Escuela de afectos. La familia es el lugar donde aprendemos a amar y a odiar. La base de nuestra identidad está ahí, en los vínculos de la primera infancia y en la relación con nuestros padres. Por Isabel Menéndez. Ilustración: Niebla.
Aprendemos a amar y a odiar en la familia. Allí recibimos ternura, contención, caricias y halagos, pero también rechazo y críticas. Las raíces de nuestra vida emocional están en nuestra primera infancia y sobre ella se organizará nuestra identidad. Si hemos nacido en una familia sin muchos conflictos, nuestra maduración emocional será mejor y viviremos de forma más saludable. En caso contrario, experimentaremos excesivos sufrimientos y tendremos la sensación de no dirigir nuestra vida. Pero, aunque la familia es muy determinante, podemos cambiar las influencias que nos han dañado. Ello requiere adentrarse en el propio inconsciente para resolver los conflictos.
El psicoanalista Bruno Bettelheim decía que en una familia jamás se podría colgar el cartel de "aquí no pasa nada". Está poblada de venturas y desventuras. La palabra “familia” nos remite a nuestra historia, ligada unas veces a la nostalgia de un hogar y otras, a momentos de asfixia y malestar. Todos hemos nacido en un momento único en una constelación familiar. Nuestros padres y su inconsciente nos determinan.
Además, nacemos dos veces: la primera, a la vida biológica, desamparados y dependientes de otros que nos enseñan a interpretar el mundo; la segunda, cuando nuestro psiquismo puede organizar una imagen interna que pueda responder a la pregunta "¿quién soy yo?". La calidad de ese “yo” depende de las identificaciones que se hayan organizado con la madre primero y con el padre después. Los afectos de la primera infancia son muy intensos. Sin embargo, aún se tienen pocos recursos psicológicos para entenderlos. Por ello, las experiencias que se vivieron entonces guardan estrecha relación con el modo en que nuestros padres nos quisieron o nos rechazaron.
Conflictos y consecuencias
Aquello que ha quedado reprimido de forma conflictiva en relación a los padres nos provoca efectos cuando tenemos hijos. Una madre que ha sufrido privación maternal, si no se ha quedado incapacitada para sentir afecto, puede experimentar una intensa necesidad de poseer el cariño de su hijo y podrá atraparle afectivamente más allá de lo conveniente.
Con todo, son los afectos que más rechazamos en nosotros mismos los que más daño nos hacen. La elaboración psicológica es compleja, pero nos permite cambiar la forma de mirar nuestra historia, al desenmascarar deseos que nos mantienen atadas a un pasado que no deja disfrutar del presente.
Inés, a los dos años, se fue a vivir con su abuela y después ingresó en un colegio. Su hermana mayor, en cambio, se quedó con su madre. Ella siempre interpretó que la hermana era la favorita y que a ella la habían abandonado por no haber sido un chico. En una psicoterapia, Inés cambió el sentido de su historia. Su hermana, a la que envidiaba de pequeña, era una mujer dependiente y tan apegada a su madre que no había logrado, como ella, tener una profesión y ser autónoma. En el tratamiento, Inés puso palabras a su sentimiento de abandono, reconoció algunos deseos insospechados y perdonó la incompetencia materna y la fragilidad paterna. Esto la llevó a ser menos severa con sus padres y consigo misma, y le permitió llegar a ser madre, porque ya no tenía miedo a repetir con sus hijos lo que ella había sufrido.
Adentrarnos en nuestro mundo interno lleva tiempo, pero recibimos el premio de estar mejor con nosotros mismos y las personas a las que queremos. Volver al punto de partida y revisar qué efectos tiene sobre nosotros la educación sentimental que hemos recibido nos permite construir una relación más gratificante con nuestra pareja y nuestros hijos. No elegimos nuestro punto de partida pero sí nuestras metas.
Claves
- Las fantasías y recuerdos de los sucesos infantiles pueden permanecer cargados con una fuerte intensidad afectiva. Eso se debe a que fueron vividos en una época en que teníamos pocos recursos psicológicos para dominarlos.
- Aunque la familia funcione bien y tenga la contención adecuada para la maduración psicológica de sus miembros, todos los niños tienen que llevara cabo determinadas operaciones psíquicas que irán conformando su subjetividad.
- Tanto los niños como las niñas se identifican con partes de ambos progenitores. Según las vicisitudes que estas identificaciones hayan tenido, nos sentiremos mejor o peor con las personas que somos y con lo que queremos.
- Lo que más enferma psicológicamente es no haber arreglado cuentas con nuestros padres. Cuando guardamos en nuestro interior rencores hacia ellos, la culpa por estos sentimientos nos provoca síntomas que nos hacen sufrir.
- Llegar a obtener un cierto grado de salud mental implica aceptara nuestros padres como son y no como quisiéramos que fueran. Y también es atrevernos a ser como deseamos y no como suponemos que ellos quieren que seamos.
El psicoanalista Bruno Bettelheim decía que en una familia jamás se podría colgar el cartel de "aquí no pasa nada". Está poblada de venturas y desventuras. La palabra “familia” nos remite a nuestra historia, ligada unas veces a la nostalgia de un hogar y otras, a momentos de asfixia y malestar. Todos hemos nacido en un momento único en una constelación familiar. Nuestros padres y su inconsciente nos determinan.
Además, nacemos dos veces: la primera, a la vida biológica, desamparados y dependientes de otros que nos enseñan a interpretar el mundo; la segunda, cuando nuestro psiquismo puede organizar una imagen interna que pueda responder a la pregunta "¿quién soy yo?". La calidad de ese “yo” depende de las identificaciones que se hayan organizado con la madre primero y con el padre después. Los afectos de la primera infancia son muy intensos. Sin embargo, aún se tienen pocos recursos psicológicos para entenderlos. Por ello, las experiencias que se vivieron entonces guardan estrecha relación con el modo en que nuestros padres nos quisieron o nos rechazaron.
Conflictos y consecuencias
Aquello que ha quedado reprimido de forma conflictiva en relación a los padres nos provoca efectos cuando tenemos hijos. Una madre que ha sufrido privación maternal, si no se ha quedado incapacitada para sentir afecto, puede experimentar una intensa necesidad de poseer el cariño de su hijo y podrá atraparle afectivamente más allá de lo conveniente.
Con todo, son los afectos que más rechazamos en nosotros mismos los que más daño nos hacen. La elaboración psicológica es compleja, pero nos permite cambiar la forma de mirar nuestra historia, al desenmascarar deseos que nos mantienen atadas a un pasado que no deja disfrutar del presente.
Inés, a los dos años, se fue a vivir con su abuela y después ingresó en un colegio. Su hermana mayor, en cambio, se quedó con su madre. Ella siempre interpretó que la hermana era la favorita y que a ella la habían abandonado por no haber sido un chico. En una psicoterapia, Inés cambió el sentido de su historia. Su hermana, a la que envidiaba de pequeña, era una mujer dependiente y tan apegada a su madre que no había logrado, como ella, tener una profesión y ser autónoma. En el tratamiento, Inés puso palabras a su sentimiento de abandono, reconoció algunos deseos insospechados y perdonó la incompetencia materna y la fragilidad paterna. Esto la llevó a ser menos severa con sus padres y consigo misma, y le permitió llegar a ser madre, porque ya no tenía miedo a repetir con sus hijos lo que ella había sufrido.
Adentrarnos en nuestro mundo interno lleva tiempo, pero recibimos el premio de estar mejor con nosotros mismos y las personas a las que queremos. Volver al punto de partida y revisar qué efectos tiene sobre nosotros la educación sentimental que hemos recibido nos permite construir una relación más gratificante con nuestra pareja y nuestros hijos. No elegimos nuestro punto de partida pero sí nuestras metas.
Claves
- Las fantasías y recuerdos de los sucesos infantiles pueden permanecer cargados con una fuerte intensidad afectiva. Eso se debe a que fueron vividos en una época en que teníamos pocos recursos psicológicos para dominarlos.
- Aunque la familia funcione bien y tenga la contención adecuada para la maduración psicológica de sus miembros, todos los niños tienen que llevara cabo determinadas operaciones psíquicas que irán conformando su subjetividad.
- Tanto los niños como las niñas se identifican con partes de ambos progenitores. Según las vicisitudes que estas identificaciones hayan tenido, nos sentiremos mejor o peor con las personas que somos y con lo que queremos.
- Lo que más enferma psicológicamente es no haber arreglado cuentas con nuestros padres. Cuando guardamos en nuestro interior rencores hacia ellos, la culpa por estos sentimientos nos provoca síntomas que nos hacen sufrir.
- Llegar a obtener un cierto grado de salud mental implica aceptara nuestros padres como son y no como quisiéramos que fueran. Y también es atrevernos a ser como deseamos y no como suponemos que ellos quieren que seamos.
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