La revancha del 'hereje' Lefebvre. Perdonando a los cuatro prelados consagrados por el arzobispo cismático, el Papa da alas a los sectores que execran del Concilio Vaticano II por modernista. JUAN G. BEDOYA - Madrid EL PAÍS - Sociedad - 08-02-2009
Larga sotana de negro impoluto, alzacuello blanco, pelo a cepillo, ademanes austeros pero firmes, la voz queda y la mirada altiva, dos jovencísimos sacerdotes charlan animadamente con los feligreses que esperan el inicio de la misa en la capilla Santiago Apóstol, en la calle Catalina Suárez, al sur de Madrid. Son las siete de la tarde, el viernes pasado. El salón es amplio y confortable, incluida una larga biblioteca con cientos de ejemplares a la venta. Como sonido de fondo, cantos y rezos en latín. Vienen de una coqueta capilla para dos centenares de personas. A esa hora apenas llegan a veinte. Asisten al Viacrucis, que dirige otro sacerdote, estación tras estación. Aparenta 40 años y tiene ademanes marciales. A veces canta, y los feligreses le contestan en un buen latín.
Son los seguidores en Madrid del arzobispo Marcel Lefebvre (Tourcoing, Francia, 1905-Martigny, Suiza, 1991), y viven estos días abrumados de alegrías y sobresaltos. Benedicto XVI levantó el mes pasado la excomunión impuesta a sus prelados en 1988, al día siguiente de su ordenación episcopal por Lefebvre, desaconsejada con vehemencia por Roma. Pese a todo, la consagración fue válida y supuso el último cisma de la Iglesia católica. El Papa ha querido cerrarlo con su gesto.
"Nunca nos hemos sentido excomulgados ni cismáticos, pero esta decisión del Santo Padre nos viene a dar la razón. Le estamos muy agradecidos, pese a su tardanza. Hace tiempo que lo veníamos esperando, sobre todo desde la elección del papa Ratzinger. Estamos muy contentos", dice un portavoz.
La alegría se ensombrece por la negación del Holocausto judío y de las cámaras de gas nazis por boca de Richard Williamson, uno de los obispos rehabilitados. El escándalo ha alcanzado de lleno al Papa alemán, sobre todo en su país natal, y puede dar al traste con la plena reincorporación de esta hermandad de fieles en la Iglesia romana. Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede, lo ha dicho así: "Hay ahora una cierta comunión con el Papa, pero quedan situaciones por definir. La plena comunión se producirá cuando haya una solución de todos los problemas". El primer paso es que el obispo negacionista se retracte de sus declaraciones, cosa complicada porque le salen del alma.
Agrupados en la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, los lefebvrianos cuentan en España con trece parroquias y otros tantos lugares de culto, atendidos por un obispo (el cántabro Alfonso de Galarreta, nacido en Torrelavega en 1957) y media docena de curas. Dicen que cuentan con un millar de fieles. En este desapacible anochecer de viernes han pasado por la parroquia madrileña al menos medio centenar.
La excomunión emitida por Juan Pablo II en 1988 afectó sólo al arzobispo rebelde y a los cuatro obispos consagrados. Ni los sacerdotes ni los fieles que les siguen han estado excomulgados. "Yo vengo a misa aquí desde siempre, y pienso seguir haciéndolo. Aquí rezo y veo lo que me enseñaron cuando era pequeño", dice un feligrés. Jubilado, no aparenta los 60 años. Su esposa, mucho más joven, argumenta con mayor pasión. Se conoce de memoria los teléfonos de la parroquia y los de la "casa central" que la Fraternidad tiene a las afueras de Madrid. Del obispo Galarreta, sabe que ha estado la pasada semana "por acá" y que les "visita muchas veces", pero no quiere facilitar su localización. Se queja de que la prensa "no busca más que el escándalo y el escarnio".
Es imposible imaginar la excomunión de estos feligreses, pero también que hayan sido en estos años unos cismáticos, como se les tacha. Ríen, incluso con ganas. "Nuestros obispos no fueron excomulgados por herejía o por vida moral reprobable. De eso, nada de nada. Y hágase cuenta de nosotros".
Sobre los otros motivos del cisma, no sólo no rectifican, sino que presumen, como si fuese el Papa quien se acerca a la fraternidad, y no al revés. "Reconocemos al Papa como cabeza de la Iglesia y creemos todo lo que la Iglesia cree. A mí no me han enseñado otras cosas que las que aprendí de siempre. A veces leo que este Papa y los anteriores han gobernado muy mal nuestra Iglesia y que se han permitido cosas que no se debieron permitir, como esas misas que parecían guateques de barrio. Lo está diciendo ahora hasta Benedicto XVI".
Pese a no querer hablar con nombre y apellidos, los feligreses de Madrid parecen hartos y exhiben respuestas que tienen preparadas desde hace años. "Mire, mire. Antes de ser elegido papa, el cardenal Ratzinger acusó a algunos obispos de haber permitido reformas 'con el entusiasmo de los zelotes'. Mire, aquí está la frase, en esta revista. Llévesela, se la regalo yo".
Se titula Sí Sí No No. Revista católica antimodernista y, efectivamente, es un catálogo de las reformas conciliares matizadas en los últimos años por Roma, incluida la prohibición de decir la misa en latín y de espalda a los fieles.
Los excesos litúrgicos no eran lo peor. Lefebvre rechazó también las enseñanzas de fondo del Vaticano II, donde había participado. Las consideraba contrarias a lo proclamado por los grandes papas anteriores. En concreto, le dolía la desautorización a Pío X (1835-1914), que en la encíclica Pascendi, de 1907, había condenado sin miramientos el modernismo. También cuestionó algunos actos de Pablo VI y Juan Pablo II.
"El que quiere el fin quiere los medios" J. G. B. - Madrid EL PAÍS - Sociedad - 08-02-2009
La palabra cisma aterra a los pontífices del catolicismo. Quien se cree sucesor del apóstol Pedro y la voz de Dios en la tierra no puede entender que alguien le desobedezca hasta la ruptura. Antes emitían edictos de apresamiento y, si podían, mandaban a los cismáticos a la hoguera. Desde la pérdida de su poder temporal, los papas han preferido la reconciliación.
Es lo que hizo hasta la desesperación el polaco Juan Pablo II ante el arzobispo Lefebvre, con el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, como tozudo intermediario. Pero cuando estaba pactado el acuerdo, el 6 de mayo de 1988, Lefebvre le dijo a Ratzinger (hoy Benedicto XVI) que quería consagrar un obispo. En caso de ser denegado el permiso, se vería impelido a proceder en conciencia. Dieciocho días más tarde, Lefebvre y Ratzinger volvieron a verse en Roma. El Papa aceptaba la ordenación episcopal, pero debía retrasarse un mes. Ratzinger llevaba incluso una misiva de Juan Pablo II. "Se lo pido por las llagas de Cristo, quien, la vigilia de su pasión, oró por sus discípulos para que todos sean uno", decía.
El 30 de junio de 1988, Lefebvre hizo obispos a Fellay (actual superior de la Fraternidad), Tiisier de Mallerais, Williamson y al torrelaveguense Galarreta. Dos días más tarde se publicaba el decreto de excomunión.
El camino de regreso también ha sido negociado por Ratzinger, cuya elección papal fue celebrada con regocijo por los lefebvrianos. Galarreta, el obispo español de los lefebvrianos (fue ordenado con apenas 24 años), defiende las decisiones de Lefebvre con entusiasmo. "El que quiere el fin quiere los medios. Había que salvaguardar el sacerdocio católico, asegurar la permanencia de los sacramentos, la continuidad misma de la Iglesia. ¿Cómo concebir una Iglesia sin obispos fieles a la fe católica? La política de Roma era 'muerto el perro, se acabó la rabia'. Muerto monseñor Lefebvre, el problema quedaba resuelto".
Pero no. Entre el conflicto o el mérito de cerrar el último de los cismas católicos, Ratzinger ha preferido lo segundo. No ha sido una gracia, ha sido una rendición. Y supone la última victoria de monseñor Lefebvre.
El blog de Mitxel Olabuénaga / Redes cristianas
Larga sotana de negro impoluto, alzacuello blanco, pelo a cepillo, ademanes austeros pero firmes, la voz queda y la mirada altiva, dos jovencísimos sacerdotes charlan animadamente con los feligreses que esperan el inicio de la misa en la capilla Santiago Apóstol, en la calle Catalina Suárez, al sur de Madrid. Son las siete de la tarde, el viernes pasado. El salón es amplio y confortable, incluida una larga biblioteca con cientos de ejemplares a la venta. Como sonido de fondo, cantos y rezos en latín. Vienen de una coqueta capilla para dos centenares de personas. A esa hora apenas llegan a veinte. Asisten al Viacrucis, que dirige otro sacerdote, estación tras estación. Aparenta 40 años y tiene ademanes marciales. A veces canta, y los feligreses le contestan en un buen latín.
Son los seguidores en Madrid del arzobispo Marcel Lefebvre (Tourcoing, Francia, 1905-Martigny, Suiza, 1991), y viven estos días abrumados de alegrías y sobresaltos. Benedicto XVI levantó el mes pasado la excomunión impuesta a sus prelados en 1988, al día siguiente de su ordenación episcopal por Lefebvre, desaconsejada con vehemencia por Roma. Pese a todo, la consagración fue válida y supuso el último cisma de la Iglesia católica. El Papa ha querido cerrarlo con su gesto.
"Nunca nos hemos sentido excomulgados ni cismáticos, pero esta decisión del Santo Padre nos viene a dar la razón. Le estamos muy agradecidos, pese a su tardanza. Hace tiempo que lo veníamos esperando, sobre todo desde la elección del papa Ratzinger. Estamos muy contentos", dice un portavoz.
La alegría se ensombrece por la negación del Holocausto judío y de las cámaras de gas nazis por boca de Richard Williamson, uno de los obispos rehabilitados. El escándalo ha alcanzado de lleno al Papa alemán, sobre todo en su país natal, y puede dar al traste con la plena reincorporación de esta hermandad de fieles en la Iglesia romana. Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede, lo ha dicho así: "Hay ahora una cierta comunión con el Papa, pero quedan situaciones por definir. La plena comunión se producirá cuando haya una solución de todos los problemas". El primer paso es que el obispo negacionista se retracte de sus declaraciones, cosa complicada porque le salen del alma.
Agrupados en la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, los lefebvrianos cuentan en España con trece parroquias y otros tantos lugares de culto, atendidos por un obispo (el cántabro Alfonso de Galarreta, nacido en Torrelavega en 1957) y media docena de curas. Dicen que cuentan con un millar de fieles. En este desapacible anochecer de viernes han pasado por la parroquia madrileña al menos medio centenar.
La excomunión emitida por Juan Pablo II en 1988 afectó sólo al arzobispo rebelde y a los cuatro obispos consagrados. Ni los sacerdotes ni los fieles que les siguen han estado excomulgados. "Yo vengo a misa aquí desde siempre, y pienso seguir haciéndolo. Aquí rezo y veo lo que me enseñaron cuando era pequeño", dice un feligrés. Jubilado, no aparenta los 60 años. Su esposa, mucho más joven, argumenta con mayor pasión. Se conoce de memoria los teléfonos de la parroquia y los de la "casa central" que la Fraternidad tiene a las afueras de Madrid. Del obispo Galarreta, sabe que ha estado la pasada semana "por acá" y que les "visita muchas veces", pero no quiere facilitar su localización. Se queja de que la prensa "no busca más que el escándalo y el escarnio".
Es imposible imaginar la excomunión de estos feligreses, pero también que hayan sido en estos años unos cismáticos, como se les tacha. Ríen, incluso con ganas. "Nuestros obispos no fueron excomulgados por herejía o por vida moral reprobable. De eso, nada de nada. Y hágase cuenta de nosotros".
Sobre los otros motivos del cisma, no sólo no rectifican, sino que presumen, como si fuese el Papa quien se acerca a la fraternidad, y no al revés. "Reconocemos al Papa como cabeza de la Iglesia y creemos todo lo que la Iglesia cree. A mí no me han enseñado otras cosas que las que aprendí de siempre. A veces leo que este Papa y los anteriores han gobernado muy mal nuestra Iglesia y que se han permitido cosas que no se debieron permitir, como esas misas que parecían guateques de barrio. Lo está diciendo ahora hasta Benedicto XVI".
Pese a no querer hablar con nombre y apellidos, los feligreses de Madrid parecen hartos y exhiben respuestas que tienen preparadas desde hace años. "Mire, mire. Antes de ser elegido papa, el cardenal Ratzinger acusó a algunos obispos de haber permitido reformas 'con el entusiasmo de los zelotes'. Mire, aquí está la frase, en esta revista. Llévesela, se la regalo yo".
Se titula Sí Sí No No. Revista católica antimodernista y, efectivamente, es un catálogo de las reformas conciliares matizadas en los últimos años por Roma, incluida la prohibición de decir la misa en latín y de espalda a los fieles.
Los excesos litúrgicos no eran lo peor. Lefebvre rechazó también las enseñanzas de fondo del Vaticano II, donde había participado. Las consideraba contrarias a lo proclamado por los grandes papas anteriores. En concreto, le dolía la desautorización a Pío X (1835-1914), que en la encíclica Pascendi, de 1907, había condenado sin miramientos el modernismo. También cuestionó algunos actos de Pablo VI y Juan Pablo II.
"El que quiere el fin quiere los medios" J. G. B. - Madrid EL PAÍS - Sociedad - 08-02-2009
La palabra cisma aterra a los pontífices del catolicismo. Quien se cree sucesor del apóstol Pedro y la voz de Dios en la tierra no puede entender que alguien le desobedezca hasta la ruptura. Antes emitían edictos de apresamiento y, si podían, mandaban a los cismáticos a la hoguera. Desde la pérdida de su poder temporal, los papas han preferido la reconciliación.
Es lo que hizo hasta la desesperación el polaco Juan Pablo II ante el arzobispo Lefebvre, con el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, como tozudo intermediario. Pero cuando estaba pactado el acuerdo, el 6 de mayo de 1988, Lefebvre le dijo a Ratzinger (hoy Benedicto XVI) que quería consagrar un obispo. En caso de ser denegado el permiso, se vería impelido a proceder en conciencia. Dieciocho días más tarde, Lefebvre y Ratzinger volvieron a verse en Roma. El Papa aceptaba la ordenación episcopal, pero debía retrasarse un mes. Ratzinger llevaba incluso una misiva de Juan Pablo II. "Se lo pido por las llagas de Cristo, quien, la vigilia de su pasión, oró por sus discípulos para que todos sean uno", decía.
El 30 de junio de 1988, Lefebvre hizo obispos a Fellay (actual superior de la Fraternidad), Tiisier de Mallerais, Williamson y al torrelaveguense Galarreta. Dos días más tarde se publicaba el decreto de excomunión.
El camino de regreso también ha sido negociado por Ratzinger, cuya elección papal fue celebrada con regocijo por los lefebvrianos. Galarreta, el obispo español de los lefebvrianos (fue ordenado con apenas 24 años), defiende las decisiones de Lefebvre con entusiasmo. "El que quiere el fin quiere los medios. Había que salvaguardar el sacerdocio católico, asegurar la permanencia de los sacramentos, la continuidad misma de la Iglesia. ¿Cómo concebir una Iglesia sin obispos fieles a la fe católica? La política de Roma era 'muerto el perro, se acabó la rabia'. Muerto monseñor Lefebvre, el problema quedaba resuelto".
Pero no. Entre el conflicto o el mérito de cerrar el último de los cismas católicos, Ratzinger ha preferido lo segundo. No ha sido una gracia, ha sido una rendición. Y supone la última victoria de monseñor Lefebvre.
El blog de Mitxel Olabuénaga / Redes cristianas
Negacionista, ultra y obispo. El lefebvriano Williamson se excusa por crear problemas, pero no rectifica. PATRICIA TUBELLA - Londres EL PAÍS - Sociedad - 01-02-2009
El terremoto que ha desatado la reciente decisión de Benedicto XVI de revocar la excomunión de cuatro obispos cismáticos, ordenados hace 21 años por el fallecido Marcel Lefebvre, tiene su epicentro en la figura de Richard Williamson, erigido en estandarte de las ideas negacionistas del Holocausto. Ninguno de los rehabilitados daba muestras de acatar el Concilio Vaticano II, con las consiguientes críticas desde el mismo seno de la Iglesia católica, pero nada ha concitado tantas reacciones adversas como las posiciones que defiende ese obispo británico.
"Ni un solo judío murió en las cámaras de gas". Williamson se ratificaba en esa convicción a lo largo de una entrevista grabada por la televisión sueca (SVT) el pasado noviembre, y que fue emitida a principios de este año. El obispo lefebvriano se apoyaba en "las evidencias históricas" para sostener que la muerte de seis millones de judíos bajo la dictadura nazi es un mito prefabricado. "¡Todo mentiras, mentiras y mentiras!". Y si bien concedía que hubo víctimas en los campos de concentración, "quizá unos 200.000 o 300.000 judíos", hizo su causa en la negación de que las cámaras de gas hubieran existido nunca.
En realidad, Williamson se mantenía en una línea que lleva defendiendo desde hace años, pero la decisión del Pontífice de reintegrar al personaje en la iglesia oficial ha multiplicado el eco de esas declaraciones, recogidas en un vídeo que cualquier internauta pude descargar gratuitamente en la red.
La enorme presión ejercida sobre el Vaticano, principalmente por parte de la comunidad judía, ha forzado al obispo a emitir una disculpa pública, canalizada a través de una carta que dirige al prefecto para la Congregación del Clero, el cardenal Darío Castrillón Hoyos: "En medio de esta tormenta levantada por mis comentarios imprudentes, le ruego acepte mi sincera manifestación de pena por las innecesarias angustias que les he causado a usted y al Santo Padre". En otras palabras, se lamenta de las inconveniencias que haya podido suscitar, pero en ningún momento rectifica el contenido de sus polémicas manifestaciones.
La misiva fue remitida desde la La Reja, cerca de Bueno Aires, donde Williamson dirige un seminario de la ultraconservadora Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Según ha relatado él mismo, el lugar fue elegido por Marcel Lefebvre porque creía que la Argentina de los años setenta -gobernada por una dictadura militar asociada a la jerarquía católica más conservadora- era el país de Latinoamérica "más adecuado para lanzar la misión de ordenar sacerdotes".
Allí recaló el obispo británico tras un periplo vital, siempre unido a los postulados más inmovilistas de la iglesia, que arrancaba en su Inglaterra natal. El sacerdote encarna las posiciones intransigentes de tantos conversos. Nacido en el seno de una familia anglicana de Winchester, de su infancia y juventud recuerda que "mis padres no eran católicos, aunque cuidaron de nosotros lo mejor que sabían y se aseguraron de que tuviera una buena educación". Tras graduarse en Literatura por la Universidad de Cambridge, se trasladó a Ghana para ejercer como maestro. Sus viajes por África Occidental le permitieron conocer Malcolm Muggeridge, periodista, escritor y académico, cuya influencia ha reconocido, aunque se tratara de un agnóstico declarado. O quizá Williamson detectara en Muggeridge la tentación de la fe, porque éste acabó convirtiéndose al catolicismo en su vejez.
Los detalles que se conocen de la biografía de Williamson son imprecisos a la hora de revelar cuándo y por qué decidió abandonar la doctrina anglicana para abrazar a la Iglesia católica (él lo atribuye a sus tempranas lecturas de Santo Tomás de Aquino y a la "dimensión extrarreligiosa" que le procurara la música de Beethoven, Mozart y Wagner), pero sí consta su ingreso en la nueva fe de la mano del misionero irlandés John Flanagan, a quien ha definido como un conservador que sin embargo no comulgaba con los postulados lefebvrianos. Ello no disuadió al británico para entrar como novicio en el Seminario Internacional Pío X de Encone (Suiza), cuyo alma máter, el arzobispo Lefebvre, le ordenó sacerdote en 1976.
Tras sucesivos destinos como profesor de seminarios en varios lugares de Europa, acabó recalando en Estados Unidos en el papel de rector de la fraternidad lefebvrista, primero en Connecticut y después en Minnesota. En junio de 1988, Lefebvre le consagró como obispo junto a otros tres sacerdotes, sin disponer del preceptivo mandato pontificio: como resultado, todos fueron excomulgados.
Desde entonces, Williamson no sólo siguió oficiando ordenaciones y confirmaciones al margen de la jerarquía oficial, sino que se ha revelado entusiasta de diversas teorías de la conspiración sobre una trama judía para dominar el mundo o sobre las supuestas mentiras de los atentados del 11-S en Nueva York como excusa para las guerras de Afganistán e Irak.
A nadie ha sorprendido en el Reino Unido que el historiador negacionista británico David Irving, otrora encarcelado en Austria por violar las estrictas leyes antinazis, confesara su amistad y simpatía hacia el controvertido obispo. "El pasado octubre, el obispo Williamson acudió a una fiesta que organicé en mi casa de Windsor. No soy católico, pero estuve casado veinte años con una dama española y tengo cuatro hijos educados en el catolicismo. Desde luego, fue más que bienvenido", afirmó el académico, quien comparte con su invitado la resistencia a los intentos modernizadores de la iglesia.
"El mundo de hoy ejerce una implacable presión sobre los católicos", sostenía Williamson en una entrevista concedida con motivo del 30 aniversario de su ordenación por Lefebvre. Quizá Benedicto XVI comparta esa visión, pero el regreso del díscolo obispo al redil, sin renegar por ello de sus postulados, se perfila como una profusa fuente de problemas para la Iglesia católica
"Inversión celestial"
La localidad de La Reja, a casi 50 kilómetros al oeste de Buenos Aires, aloja una de las comunidades lefebvristas que se oponen a la doctrina del Concilio Vaticano II. Las misas se ofician en latín. Richard Williamson lo dirige.
Las declaraciones del obispo, minimizando las consecuencias de la solución final perpetrada por los nazis, han sido acogidas con disgusto por algunos miembros de la congregación, pero su director, el obispo Bernard Fellay, insiste en que la entrevista televisiva fue "un complot contra la iglesia católica".
Desde que se instalara en Argentina, la fraternidad ha intentado mantener un perfil bajo, si bien hace dos años organizó una sonora protesta contra los "dibujos blasfemos" del artista Alfonso Barbieri.
Ante el difícil momento económico que atraviesa la comunidad, Williamson reclama donaciones en su web, defendiendo "la inversión en una cuenta bancaria celestial".
El terremoto que ha desatado la reciente decisión de Benedicto XVI de revocar la excomunión de cuatro obispos cismáticos, ordenados hace 21 años por el fallecido Marcel Lefebvre, tiene su epicentro en la figura de Richard Williamson, erigido en estandarte de las ideas negacionistas del Holocausto. Ninguno de los rehabilitados daba muestras de acatar el Concilio Vaticano II, con las consiguientes críticas desde el mismo seno de la Iglesia católica, pero nada ha concitado tantas reacciones adversas como las posiciones que defiende ese obispo británico.
"Ni un solo judío murió en las cámaras de gas". Williamson se ratificaba en esa convicción a lo largo de una entrevista grabada por la televisión sueca (SVT) el pasado noviembre, y que fue emitida a principios de este año. El obispo lefebvriano se apoyaba en "las evidencias históricas" para sostener que la muerte de seis millones de judíos bajo la dictadura nazi es un mito prefabricado. "¡Todo mentiras, mentiras y mentiras!". Y si bien concedía que hubo víctimas en los campos de concentración, "quizá unos 200.000 o 300.000 judíos", hizo su causa en la negación de que las cámaras de gas hubieran existido nunca.
En realidad, Williamson se mantenía en una línea que lleva defendiendo desde hace años, pero la decisión del Pontífice de reintegrar al personaje en la iglesia oficial ha multiplicado el eco de esas declaraciones, recogidas en un vídeo que cualquier internauta pude descargar gratuitamente en la red.
La enorme presión ejercida sobre el Vaticano, principalmente por parte de la comunidad judía, ha forzado al obispo a emitir una disculpa pública, canalizada a través de una carta que dirige al prefecto para la Congregación del Clero, el cardenal Darío Castrillón Hoyos: "En medio de esta tormenta levantada por mis comentarios imprudentes, le ruego acepte mi sincera manifestación de pena por las innecesarias angustias que les he causado a usted y al Santo Padre". En otras palabras, se lamenta de las inconveniencias que haya podido suscitar, pero en ningún momento rectifica el contenido de sus polémicas manifestaciones.
La misiva fue remitida desde la La Reja, cerca de Bueno Aires, donde Williamson dirige un seminario de la ultraconservadora Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Según ha relatado él mismo, el lugar fue elegido por Marcel Lefebvre porque creía que la Argentina de los años setenta -gobernada por una dictadura militar asociada a la jerarquía católica más conservadora- era el país de Latinoamérica "más adecuado para lanzar la misión de ordenar sacerdotes".
Allí recaló el obispo británico tras un periplo vital, siempre unido a los postulados más inmovilistas de la iglesia, que arrancaba en su Inglaterra natal. El sacerdote encarna las posiciones intransigentes de tantos conversos. Nacido en el seno de una familia anglicana de Winchester, de su infancia y juventud recuerda que "mis padres no eran católicos, aunque cuidaron de nosotros lo mejor que sabían y se aseguraron de que tuviera una buena educación". Tras graduarse en Literatura por la Universidad de Cambridge, se trasladó a Ghana para ejercer como maestro. Sus viajes por África Occidental le permitieron conocer Malcolm Muggeridge, periodista, escritor y académico, cuya influencia ha reconocido, aunque se tratara de un agnóstico declarado. O quizá Williamson detectara en Muggeridge la tentación de la fe, porque éste acabó convirtiéndose al catolicismo en su vejez.
Los detalles que se conocen de la biografía de Williamson son imprecisos a la hora de revelar cuándo y por qué decidió abandonar la doctrina anglicana para abrazar a la Iglesia católica (él lo atribuye a sus tempranas lecturas de Santo Tomás de Aquino y a la "dimensión extrarreligiosa" que le procurara la música de Beethoven, Mozart y Wagner), pero sí consta su ingreso en la nueva fe de la mano del misionero irlandés John Flanagan, a quien ha definido como un conservador que sin embargo no comulgaba con los postulados lefebvrianos. Ello no disuadió al británico para entrar como novicio en el Seminario Internacional Pío X de Encone (Suiza), cuyo alma máter, el arzobispo Lefebvre, le ordenó sacerdote en 1976.
Tras sucesivos destinos como profesor de seminarios en varios lugares de Europa, acabó recalando en Estados Unidos en el papel de rector de la fraternidad lefebvrista, primero en Connecticut y después en Minnesota. En junio de 1988, Lefebvre le consagró como obispo junto a otros tres sacerdotes, sin disponer del preceptivo mandato pontificio: como resultado, todos fueron excomulgados.
Desde entonces, Williamson no sólo siguió oficiando ordenaciones y confirmaciones al margen de la jerarquía oficial, sino que se ha revelado entusiasta de diversas teorías de la conspiración sobre una trama judía para dominar el mundo o sobre las supuestas mentiras de los atentados del 11-S en Nueva York como excusa para las guerras de Afganistán e Irak.
A nadie ha sorprendido en el Reino Unido que el historiador negacionista británico David Irving, otrora encarcelado en Austria por violar las estrictas leyes antinazis, confesara su amistad y simpatía hacia el controvertido obispo. "El pasado octubre, el obispo Williamson acudió a una fiesta que organicé en mi casa de Windsor. No soy católico, pero estuve casado veinte años con una dama española y tengo cuatro hijos educados en el catolicismo. Desde luego, fue más que bienvenido", afirmó el académico, quien comparte con su invitado la resistencia a los intentos modernizadores de la iglesia.
"El mundo de hoy ejerce una implacable presión sobre los católicos", sostenía Williamson en una entrevista concedida con motivo del 30 aniversario de su ordenación por Lefebvre. Quizá Benedicto XVI comparta esa visión, pero el regreso del díscolo obispo al redil, sin renegar por ello de sus postulados, se perfila como una profusa fuente de problemas para la Iglesia católica
"Inversión celestial"
La localidad de La Reja, a casi 50 kilómetros al oeste de Buenos Aires, aloja una de las comunidades lefebvristas que se oponen a la doctrina del Concilio Vaticano II. Las misas se ofician en latín. Richard Williamson lo dirige.
Las declaraciones del obispo, minimizando las consecuencias de la solución final perpetrada por los nazis, han sido acogidas con disgusto por algunos miembros de la congregación, pero su director, el obispo Bernard Fellay, insiste en que la entrevista televisiva fue "un complot contra la iglesia católica".
Desde que se instalara en Argentina, la fraternidad ha intentado mantener un perfil bajo, si bien hace dos años organizó una sonora protesta contra los "dibujos blasfemos" del artista Alfonso Barbieri.
Ante el difícil momento económico que atraviesa la comunidad, Williamson reclama donaciones en su web, defendiendo "la inversión en una cuenta bancaria celestial".
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