La campaña de los librepensadores y ateos en Gran Bretaña y España trae de cabeza a los creyentes. (Comentario sobre un artículo de Hipólito Gómez publicado en El Periódico de Aragón)
Uno de los problemas es la interpretación literal de los eslóganes, que hace que más de uno confunda los términos, como les pasa a Hipólitio Gómez de las Roces y al padre Enrique Ester (que, además, ante la sola mención de la probabilidad de la inexistencia del ser supremo sienten una sensación de incómoda ansiedad y temor, y un impulso de publicar argumentaciones con base supuestamente racional o científica, cuando en realidad son las mismas prédicas que toda la vida se vienen vertiendo desde los púlpitos desde el principio de autoridad que proporcionan las vestimentas talares). Erich Fromm explica en el "El arte de Amar" y en "El miedo a la Libertad" como una de las soluciones del hombre al problema de la DUDA es la inmersión gregaria en el grupo mayoritario, y, por otra parte, como el estudio profundo de la teología concluye finalmente que Dios no actúa (por lo que es como si no existiera) lo que hace intranscendente creer o no en Dios y conduce inexorablemente al agnosticismo. ¿Algún adulto culto e instruido cree sinceramente que puede comprar o forzar a Dios a actuar en su provecho mediante una oración o un sacrificio? Esto equivale al animismo: un rito o sacrificio al dios apropiado lleva consigo una ventaja o favor. Es igual que lo que ocurre con la reencarnación. No tiene importancia si la hay o no: si no hay posibilidad de memoria de unas vidas en otras, hay que vivir ésta como si fuera la última.
El eslogan británico reza, traducido libremente al español: "Es probable que no haya ningún dios, así que deja de preocuparte y disfruta de la vida". La versión española limita la probable inexistencia no al conjunto de dioses sino al dios monoteísta (el más frecuente en nuestros lares).
Los creyentes siempre han mirado por encima del hombro a sus congéneres infieles condenándoles a la condenación eterna en la otra vida y al proselitismo e imposición de ideas y coacción de costumbres en esta. Como mucho pueden inspirar los ateos algo de lástima por su nihilismo y supuesta depresión ante el vacío existencial. De lo que no se quieren dar cuenta los creyentes es de que la neurosis cristiana (La névrose chrétienne por Pierre Solignac Éditions de Trévise, 1976.) es una carga mucho más pesada que la de la inseguridad y la duda que suponen el ateísmo.
El mensaje librepensador más claramente expresado diría: ¿Y si Dios no existe? Para que seguir absurdas regulaciones sobre la alimentación, el vestido, la sexualidad, la procreación, las diversiones... y para qué pagar tributos y rendir pleitesía a unos señores que visten túnicas... y para qué seguir torturándose con las dolorosas ideas neuróticas de culpa, pecado, castigo y condenación. ¿No es más satisfactorio y relajante sentirse en paz con el mundo sin necesidad de flagelarse con reproches y reprensiones por haber incumplido los preceptos del libro?
Sin la idea de Dios no reinan necesariamente el caos y la anarquía como puerilmente nos asustan los docentes religiosos en sus colegios... La educación cristiana deja fuerte mella y conduce a comportamientos narcisistas en los que, para reducir nuestra ansiedad, todos tratamos de "ser buenos" y nos preocupamos por los demás, pero anulamos así nuestra personalidad negando nuestras propias ideas, sentimientos y deseos (ya que debemos sometimiento y vasallaje al Señor). Las tres religiones monoteístas (y otras como el hinduismo) anteponen los preceptos religiosos a las leyes civiles, manteniendo regulaciones ridículamente misóginas (llegando el Islam a negar los derechos humanos) y tratan de forma contumaz de influir en los legisladores para crear estados confesionales usando como única ley la religión (generalmente en sus versiones más conservadoras y fundamentalistas).
La ética humanística tiene las mismas bases que la enseñanza de Jesús, Buda u otros profetas. Amor y respeto al prójimo, solidaridad, igualdad, justicia social... Nadie habló nunca de erradicar las leyes civiles ni el sistema democrático ni el civismo ni la ética ciudadana, que son bastante para la convivencia armoniosa de los humanos.
Lo que no quieren los religiosos y creyentes es perder sus privilegios ancestrales derivados de la alianza de la iglesia con el poder temporal, constante durante toda la historia, como exenciones de impuestos, cesión gratuita de tierras, diezmos y primicias y demás prebendas.
Uno de los problemas es la interpretación literal de los eslóganes, que hace que más de uno confunda los términos, como les pasa a Hipólitio Gómez de las Roces y al padre Enrique Ester (que, además, ante la sola mención de la probabilidad de la inexistencia del ser supremo sienten una sensación de incómoda ansiedad y temor, y un impulso de publicar argumentaciones con base supuestamente racional o científica, cuando en realidad son las mismas prédicas que toda la vida se vienen vertiendo desde los púlpitos desde el principio de autoridad que proporcionan las vestimentas talares). Erich Fromm explica en el "El arte de Amar" y en "El miedo a la Libertad" como una de las soluciones del hombre al problema de la DUDA es la inmersión gregaria en el grupo mayoritario, y, por otra parte, como el estudio profundo de la teología concluye finalmente que Dios no actúa (por lo que es como si no existiera) lo que hace intranscendente creer o no en Dios y conduce inexorablemente al agnosticismo. ¿Algún adulto culto e instruido cree sinceramente que puede comprar o forzar a Dios a actuar en su provecho mediante una oración o un sacrificio? Esto equivale al animismo: un rito o sacrificio al dios apropiado lleva consigo una ventaja o favor. Es igual que lo que ocurre con la reencarnación. No tiene importancia si la hay o no: si no hay posibilidad de memoria de unas vidas en otras, hay que vivir ésta como si fuera la última.
El eslogan británico reza, traducido libremente al español: "Es probable que no haya ningún dios, así que deja de preocuparte y disfruta de la vida". La versión española limita la probable inexistencia no al conjunto de dioses sino al dios monoteísta (el más frecuente en nuestros lares).
Los creyentes siempre han mirado por encima del hombro a sus congéneres infieles condenándoles a la condenación eterna en la otra vida y al proselitismo e imposición de ideas y coacción de costumbres en esta. Como mucho pueden inspirar los ateos algo de lástima por su nihilismo y supuesta depresión ante el vacío existencial. De lo que no se quieren dar cuenta los creyentes es de que la neurosis cristiana (La névrose chrétienne por Pierre Solignac Éditions de Trévise, 1976.) es una carga mucho más pesada que la de la inseguridad y la duda que suponen el ateísmo.
El mensaje librepensador más claramente expresado diría: ¿Y si Dios no existe? Para que seguir absurdas regulaciones sobre la alimentación, el vestido, la sexualidad, la procreación, las diversiones... y para qué pagar tributos y rendir pleitesía a unos señores que visten túnicas... y para qué seguir torturándose con las dolorosas ideas neuróticas de culpa, pecado, castigo y condenación. ¿No es más satisfactorio y relajante sentirse en paz con el mundo sin necesidad de flagelarse con reproches y reprensiones por haber incumplido los preceptos del libro?
Sin la idea de Dios no reinan necesariamente el caos y la anarquía como puerilmente nos asustan los docentes religiosos en sus colegios... La educación cristiana deja fuerte mella y conduce a comportamientos narcisistas en los que, para reducir nuestra ansiedad, todos tratamos de "ser buenos" y nos preocupamos por los demás, pero anulamos así nuestra personalidad negando nuestras propias ideas, sentimientos y deseos (ya que debemos sometimiento y vasallaje al Señor). Las tres religiones monoteístas (y otras como el hinduismo) anteponen los preceptos religiosos a las leyes civiles, manteniendo regulaciones ridículamente misóginas (llegando el Islam a negar los derechos humanos) y tratan de forma contumaz de influir en los legisladores para crear estados confesionales usando como única ley la religión (generalmente en sus versiones más conservadoras y fundamentalistas).
La ética humanística tiene las mismas bases que la enseñanza de Jesús, Buda u otros profetas. Amor y respeto al prójimo, solidaridad, igualdad, justicia social... Nadie habló nunca de erradicar las leyes civiles ni el sistema democrático ni el civismo ni la ética ciudadana, que son bastante para la convivencia armoniosa de los humanos.
Lo que no quieren los religiosos y creyentes es perder sus privilegios ancestrales derivados de la alianza de la iglesia con el poder temporal, constante durante toda la historia, como exenciones de impuestos, cesión gratuita de tierras, diezmos y primicias y demás prebendas.
Más que un problema filosófico, la idea de Dios y la religión en su conjunto (como la idea de patria y el nacionalismo) al final es un asunto de "poder, dinero y privilegios" -una forma de influir en los votantes para conseguir apoyo y sostén, en los legisladores y en los jueces para lograr leyes y sentencias favorables.
¿Qué sabemos de Dios? Hipólito Gómez de las Roces. Dios no está a nuestro servicio; somos nosotros los que estamos a su disposición. El Periódico de Aragón 08/02/2009
De Dios sabemos poco,al menos respecto de lo mucho que de Él querríamos conocer, pero somos muchos los que vivimos con la esperanza inenarrable de la existencia divina. Algunos recomiendan que dejemos de preocuparnos y que «disfrutemos de la vida» porque «Dios no existe probablemente» aunque no concretan qué clase de vida nos sugieren porque no se muestran seguros y porque dónde no hay religión suele haber superstición.
Naturalmente, no basta suponer que Dios no existe para que Él dimita, ni nuestras vidas se transformarían en un río de felicidad si Dios dimitiera; así, lo más probable es que tan esperpéntico consejo sirva de poco porque no consta que tal afirmación no pase de mera opinión cuando los propios mensajeros añaden con prudencia, que lo de que Dios no existe lo sostienen sólo como algo probable, así que estamos donde estábamos. Tales comunicantes se curan en salud y conllevan que sólo hablan de una probabilidad, lo que significa que admiten otras.
¿Qué quieren entonces de nosotros, que nos sumemos a sus incertidumbres? El hombre que comprendiese a Dios sería otro Dios, dejó dicho Chateaubriand. También pudo decir que ninguna de las criaturas humanas estará nunca en condiciones de entender al Ser Supremo y que, a pesar de trabajos tan profundos como los de Santo Tomás, pongo por caso, ningún humano alcanzaría a describir a Dios como Dios sea.
Lo escribió Ortega: la más profunda definición de Dios, suprema realidad, es la que daba el indio Yaynavalkia: «nada de eso, nada de eso».
Como el humor es complementario y otras veces sucedáneo insigne del amor, me viene a la cabeza una reflexión de Máximo en uno de sus pensamientos gráficos más que chistes; el ojo de Dios contemplaba desde las alturas a los seres humanos hormigueando por las bajuras y se hacía esta reflexión: «si yo no existo, ¿qué les queda a esos pobres hombres?» Me apunto pues a la ansiada probabilidad de que Dios existe y celebro llegar a viejo con esa fe.
Dios no está a nuestro servicio; somos nosotros, incluso sin saberlo, los que estamos a su disposición y nos enfadamos la mar si no nos hace caso, pero la divinidad todo lo hace en silencio y no sirve para ordenanza nuestro.
De Dios renegamos con desatención a lo que representa y a lo contradictorio de las cosas que le pedimos o que, aun sin pedirle, esperamos de Él; un ejemplo elemental: queremos ser libres, pero nos resistimos a emplear esa libertad nuestra para remediar injusticias que estaría en nuestras manos evitar.
Pero Dios es seguro que conoce su oficio, precisamente porque es Dios y porque lleva una eternidad ejerciéndolo. Aunque no creamos en los dioses del Olimpo, no pienso que merezca la pena poner anuncios en los autobuses advirtiéndolo.
Sin embargo, una denominada Asociación de Ateos y Librepensadores ha emprendido en Barcelona una campaña que proyectan extender por otras ciudades y que consiste ¡simplemente!, en poner letreros en autobuses urbanos anunciándonos aquello de que «probablemente, Dios no existe». ¿Para qué servirá? «Probablemente», para nada o cabe que para encrespar ánimos o distraer voluntades a fin de que ahora, que tendríamos que centrarnos en la crisis ética y además económica que afecta más que «probablemente» a creyentes e increyentes, nos perdamos en polémicas que ya eran antiguallas inútiles en el XIX y nos ponga a los unos contra los otros, sin posibilidad real de entendimiento.
Es natural que transportistas, viajeros y peatones puedan ofenderse y hasta reñir, pero todo ello ¿serviría de algo? Pronto veríamos que no serviría para persuadir a nadie de sus creencias ni para aunar voluntades, por supuesto. Personalmente, me sería más dificil vivir si estuviera persuadido de que Dios no existe y también personalmente pienso que Dios da a cada ser más de un camino para encontrarle.
Todos somos hijos de Dios y desde luego, uno apuesta a favor de su existencia. ¿Cabría creer en la fraternidad humana si negamos esa Paternidad? Pienso que no y como en el chiste, añado, «vamos, digo yo» y ojalá diga bien.
En su primer discurso presidencial, Obama citó tres veces a Dios y somos innumerables los que pediríamos al nuevo mandatario de los EEUU, que no olvide al único que no es temible siendo Todopoderoso.
De Dios sabemos poco,al menos respecto de lo mucho que de Él querríamos conocer, pero somos muchos los que vivimos con la esperanza inenarrable de la existencia divina. Algunos recomiendan que dejemos de preocuparnos y que «disfrutemos de la vida» porque «Dios no existe probablemente» aunque no concretan qué clase de vida nos sugieren porque no se muestran seguros y porque dónde no hay religión suele haber superstición.
Naturalmente, no basta suponer que Dios no existe para que Él dimita, ni nuestras vidas se transformarían en un río de felicidad si Dios dimitiera; así, lo más probable es que tan esperpéntico consejo sirva de poco porque no consta que tal afirmación no pase de mera opinión cuando los propios mensajeros añaden con prudencia, que lo de que Dios no existe lo sostienen sólo como algo probable, así que estamos donde estábamos. Tales comunicantes se curan en salud y conllevan que sólo hablan de una probabilidad, lo que significa que admiten otras.
¿Qué quieren entonces de nosotros, que nos sumemos a sus incertidumbres? El hombre que comprendiese a Dios sería otro Dios, dejó dicho Chateaubriand. También pudo decir que ninguna de las criaturas humanas estará nunca en condiciones de entender al Ser Supremo y que, a pesar de trabajos tan profundos como los de Santo Tomás, pongo por caso, ningún humano alcanzaría a describir a Dios como Dios sea.
Lo escribió Ortega: la más profunda definición de Dios, suprema realidad, es la que daba el indio Yaynavalkia: «nada de eso, nada de eso».
Como el humor es complementario y otras veces sucedáneo insigne del amor, me viene a la cabeza una reflexión de Máximo en uno de sus pensamientos gráficos más que chistes; el ojo de Dios contemplaba desde las alturas a los seres humanos hormigueando por las bajuras y se hacía esta reflexión: «si yo no existo, ¿qué les queda a esos pobres hombres?» Me apunto pues a la ansiada probabilidad de que Dios existe y celebro llegar a viejo con esa fe.
Dios no está a nuestro servicio; somos nosotros, incluso sin saberlo, los que estamos a su disposición y nos enfadamos la mar si no nos hace caso, pero la divinidad todo lo hace en silencio y no sirve para ordenanza nuestro.
De Dios renegamos con desatención a lo que representa y a lo contradictorio de las cosas que le pedimos o que, aun sin pedirle, esperamos de Él; un ejemplo elemental: queremos ser libres, pero nos resistimos a emplear esa libertad nuestra para remediar injusticias que estaría en nuestras manos evitar.
Pero Dios es seguro que conoce su oficio, precisamente porque es Dios y porque lleva una eternidad ejerciéndolo. Aunque no creamos en los dioses del Olimpo, no pienso que merezca la pena poner anuncios en los autobuses advirtiéndolo.
Sin embargo, una denominada Asociación de Ateos y Librepensadores ha emprendido en Barcelona una campaña que proyectan extender por otras ciudades y que consiste ¡simplemente!, en poner letreros en autobuses urbanos anunciándonos aquello de que «probablemente, Dios no existe». ¿Para qué servirá? «Probablemente», para nada o cabe que para encrespar ánimos o distraer voluntades a fin de que ahora, que tendríamos que centrarnos en la crisis ética y además económica que afecta más que «probablemente» a creyentes e increyentes, nos perdamos en polémicas que ya eran antiguallas inútiles en el XIX y nos ponga a los unos contra los otros, sin posibilidad real de entendimiento.
Es natural que transportistas, viajeros y peatones puedan ofenderse y hasta reñir, pero todo ello ¿serviría de algo? Pronto veríamos que no serviría para persuadir a nadie de sus creencias ni para aunar voluntades, por supuesto. Personalmente, me sería más dificil vivir si estuviera persuadido de que Dios no existe y también personalmente pienso que Dios da a cada ser más de un camino para encontrarle.
Todos somos hijos de Dios y desde luego, uno apuesta a favor de su existencia. ¿Cabría creer en la fraternidad humana si negamos esa Paternidad? Pienso que no y como en el chiste, añado, «vamos, digo yo» y ojalá diga bien.
En su primer discurso presidencial, Obama citó tres veces a Dios y somos innumerables los que pediríamos al nuevo mandatario de los EEUU, que no olvide al único que no es temible siendo Todopoderoso.
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