El sexo en tiempos revueltos. GUILLERMO ABRIL. EL PAIS SEMANAL - 17-05-2009
Paro, incertidumbre, estrechez económica. la recesión arrecia fuera. pero ¿Y en la cama? ¿Cómo afecta la crisis al deseo sexual? ¿lo hacemos más, igual o menos que antes? Depende. Muchos no tienen cuerpo para ponerse a ello con la que está cayendo. otros, sin embargo, encuentran en él una válvula de escape. A fin de cuentas, es gratis.
Hasta hace un año, V. G. era una ejecutiva de posición acomodada, gimnasio por las tardes y un trabajo enriquecedor aunque estresante. Mujer madura y divorciada, de sexo funcional y algo rutinario con su pareja: "Lo hacíamos entre semana algún día o lo dejábamos par el fin de semana". Con los primeros síntomas de deshielo económico, a principios de 2008, su empresa decidió dejar de contar con ella. Reacción: "Te hundes. El primer mes en paro vas dando tumbos. Parece una película. Con dos niños, los mismos gastos y muchos menos ingresos...". Se vio obligada a renunciar al gimnasio y a algunos de sus placeres cotidianos. Pero encontró otros. Menos costosos. Igual de reconfortantes, o más. Por ejemplo, el sexo. Dice: "Me siento más deseada que nunca, y deseo más a mi pareja que nunca". Con la autoestima en la cima, las relaciones de V. G. con su pareja han cogido un ritmo diario. O quizá haya sido a la inversa. "Como se suele decir, esto es como montar en bicicleta. Cuanto más lo haces, más apetece. ¡Estamos mejor que nunca!". Ya no son esos dos cuerpos desnudos y algo anquilosados que se unen en una o dos posturas, cuando toca. "Vamos sin prisas. Me encuentro tranquila y sin presión. No es que necesitemos hacerlo encima de la lavadora, ni probar cosas nuevas. Pero hemos mejorado, sobre todo porque ha cambiado mi actitud". Ella dedica la jornada a buscar un empleo. Lleva a sus hijos al colegio. Y los recoge. Por la tarde está con ellos. En eso también ha ganado. Dice que se ha reencontrado consigo misma. Se ve productiva y necesaria. Y cuando su pareja vuelve del trabajo, queda prohibido hablar del paro. Una caricia en cuanto desaparecen los chicos. Se dejan arrastrar por el erotismo del sofá. Recorren la casa. Va cayendo la ropa. Hasta el dormitorio. Una muralla de intimidad contra la crisis. Cuatro o cinco posturas. Sexo con calma. Una válvula de escape a la ansiedad acumulada durante el día. Al menos, V. G. (y su pareja) disfrutará hasta que vuelva a encontrar trabajo. Y luego ya se verá. Ella dice que no quiere perder lo que ha reencontrado.
Las relaciones sexuales ayudan a liberar endorfinas. Elevan el nivel de bienestar de forma rápida. Y son, por lo general, gratuitas. ¿Cómo íbamos a renunciar a tanto atractivo de un solo golpe? La ecuación, en tiempos de crisis, parece evidente. "Popularmente se dice que en los malos momentos las personas tienden a reforzar las dinámicas afectivas y la búsqueda del placer más cómodo y barato", concede la sexóloga y socióloga Dolores Salinas, miembro del Colegio de Sociólogos de Madrid.
"Otra cosa es lo que ocurre en la realidad. Para eso es necesario tomar una cierta perspectiva, medirlo con tiempo. Por ejemplo: ¿se masturba más gente ahora que en época de bonanza? Imposible saberlo. Pero hay una cosa clara. Si una persona se encuentra hundida porque se ha quedado sin trabajo, sin recursos económicos, o porque su empresa ha desaparecido... Para esta gente, el sexo desaparece".
Por ejemplo, Antonio, un catalán de 37 años y pareja estable con la que no cohabita, cuenta que su libido ha seguido el ritmo del producto interior bruto. Con su pequeña empresa atenazada por casi 50.000 euros de impagos, la ansiedad se le ha ido instalando poco a poco en el cuerpo. El año pasado, explica, aún le funcionaba la masturbación para conciliar el sueño. Cuando los problemas económicos se le metían en la cama y dormía sin su pareja, apagaba el runrún de su cabeza acudiendo al onanismo. El placer y el cansancio hacían el resto. (La masturbación es uno de los desestresores más eficaces, apunta la mayoría de sexólogos). Este año, sin embargo, la economía ha dado el giro definitivo. Antonio se encuentra de baja desde hace un par de meses. Dice que el sexo con su pareja ha pasado a un plano muy secundario. Y se lamenta: "Ya ni me funcionan mis pajas valium". Otro caso: Inma C. Bloqueada después de cuatro meses en paro, con dos hijos a su cargo y un marido con ingresos bajos, esta madrileña se limitó a asentir cuando su terapeuta, el psicólogo clínico Vicente Prieto, al que acudía por sus problemas de salud relacionados con la pérdida de su empleo, le comentó: "Un estado de ánimo ansioso depresivo como el suyo no es compatible con una buena relación sexual. Y esto se convierte en una espiral negativa. Porque el sexo es una poderosa fuente de bienestar".
Miren Larrazábal, presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología, es tajante: "El estrés es veneno para una relación". Y asegura que, como ya sucedió durante la crisis de los noventa, se está observando un ligero repunte de pacientes en las consultas de los sexólogos. "En periodos de crisis material, la gente se vuelve más hacia sí misma. El consumo exacerbado durante los periodos de bonanza, los viajes, el lujo, maquillan los problemas de una pareja. Y ahora, cuando se encuentran los dos solos en casa, se evidencia la insatisfacción". Pero tampoco existe una regla fija, continúa la sexóloga, y abre una tímida rendija al hedonismo: "Todo dependerá de la situación profesional y personal de cada uno. En algunos casos puede ocurrir a la inversa: el sexo acaba convirtiéndose en el antídoto contra el estrés. Pero estos casos de sexualidad maravillosa no los vemos en la consulta, claro".
Más sexo y menos sexo son, según ha tratado de demostrar la ciencia, dos caras de una misma moneda: la ansiedad. El investigador estadounidense John Bencroft, director del prestigioso Instituto Kinsey de sexología, lleva desde 2001 intentando probar el nexo causal entre los bajos estados de ánimo y el incremento del deseo. Un avance de su investigación, publicado en 2006, establecía que en torno a un 10% de las mujeres de la muestra (663 universitarias de 18,9 años de media) sentía un "interés creciente" por el sexo a pesar de su estado ansioso depresivo. La cifra era algo superior para los hombres de la misma edad y condición. Aun así, una mayoría de ambos sexos reconocía que los estados de ánimo negativos les hacían estar "poco motivados" sexualmente. En España, sin ser un estudio exhaustivo, existe una broma generalizada entre las estudiantes de oposiciones, con un perfil similar al de la investigación anterior (mujer joven, sometida a la situación de estrés del concurso-oposición): "¿Qué te apetece menos que estudiar?", suelen preguntarse. No hay que ser muy perspicaz para adivinar la respuesta.
Una de las bases empíricas sobre las que se apoya John Bencroft se encuentra en una investigación clásica: la llamada del puente movedizo (1974), que pretendía demostrar la improbable relación entre un elemento estresor externo y el deseo sexual. Los investigadores estadounidenses Dutton y Aron buscaron dos puentes, uno estable y otro colgante e inestable, de esos que disparan los niveles de adrenalina y provocan un cosquilleo en el estómago. Colocaron a una atractiva encuestadora en un extremo de ambas construcciones. Sólo paraba a los varones. Les preguntaba sobre asuntos banales y mantenía una breve conversación con ellos. Luego les apuntaba su número de teléfono, por si creían relevante aclarar "alguna cuestión" en otro momento. Quienes cruzaron el puente firme apenas la llamaron: no había emoción. Los hombres del puente movedizo, en cambio, encontraron más de una razón para telefonearla.
"El miedo, la incertidumbre y la ansiedad, en sus dosis justas, potencian el deseo", explica al teléfono la antropóloga y sexóloga de la Universidad de Washington Pepper Schwartz, familiarizada con ambos estudios. "Ante situaciones estresantes segregamos adrenalina, una hormona de alerta. Nos prepara para luchar o salir corriendo. Pero también se encuentra unida a nuestro sistema sexual. Sube la libido. Y el orgasmo resulta liberador. Una de las mejores pruebas históricas en la materia la constituyen los bombardeos alemanes sobre Londres durante la Segunda Guerra Mundial: se disparó la tasa de natalidad entre quienes se encontraban a oscuras, en los refugios, atenazados por el miedo".
La historia nos da pistas sobre la evolución de nuestra sexualidad. En la consulta de Dolores Salinas, la primera sexóloga citada en este reportaje, destacaba un librito rosa sobre la estantería. Lo suele recomendar a sus pacientes: Mi tío Oswald, de Roald Dahl, una novela breve y picante que narra cómo Oswald H. Cornelius, mujeriego empedernido, hizo su primer millón de libras comercializando esperma de personajes ilustres: del pintor Matisse al rey Alfonso XIII, de Sigmund Freud a Winston Churchill. Para conseguirlo, en la ficción, les administraba polvos de un escarabajo de Sudán. Esta especie de viagra atómico los volvía locos por el sexo, haciéndoles fornicar como locomotoras. Lo relevante del relato de Roald Dahl es que la acción más desenfrenada, el sexo sin tabúes, comienza en 1919 y se prolonga durante los felices años veinte, considerado uno de los periodos de mayor libertad sexual de la historia moderna. Hasta que la Gran Depresión borró las sonrisas de todos los rostros.
En febrero de 2009, el sociólogo británico Jeffrey Weeks, una autoridad en las complejas relaciones entre sociedad y sexualidad, alertó del riesgo que existe de sufrir un retroceso en la apertura de mentalidad de los últimos 30 años. En periodos de escasez de recursos, como el actual, "las sociedades se vuelven más conservadoras en sus actitudes hacia el sexo; cobran fuerza las posturas más fundamentalistas", denunció en una charla organizada por la Obra Social la Caixa. La Gran Depresión como telón de fondo de su discurso. Los años veinte del siglo pasado como un espejo en el que mirarnos.
En uno de los pocos estudios históricos sobre la sexualidad estadounidense, Intimate matters (Asuntos íntimos), de John D. Emilio y Estelle B. Friedman, un par de párrafos resumen el anochecer del hedonismo en la década de 1930: "La sociedad americana se movía en los años veinte hacia una expresión erótica de liberalismo sexual: un renovado conjunto de creencias desligaba la actividad sexual de su función procreadora, afirmaba el placer heterosexual como un valor en sí mismo, definía la satisfacción sexual como un componente de la felicidad personal y del matrimonio y relajaba la relación entre expresión sexual y matrimonio, dando espacio a la juventud a experimentar como parte de su preparación para el estatus de adulto. Durante la siguiente generación [...], la crisis oscureció esta tendencia. Bajo la presión de la Gran Depresión [...], la sobriedad y la penumbra sustituyeron la boyante exuberancia de la década anterior. Quedar con una pareja se volvió más sencillo, mientras la ansiedad del desempleo creaba tensiones sexuales en muchos matrimonios. Y el control de natalidad pasaba de ser un asunto relacionado con la libertad de la mujer a un método de regulación de los desamparados".
Lola, una uruguaya residente en España, vive desde hace tres años con su pareja en un municipio del extrarradio de Madrid. Él se quedó sin trabajo. Ella, empleada de hostelería, reúne unos mil euros al mes. Los ahorros les permiten sobrevivir, pero decidieron poner en alquiler una habitación de su casa, con uno de esos anuncios que proliferaban en la España franquista de la carestía: "Se alquila cuarto con derecho a cocina". Su aviso de Internet era más evidente: "Pareja alquila habitación". Lola y su chico han decidido ceder un pedacito de su intimidad por motivos económicos: "Ya sé que no va a ser lo mismo salir en ropa interior al baño cuando metamos a alguien en casa...". Pero la crisis económica ya se había instalado en su hogar, acotando el erotismo. "Estamos con la cabeza en otro sitio. Nos falta la chispa: ya no salimos por ahí a cenar o a tomar una copa, ni nos concedemos esos pequeños lujos que hacen la vida más llevadera. Pasamos el fin de semana metidos en casa. Igual salimos a dar un paseo. Poco más. Nuestra vida sexual se ha vuelto monótona y rutinaria".
Quizá no sea un dato significativo, pero en 2008 se invirtió la tendencia y cayó por primera vez el consumo de preservativos en España: de casi 129 millones de unidades vendidas en 2007 a los 125 millones del año pasado. Otros factores pueden haber contribuido a esta cifra, como la caída del turismo o el consumo a la baja de prostitución. Desde el colectivo Hetaira de defensa de los derechos de las meretrices explican, sin estudios oficiales, que se están observando dos tipos de movimientos. Por un lado ha bajado la demanda (en varios prostíbulos ya se practican descuentos del tipo "dos por uno" en copas y sexo, según un conocedor del negocio), y por otro, el número de prostitutas ha crecido y el perfil ha empezado a mutar: las españolas están regresando al oficio.
La venta de juguetes eróticos, sin embargo, ha continuado su ascenso imparable. "Los consumidores compran ahora productos más sofisticados", explica un portavoz de la empresa Control. La escritora y musa cibernética de la sexualidad Eva Roy dice que la boutique erótica de su página web (www.evaroy.com) había registrado en marzo una cifra de ventas récord. "Si pasamos mayor tiempo en casa y nos da por ser optimistas, la crisis brinda la oportunidad de reencontrarse con la pareja", comenta la autora de Verdad y mentiras del sexo (Ediciones B). La dirección de Amantis, uno de los sex-shops españoles de primera fila, asegura que ha notado, a pesar de la crisis, un incremento del 10% en las ventas de juguetes para adultos con respecto a abril del año pasado. En un intento de atraer demanda, la tienda lanzó a finales de 2008 una oferta especial para parados: 16% de descuento a quien presentase la cartilla del Inem en el mostrador. Raquel, estilista desempleada, de 35 años, presentó sus papeles en regla y se llevó un plumero para caricias eróticas y varios preservativos. El sexo en estos días tan caseros, dice, se ha convertido en su refugio. Una burbuja: "No tengo que madrugar, y mi amante tampoco. Objetivamente, tenemos más relaciones sexuales que antes. Quizá con una pareja estable sería distinto. Pero no tengo responsabilidades familiares. Y como amantes esporádicos, no caemos en ninguna rutina".
Iván Rotella, de la Asociación Estatal de Profesionales de Sexología, dice que en un encuentro que mantuvo a finales de enero con sus compañeros de toda España, una de las mayores preocupaciones fue la recesión económica: "Todos lo habíamos notado: las consultas de sexología se estaban volviendo más populares, sobre todo entre parejas menores de 40 años". El sexo, dice Rotella, es uno de los planes más baratos. "De acuerdo. Ahora lo valoramos más. Pero eso no quiere decir que nos vaya mejor. El deseo es el motor del sexo. Y no hace falta quedarse en paro para perderlo. Los problemas laborales de cualquier tipo suelen afectar al deseo. Son un golpe para la autoestima". Y todos somos conscientes de que la sombra de la recesión planea también sobre los empleados.
Un viernes de marzo, Lucas (es un nombre ficticio), un ingeniero industrial de 33 años, clavaba sus ojos verdes en la nacional 1, ajeno a la sorpresa que iba a encontrar en casa. Viajaba solo en su coche y pensaba en cómo, de la noche a la mañana, su vida había quedado tan "reestructurada" como la plantilla de su compañía: él en Madrid, su novia en Logroño. Malos tiempos para el sector de la automoción; qué demonios, malos tiempos para casi todo. El sexo con su pareja, por ejemplo, se había vuelto torpe y semanal. Vacío de erotismo. Cuando se encontraban cada viernes, después de toda la semana separados, parecían adolescentes a punto de perder la virginidad. "Como si nuestros padres estuvieran a punto de abrir la puerta de casa", contaba Lucas hace poco. "Como si no nos conociéramos después de tres años y medio".
A unos 100 kilómetros de Logroño, sonó el teléfono móvil. Era su chica: "¿Cuánto te queda para llegar a casa?", preguntó. "Poco, ¿por?". Ella parecía inquieta. Colgaron y Lucas pensó, mientras seguía conduciendo, en ese día de febrero en que la dirección de la empresa reunió a todos los empleados de España en Madrid. Los trabajadores fueron pasando a distintas habitaciones según les iban ordenando. En una, por ejemplo, los compañeros que ya no volverían. En la suya, los directivos explicaron que las nuevas circunstancias obligaban a tomar medidas drásticas. El puesto de Lucas, supervisor de concesionarios en la zona norte de España, con sede en Logroño, sería suprimido. "A partir de mañana empiezas aquí, en Madrid", le dijeron. De otra de las salas, Lucas vio salir a una de sus compañeras, madre soltera, hiperventilando, con un ataque de nervios.
En el coche volvió a sonar el móvil: "¿Por dónde vas?", insistía su novia con impaciencia. Se habían conocido en Madrid, cuando a él lo acababan de contratar en la multinacional de automóviles. Lucas, logroñés de origen, consiguió convencerla de que se trasladaran a la capital riojana al cabo de un tiempo juntos: a él le salió un buen puesto allí. Y eran una pareja joven, en su plenitud sexual, con ganas de tener hijos en una ciudad pequeña. Pero llegó el derrape económico, la marcha atrás en la demanda, la reestructuración empresarial. A Lucas lo devolvieron a Madrid, ella prefirió quedarse en Logroño, donde había encontrado trabajo y amigos. Se verían en fin de semana, decidieron. Y por eso las últimas semanas, contaba Lucas, habían sido algo parecido a una catástrofe sexual: "Yo paso toda la semana solo, comiéndome la cabeza. El miedo se ha instalado en la compañía. Cualquier movimiento en recursos humanos genera ansiedad. Vuelves a casa quemado. Y cuando llego a Logroño empezamos a darle vueltas a los marrones. Comentamos nuestra situación: qué vamos a hacer, si seguir separados o no? Entramos en bucle y desaparece el deseo. El sexo, con la crisis, queda en un tercer plano. Si se hace, se hace por necesidad. Ya no hay ese juego, esa búsqueda del placer. Ya no es ese echarle imaginación y probar algo distinto".
El móvil sonó una vez más en la nacional 1. "¡Tienes que estar muy cerca!", dijo su novia. Poco después, Lucas giraba la llave en la cerradura, con la maleta en la mano. Cuando venció la puerta de su casa, vio el pasillo en penumbra y una silueta al fondo, apoyada contra la pared. Su novia vestía un conjunto de lencería de encaje rosa: "Cuánto has tardado. Llevo hora y cuarto esperándote...". Lucas soltó la maleta en mitad del pasillo y se fue quitando la cazadora acercándose a ella. "Pocos detalles más voy a contar", sonreía mientras lo recordaba. "Fue un polvo bastante bestia. De esos que se guardan. Un paréntesis en todo esto de la crisis. Acabamos y pensé: "Vale, empezamos de cero otra vez. ¿Ahora qué toca?". Abrazados en la cama, ella le explicó: "Es que te noté ayer un poquito apagado por teléfono. Quería darte una sorpresa buena". Y Lucas dice ahora que le gustaría pasarse por un sex-shop, meter algo de picante en la relación. Una chispa para mantener la llama encendida. Algo sensual. O quizá salvaje.
fotos por obiwolf, por Señor Frisky, por sinabeet, por pedrosimoes7 , por rileyroxx
Paro, incertidumbre, estrechez económica. la recesión arrecia fuera. pero ¿Y en la cama? ¿Cómo afecta la crisis al deseo sexual? ¿lo hacemos más, igual o menos que antes? Depende. Muchos no tienen cuerpo para ponerse a ello con la que está cayendo. otros, sin embargo, encuentran en él una válvula de escape. A fin de cuentas, es gratis.
Hasta hace un año, V. G. era una ejecutiva de posición acomodada, gimnasio por las tardes y un trabajo enriquecedor aunque estresante. Mujer madura y divorciada, de sexo funcional y algo rutinario con su pareja: "Lo hacíamos entre semana algún día o lo dejábamos par el fin de semana". Con los primeros síntomas de deshielo económico, a principios de 2008, su empresa decidió dejar de contar con ella. Reacción: "Te hundes. El primer mes en paro vas dando tumbos. Parece una película. Con dos niños, los mismos gastos y muchos menos ingresos...". Se vio obligada a renunciar al gimnasio y a algunos de sus placeres cotidianos. Pero encontró otros. Menos costosos. Igual de reconfortantes, o más. Por ejemplo, el sexo. Dice: "Me siento más deseada que nunca, y deseo más a mi pareja que nunca". Con la autoestima en la cima, las relaciones de V. G. con su pareja han cogido un ritmo diario. O quizá haya sido a la inversa. "Como se suele decir, esto es como montar en bicicleta. Cuanto más lo haces, más apetece. ¡Estamos mejor que nunca!". Ya no son esos dos cuerpos desnudos y algo anquilosados que se unen en una o dos posturas, cuando toca. "Vamos sin prisas. Me encuentro tranquila y sin presión. No es que necesitemos hacerlo encima de la lavadora, ni probar cosas nuevas. Pero hemos mejorado, sobre todo porque ha cambiado mi actitud". Ella dedica la jornada a buscar un empleo. Lleva a sus hijos al colegio. Y los recoge. Por la tarde está con ellos. En eso también ha ganado. Dice que se ha reencontrado consigo misma. Se ve productiva y necesaria. Y cuando su pareja vuelve del trabajo, queda prohibido hablar del paro. Una caricia en cuanto desaparecen los chicos. Se dejan arrastrar por el erotismo del sofá. Recorren la casa. Va cayendo la ropa. Hasta el dormitorio. Una muralla de intimidad contra la crisis. Cuatro o cinco posturas. Sexo con calma. Una válvula de escape a la ansiedad acumulada durante el día. Al menos, V. G. (y su pareja) disfrutará hasta que vuelva a encontrar trabajo. Y luego ya se verá. Ella dice que no quiere perder lo que ha reencontrado.
Las relaciones sexuales ayudan a liberar endorfinas. Elevan el nivel de bienestar de forma rápida. Y son, por lo general, gratuitas. ¿Cómo íbamos a renunciar a tanto atractivo de un solo golpe? La ecuación, en tiempos de crisis, parece evidente. "Popularmente se dice que en los malos momentos las personas tienden a reforzar las dinámicas afectivas y la búsqueda del placer más cómodo y barato", concede la sexóloga y socióloga Dolores Salinas, miembro del Colegio de Sociólogos de Madrid.
"Otra cosa es lo que ocurre en la realidad. Para eso es necesario tomar una cierta perspectiva, medirlo con tiempo. Por ejemplo: ¿se masturba más gente ahora que en época de bonanza? Imposible saberlo. Pero hay una cosa clara. Si una persona se encuentra hundida porque se ha quedado sin trabajo, sin recursos económicos, o porque su empresa ha desaparecido... Para esta gente, el sexo desaparece".
Por ejemplo, Antonio, un catalán de 37 años y pareja estable con la que no cohabita, cuenta que su libido ha seguido el ritmo del producto interior bruto. Con su pequeña empresa atenazada por casi 50.000 euros de impagos, la ansiedad se le ha ido instalando poco a poco en el cuerpo. El año pasado, explica, aún le funcionaba la masturbación para conciliar el sueño. Cuando los problemas económicos se le metían en la cama y dormía sin su pareja, apagaba el runrún de su cabeza acudiendo al onanismo. El placer y el cansancio hacían el resto. (La masturbación es uno de los desestresores más eficaces, apunta la mayoría de sexólogos). Este año, sin embargo, la economía ha dado el giro definitivo. Antonio se encuentra de baja desde hace un par de meses. Dice que el sexo con su pareja ha pasado a un plano muy secundario. Y se lamenta: "Ya ni me funcionan mis pajas valium". Otro caso: Inma C. Bloqueada después de cuatro meses en paro, con dos hijos a su cargo y un marido con ingresos bajos, esta madrileña se limitó a asentir cuando su terapeuta, el psicólogo clínico Vicente Prieto, al que acudía por sus problemas de salud relacionados con la pérdida de su empleo, le comentó: "Un estado de ánimo ansioso depresivo como el suyo no es compatible con una buena relación sexual. Y esto se convierte en una espiral negativa. Porque el sexo es una poderosa fuente de bienestar".
Miren Larrazábal, presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología, es tajante: "El estrés es veneno para una relación". Y asegura que, como ya sucedió durante la crisis de los noventa, se está observando un ligero repunte de pacientes en las consultas de los sexólogos. "En periodos de crisis material, la gente se vuelve más hacia sí misma. El consumo exacerbado durante los periodos de bonanza, los viajes, el lujo, maquillan los problemas de una pareja. Y ahora, cuando se encuentran los dos solos en casa, se evidencia la insatisfacción". Pero tampoco existe una regla fija, continúa la sexóloga, y abre una tímida rendija al hedonismo: "Todo dependerá de la situación profesional y personal de cada uno. En algunos casos puede ocurrir a la inversa: el sexo acaba convirtiéndose en el antídoto contra el estrés. Pero estos casos de sexualidad maravillosa no los vemos en la consulta, claro".
Más sexo y menos sexo son, según ha tratado de demostrar la ciencia, dos caras de una misma moneda: la ansiedad. El investigador estadounidense John Bencroft, director del prestigioso Instituto Kinsey de sexología, lleva desde 2001 intentando probar el nexo causal entre los bajos estados de ánimo y el incremento del deseo. Un avance de su investigación, publicado en 2006, establecía que en torno a un 10% de las mujeres de la muestra (663 universitarias de 18,9 años de media) sentía un "interés creciente" por el sexo a pesar de su estado ansioso depresivo. La cifra era algo superior para los hombres de la misma edad y condición. Aun así, una mayoría de ambos sexos reconocía que los estados de ánimo negativos les hacían estar "poco motivados" sexualmente. En España, sin ser un estudio exhaustivo, existe una broma generalizada entre las estudiantes de oposiciones, con un perfil similar al de la investigación anterior (mujer joven, sometida a la situación de estrés del concurso-oposición): "¿Qué te apetece menos que estudiar?", suelen preguntarse. No hay que ser muy perspicaz para adivinar la respuesta.
Una de las bases empíricas sobre las que se apoya John Bencroft se encuentra en una investigación clásica: la llamada del puente movedizo (1974), que pretendía demostrar la improbable relación entre un elemento estresor externo y el deseo sexual. Los investigadores estadounidenses Dutton y Aron buscaron dos puentes, uno estable y otro colgante e inestable, de esos que disparan los niveles de adrenalina y provocan un cosquilleo en el estómago. Colocaron a una atractiva encuestadora en un extremo de ambas construcciones. Sólo paraba a los varones. Les preguntaba sobre asuntos banales y mantenía una breve conversación con ellos. Luego les apuntaba su número de teléfono, por si creían relevante aclarar "alguna cuestión" en otro momento. Quienes cruzaron el puente firme apenas la llamaron: no había emoción. Los hombres del puente movedizo, en cambio, encontraron más de una razón para telefonearla.
"El miedo, la incertidumbre y la ansiedad, en sus dosis justas, potencian el deseo", explica al teléfono la antropóloga y sexóloga de la Universidad de Washington Pepper Schwartz, familiarizada con ambos estudios. "Ante situaciones estresantes segregamos adrenalina, una hormona de alerta. Nos prepara para luchar o salir corriendo. Pero también se encuentra unida a nuestro sistema sexual. Sube la libido. Y el orgasmo resulta liberador. Una de las mejores pruebas históricas en la materia la constituyen los bombardeos alemanes sobre Londres durante la Segunda Guerra Mundial: se disparó la tasa de natalidad entre quienes se encontraban a oscuras, en los refugios, atenazados por el miedo".
La historia nos da pistas sobre la evolución de nuestra sexualidad. En la consulta de Dolores Salinas, la primera sexóloga citada en este reportaje, destacaba un librito rosa sobre la estantería. Lo suele recomendar a sus pacientes: Mi tío Oswald, de Roald Dahl, una novela breve y picante que narra cómo Oswald H. Cornelius, mujeriego empedernido, hizo su primer millón de libras comercializando esperma de personajes ilustres: del pintor Matisse al rey Alfonso XIII, de Sigmund Freud a Winston Churchill. Para conseguirlo, en la ficción, les administraba polvos de un escarabajo de Sudán. Esta especie de viagra atómico los volvía locos por el sexo, haciéndoles fornicar como locomotoras. Lo relevante del relato de Roald Dahl es que la acción más desenfrenada, el sexo sin tabúes, comienza en 1919 y se prolonga durante los felices años veinte, considerado uno de los periodos de mayor libertad sexual de la historia moderna. Hasta que la Gran Depresión borró las sonrisas de todos los rostros.
En febrero de 2009, el sociólogo británico Jeffrey Weeks, una autoridad en las complejas relaciones entre sociedad y sexualidad, alertó del riesgo que existe de sufrir un retroceso en la apertura de mentalidad de los últimos 30 años. En periodos de escasez de recursos, como el actual, "las sociedades se vuelven más conservadoras en sus actitudes hacia el sexo; cobran fuerza las posturas más fundamentalistas", denunció en una charla organizada por la Obra Social la Caixa. La Gran Depresión como telón de fondo de su discurso. Los años veinte del siglo pasado como un espejo en el que mirarnos.
En uno de los pocos estudios históricos sobre la sexualidad estadounidense, Intimate matters (Asuntos íntimos), de John D. Emilio y Estelle B. Friedman, un par de párrafos resumen el anochecer del hedonismo en la década de 1930: "La sociedad americana se movía en los años veinte hacia una expresión erótica de liberalismo sexual: un renovado conjunto de creencias desligaba la actividad sexual de su función procreadora, afirmaba el placer heterosexual como un valor en sí mismo, definía la satisfacción sexual como un componente de la felicidad personal y del matrimonio y relajaba la relación entre expresión sexual y matrimonio, dando espacio a la juventud a experimentar como parte de su preparación para el estatus de adulto. Durante la siguiente generación [...], la crisis oscureció esta tendencia. Bajo la presión de la Gran Depresión [...], la sobriedad y la penumbra sustituyeron la boyante exuberancia de la década anterior. Quedar con una pareja se volvió más sencillo, mientras la ansiedad del desempleo creaba tensiones sexuales en muchos matrimonios. Y el control de natalidad pasaba de ser un asunto relacionado con la libertad de la mujer a un método de regulación de los desamparados".
Lola, una uruguaya residente en España, vive desde hace tres años con su pareja en un municipio del extrarradio de Madrid. Él se quedó sin trabajo. Ella, empleada de hostelería, reúne unos mil euros al mes. Los ahorros les permiten sobrevivir, pero decidieron poner en alquiler una habitación de su casa, con uno de esos anuncios que proliferaban en la España franquista de la carestía: "Se alquila cuarto con derecho a cocina". Su aviso de Internet era más evidente: "Pareja alquila habitación". Lola y su chico han decidido ceder un pedacito de su intimidad por motivos económicos: "Ya sé que no va a ser lo mismo salir en ropa interior al baño cuando metamos a alguien en casa...". Pero la crisis económica ya se había instalado en su hogar, acotando el erotismo. "Estamos con la cabeza en otro sitio. Nos falta la chispa: ya no salimos por ahí a cenar o a tomar una copa, ni nos concedemos esos pequeños lujos que hacen la vida más llevadera. Pasamos el fin de semana metidos en casa. Igual salimos a dar un paseo. Poco más. Nuestra vida sexual se ha vuelto monótona y rutinaria".
Quizá no sea un dato significativo, pero en 2008 se invirtió la tendencia y cayó por primera vez el consumo de preservativos en España: de casi 129 millones de unidades vendidas en 2007 a los 125 millones del año pasado. Otros factores pueden haber contribuido a esta cifra, como la caída del turismo o el consumo a la baja de prostitución. Desde el colectivo Hetaira de defensa de los derechos de las meretrices explican, sin estudios oficiales, que se están observando dos tipos de movimientos. Por un lado ha bajado la demanda (en varios prostíbulos ya se practican descuentos del tipo "dos por uno" en copas y sexo, según un conocedor del negocio), y por otro, el número de prostitutas ha crecido y el perfil ha empezado a mutar: las españolas están regresando al oficio.
La venta de juguetes eróticos, sin embargo, ha continuado su ascenso imparable. "Los consumidores compran ahora productos más sofisticados", explica un portavoz de la empresa Control. La escritora y musa cibernética de la sexualidad Eva Roy dice que la boutique erótica de su página web (www.evaroy.com) había registrado en marzo una cifra de ventas récord. "Si pasamos mayor tiempo en casa y nos da por ser optimistas, la crisis brinda la oportunidad de reencontrarse con la pareja", comenta la autora de Verdad y mentiras del sexo (Ediciones B). La dirección de Amantis, uno de los sex-shops españoles de primera fila, asegura que ha notado, a pesar de la crisis, un incremento del 10% en las ventas de juguetes para adultos con respecto a abril del año pasado. En un intento de atraer demanda, la tienda lanzó a finales de 2008 una oferta especial para parados: 16% de descuento a quien presentase la cartilla del Inem en el mostrador. Raquel, estilista desempleada, de 35 años, presentó sus papeles en regla y se llevó un plumero para caricias eróticas y varios preservativos. El sexo en estos días tan caseros, dice, se ha convertido en su refugio. Una burbuja: "No tengo que madrugar, y mi amante tampoco. Objetivamente, tenemos más relaciones sexuales que antes. Quizá con una pareja estable sería distinto. Pero no tengo responsabilidades familiares. Y como amantes esporádicos, no caemos en ninguna rutina".
Iván Rotella, de la Asociación Estatal de Profesionales de Sexología, dice que en un encuentro que mantuvo a finales de enero con sus compañeros de toda España, una de las mayores preocupaciones fue la recesión económica: "Todos lo habíamos notado: las consultas de sexología se estaban volviendo más populares, sobre todo entre parejas menores de 40 años". El sexo, dice Rotella, es uno de los planes más baratos. "De acuerdo. Ahora lo valoramos más. Pero eso no quiere decir que nos vaya mejor. El deseo es el motor del sexo. Y no hace falta quedarse en paro para perderlo. Los problemas laborales de cualquier tipo suelen afectar al deseo. Son un golpe para la autoestima". Y todos somos conscientes de que la sombra de la recesión planea también sobre los empleados.
Un viernes de marzo, Lucas (es un nombre ficticio), un ingeniero industrial de 33 años, clavaba sus ojos verdes en la nacional 1, ajeno a la sorpresa que iba a encontrar en casa. Viajaba solo en su coche y pensaba en cómo, de la noche a la mañana, su vida había quedado tan "reestructurada" como la plantilla de su compañía: él en Madrid, su novia en Logroño. Malos tiempos para el sector de la automoción; qué demonios, malos tiempos para casi todo. El sexo con su pareja, por ejemplo, se había vuelto torpe y semanal. Vacío de erotismo. Cuando se encontraban cada viernes, después de toda la semana separados, parecían adolescentes a punto de perder la virginidad. "Como si nuestros padres estuvieran a punto de abrir la puerta de casa", contaba Lucas hace poco. "Como si no nos conociéramos después de tres años y medio".
A unos 100 kilómetros de Logroño, sonó el teléfono móvil. Era su chica: "¿Cuánto te queda para llegar a casa?", preguntó. "Poco, ¿por?". Ella parecía inquieta. Colgaron y Lucas pensó, mientras seguía conduciendo, en ese día de febrero en que la dirección de la empresa reunió a todos los empleados de España en Madrid. Los trabajadores fueron pasando a distintas habitaciones según les iban ordenando. En una, por ejemplo, los compañeros que ya no volverían. En la suya, los directivos explicaron que las nuevas circunstancias obligaban a tomar medidas drásticas. El puesto de Lucas, supervisor de concesionarios en la zona norte de España, con sede en Logroño, sería suprimido. "A partir de mañana empiezas aquí, en Madrid", le dijeron. De otra de las salas, Lucas vio salir a una de sus compañeras, madre soltera, hiperventilando, con un ataque de nervios.
En el coche volvió a sonar el móvil: "¿Por dónde vas?", insistía su novia con impaciencia. Se habían conocido en Madrid, cuando a él lo acababan de contratar en la multinacional de automóviles. Lucas, logroñés de origen, consiguió convencerla de que se trasladaran a la capital riojana al cabo de un tiempo juntos: a él le salió un buen puesto allí. Y eran una pareja joven, en su plenitud sexual, con ganas de tener hijos en una ciudad pequeña. Pero llegó el derrape económico, la marcha atrás en la demanda, la reestructuración empresarial. A Lucas lo devolvieron a Madrid, ella prefirió quedarse en Logroño, donde había encontrado trabajo y amigos. Se verían en fin de semana, decidieron. Y por eso las últimas semanas, contaba Lucas, habían sido algo parecido a una catástrofe sexual: "Yo paso toda la semana solo, comiéndome la cabeza. El miedo se ha instalado en la compañía. Cualquier movimiento en recursos humanos genera ansiedad. Vuelves a casa quemado. Y cuando llego a Logroño empezamos a darle vueltas a los marrones. Comentamos nuestra situación: qué vamos a hacer, si seguir separados o no? Entramos en bucle y desaparece el deseo. El sexo, con la crisis, queda en un tercer plano. Si se hace, se hace por necesidad. Ya no hay ese juego, esa búsqueda del placer. Ya no es ese echarle imaginación y probar algo distinto".
El móvil sonó una vez más en la nacional 1. "¡Tienes que estar muy cerca!", dijo su novia. Poco después, Lucas giraba la llave en la cerradura, con la maleta en la mano. Cuando venció la puerta de su casa, vio el pasillo en penumbra y una silueta al fondo, apoyada contra la pared. Su novia vestía un conjunto de lencería de encaje rosa: "Cuánto has tardado. Llevo hora y cuarto esperándote...". Lucas soltó la maleta en mitad del pasillo y se fue quitando la cazadora acercándose a ella. "Pocos detalles más voy a contar", sonreía mientras lo recordaba. "Fue un polvo bastante bestia. De esos que se guardan. Un paréntesis en todo esto de la crisis. Acabamos y pensé: "Vale, empezamos de cero otra vez. ¿Ahora qué toca?". Abrazados en la cama, ella le explicó: "Es que te noté ayer un poquito apagado por teléfono. Quería darte una sorpresa buena". Y Lucas dice ahora que le gustaría pasarse por un sex-shop, meter algo de picante en la relación. Una chispa para mantener la llama encendida. Algo sensual. O quizá salvaje.
fotos por obiwolf, por Señor Frisky, por sinabeet, por pedrosimoes7 , por rileyroxx
No hay comentarios:
Publicar un comentario