba permitido descoser un trocito del sudario, justo para que se viera una rodilla. Hubo un obispo de Huesca que intentó más y "habiendo comenzado a descubrirlo le sobrecogió un temblor tan grande que desistió del intento". A San Úrbez parecía gustarle asustar; en 1750 Roque Alberto Faci anotó: "Afirman los priores que han estado algunos años aquí, dedicados al culto del santo, que algunas veces, antes de hacerse su veneración para alcanzar la lluvia, se han oído en dicha arca varios ruidos, y estos por repetidas veces".
Tradicionalmente su fiesta se ha celebrado el 15 de diciembre, aunque en los últimos tiempos haya sido trasladada al calor del verano. Hasta Nocito acudían en el siglo XVII más de un centenar de cruces parroquiales de otros tantos lugares, que en épocas de necesidad también se daban cita en cualquier momento del año. Estas rogativas coyunturales se mantuvieron con un complejo ritual muy estructurado hasta bien entrado el siglo XX. En la que se realizó en mayo de 1929, tras una fuerte sequía, desfilaron 1.900 peregrinos'para adorar al santo, según apuntó en 1930 en la revista Aragón' el viajero Luis Mur: "Constituye un espectáculo verdaderamente imponente, de una grandiosidad inenarrable dentro de su austera sencillez".
Ya lo dicen los gozos: "Muchos pueblos reunidos / a tu sepulcro se llegan /yes difícil no se vean / con la lluvia socorridos". Los curas solían tener preparados dos sermones, puesto que en ocasiones, antes de concluir comenzaba a tronar. Es lo que se cuenta. Además, era costumbre extender una manta y ver los bichos que caían en ella, porque de la cantidad y color podría deducirse la suerte que correrían las cosechas, práctica en la que algunos antropólogos han querido ver reminiscencias de magias miméticas.
"¡Se va a deja lo mejor!", me advierten mis informantes: "En las inmediaciones del monasterio existía una balsa y hasta allí se transportaba la arqueta de las reliquias para sumergirla, permaneciendo dentro del agua largo tiempo. Con esta remojada, el santo se daba por enterado de cuales eran las necesidades por las que se le imploraba". La práctica se mantuvo hasta que Roma la prohibió en el siglo XVII.
No es la primera vez que Aragón de leyenda' se ocupa de San Úrbez. En entregas anteriores ya he explicado que sus pies dejaban marcada profunda huella en la roca viva, que los salvajes osos le obedecían, que a toque de gayata construía puentes para salvar congostos y barranqueras, que las abejas se paseaban por dentro de sus narices sin causarle el mínimo estorbo.
Sanador de enfermos, azote de demonios y apaciguador de energúmenos, San Úrbez no nos deja de sorprender.
Cien años tenía San Úrbez cuando murió en Nocito, donde "vivió una vida solitaria y eremítica" durante más de medio siglo, según escribió en 1622 el cronista Blasco de Lanuza. Estaba rezando cuando dejó este valle de lágrimas y por eso quedó momificado con las piernas dobladas hacia la espalda y los ojos mirando al cielo. Su cuerpo se conservó en el santuario de este pueblo de la sierra de Guara en un arca cerrada con tres llaves controladas por distintas manos. En 1796 el Padre Huesca escribía: "Después de casi mil años que han pasado desde su muerte, se conserva íntegro, con la carne y la piel, exhalando una fragancia suavísima, y solo se distingue de un cuerpo vivo en estar árido y seco". Permaneció incorrupto hasta que fue profanado en octubre de 1936.
Envuelto en holandas, su cadáver era venerado en tiempos de sequía por gentes de la Jacetania, del Somontano, del Sobrarbe y de los Monegros. Únicamente estaba permitido descoser un trocito del sudario, justo para que se viera una rodilla. Hubo un obispo de Huesca que intentó más y "habiendo comenzado a descubrirlo le sobrecogió un temblor tan grande que desistió del intento". A San Úrbez parecía gustarle asustar; en 1750 Roque Alberto Faci anotó: "Afirman los priores que han estado algunos años aquí, dedicados al culto del santo, que algunas veces, antes de hacerse su veneración para alcanzar la lluvia, se han oído en dicha arca varios ruidos, y estos por repetidas veces".
Tradicionalmente su fiesta se ha celebrado el 15 de diciembre, aunque en los últimos tiempos haya sido trasladada al calor del verano. Hasta Nocito acudían en el siglo XVII más de un centenar de cruces parroquiales de otros tantos lugares, que en épocas de necesidad también se daban cita en cualquier momento del año. Estas rogativas coyunturales se mantuvieron con un complejo ritual muy estructurado hasta bien entrado el siglo XX. En la que se realizó en mayo de 1929, tras una fuerte sequía, desfilaron 1.900 peregrinos'para adorar al santo, según apuntó en 1930 en la revista Aragón' el viajero Luis Mur: "Constituye un espectáculo verdaderamente imponente, de una grandiosidad inenarrable dentro de su austera sencillez".
Ya lo dicen los gozos: "Muchos pueblos reunidos / a tu sepulcro se llegan /yes difícil no se vean / con la lluvia socorridos". Los curas solían tener preparados dos sermones, puesto que en ocasiones, antes de concluir comenzaba a tronar. Es lo que se cuenta. Además, era costumbre extender una manta y ver los bichos que caían en ella, porque de la cantidad y color podría deducirse la suerte que correrían las cosechas, práctica en la que algunos antropólogos han querido ver reminiscencias de magias miméticas.
"¡Se va a deja lo mejor!", me advierten mis informantes: "En las inmediaciones del monasterio existía una balsa y hasta allí se transportaba la arqueta de las reliquias para sumergirla, permaneciendo dentro del agua largo tiempo. Con esta remojada, el santo se daba por enterado de cuales eran las necesidades por las que se le imploraba". La práctica se mantuvo hasta que Roma la prohibió en el siglo XVII.
No es la primera vez que Aragón de leyenda' se ocupa de San Úrbez. En entregas anteriores ya he explicado que sus pies dejaban marcada profunda huella en la roca viva, que los salvajes osos le obedecían, que a toque de gayata construía puentes para salvar congostos y barranqueras, que las abejas se paseaban por dentro de sus narices sin causarle el mínimo estorbo.
Sanador de enfermos, azote de demonios y apaciguador de energúmenos, San Úrbez no nos deja de sorprender.
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