Irán, calvario en año electoral. La bajada del petróleo augura más inflación, más paro y más pobreza. ÁNGELES ESPINOSA. NEGOCIOS - Economía - 04-01-2009
Durante los tres últimos años Irán, cuarto productor de petróleo del mundo, ha obtenido ingresos millonarios gracias a los elevados precios del crudo. Sin embargo, ese maná no sólo no ha llegado a las mesas de los iraníes como prometió el presidente Mahmud Ahmadineyad, sino que su mala gestión ha elevado la inflación y empobrecido al país.
Ahora, la caída en la cotización del barril ensombrece 2009 y convierte la crisis económica en un factor político decisivo ante las elecciones presidenciales de junio. La reducción de ingresos va a obligar a los iraníes a apretarse el cinturón. Todavía más.
"Aunque el 36% de los 700.000 millones de dólares que el petróleo ha reportado a Irán desde la revolución de 1979 se han ingresado durante el mandato de Ahmadineyad, las tasas de inflación y el desempleo son más altas que nunca", ha denunciado Mohsen Mirdamadi, secretario general del reformista Frente de Participación, con un claro objetivo electoral. Pero no son sólo los reformistas. Incluso en el campo conservador se acusa al presidente de haber despilfarrado esos ingresos, en lugar de emprender las reformas necesarias.
Ahmadineyad, que sin duda aspira a un segundo mandato, reconoció por primera vez el pasado diciembre que la caída de los precios del petróleo estaba dañando la frágil economía iraní. Todo un cambio después de meses de negar lo evidente. Primero, calificó las sanciones internacionales de "trozo de papel arrugado". En septiembre, desestimó los efectos de la crisis económica mundial como un problema de Estados Unidos. Y dos meses más tarde, cuando el barril de petróleo se acercaba a los 50 dólares, aseguró que a Irán no le afectaría incluso si bajaba a cinco.
"Es una locura, ¡si extraerlo nos cuesta nueve!", se escandaliza un hombre de negocios. Además, el petróleo proporciona a Irán el 80% de sus ingresos en divisas y cubre el 60% de sus gastos. Según el Fondo Monetario Internacional, el país afrontará un déficit presupuestario por debajo de los 90 dólares el barril. Su propio Banco Central rebaja esa cifra hasta los 60, pero también advierte del riesgo de una importante crisis económica. Y ese umbral se cruzó el mes pasado.
De acuerdo con varios analistas, si Irán no quiere verse en números rojos tendrá que reducir el gasto público, imprimir más moneda o endeudarse. Todas las opciones plantean dificultades dado que las economías domésticas se encuentran ya al límite de sus posibilidades, la inflación supera el 25% y las sanciones internacionales por su programa nuclear hacen improbable su acceso a los escasos fondos disponibles en los mercados financieros. De momento, Ahmadineyad parece haber optado por recortar gastos.
"En caso de planear el presupuesto del próximo año a 30 dólares por barril, tendremos que abandonar la mayoría de nuestros proyectos; aun así, estamos obligados a fijarlo entre 30 y 35 dólares porque nosotros no decidimos el precio del petróleo en el mercado mundial", declaró durante la entrevista televisada en la que por primera vez admitió que la crisis mundial estaba afectando a Irán. Aun así, insistió en que su Administración tiene capacidad de controlar el daño y mantendrá las ayudas en efectivo a los pobres, una de las promesas que le ayudaron a ganar la presidencia en 2005.
Sin embargo, unos días antes, cuando el Parlamento aprobó preparar los próximos presupuestos sobre la base de 45 dólares el barril, Mohammad-Reza Tabesh, uno de los miembros de la Comisión de Planificación y Presupuesto, advirtió de que eso equivalía a reducir un 25% todos los gastos e inversiones. ¿En qué va a traducirse ese recorte?
La mayoría de los observadores coinciden en que lo más probable es que se congelen las inversiones en infraestructuras públicas y que se reduzcan los subsidios, en especial a los carburantes. En el primer caso, los iraníes verán multiplicarse durante 2009 los cortes de agua, electricidad y gas que ya vivieron durante el año pasado. En el segundo, muchos economistas temen que la inflación llegue al 50%. Ambas medidas resultarán impopulares y arriesgadas en un año electoral.
En las calles de Teherán, empieza a haber iraníes que piden limosna, algo inusitado hasta ahora. Según el Banco Central, 14 millones de personas, una quinta parte de la población, viven por debajo del umbral de la pobreza, que ha aumentado significativamente desde la elección de Ahmadineyad. Fuentes oficiales han reconocido la pérdida de 250.000 empleos entre marzo y septiembre. Sin embargo, algunos analistas elevan esa cifra hasta el medio millón y estiman que, si se utilizan los estándares internacionales, el paro está más cerca del 20% que del 10,6% que admiten las autoridades.
Ahmadineyad ha hecho suyo el "no hicimos la revolución para bajar el precio de las sandías" de Jomeini. Sin embargo, tendrá que preocuparse de los precios si quiere ganar las elecciones.
¿Dónde está el dinero?
A los iraníes no les cuadran las cuentas. Su país tendría que nadar en dinero. Basándose en los datos oficiales, los economistas estiman que ha ingresado 200.000 millones de dólares por ventas de petróleo desde la llegada al Gobierno de Ahmadineyad, más del doble que en los ocho años anteriores. Sin embargo, el Fondo de Estabilización del Petróleo, la reserva creada para hacer frente a las fluctuaciones de precios, sólo cuenta en el mejor de los casos con 25.000 millones, una cuarta parte de lo que debiera según los expertos.
¿Adónde ha ido a parar el dinero? Los más críticos dirán que al programa nuclear y a organizaciones ideológicamente afines como el Hezbolá libanés, los partidos chiíes de Irak o las facciones palestinas contrarias a la paz con Israel. Pero esas partidas, sobre cuyo alcance no hay datos, ni son nuevas ni las únicas millonarias.
Buena parte se va en financiar un generoso sistema de subsidios que incluye no sólo alimentos básicos como el pan o la leche, sino un derroche energético que cuesta al Estado 900 billones de riales (unos 98.000 millones de dólares) anuales, según reveló Ahmadineyad el pasado junio. Sólo en importar gasolina ya ha gastado 6.000 millones de dólares en la primera mitad del año iraní (de marzo a septiembre) debido a la falta de refinerías, para luego venderla, como el gas y la electricidad, a precios simbólicos.
Pero además, según el economista Mousa Ghaninejad, Ahmadineyad ha subvencionado las importaciones de bienes de consumo, que el año pasado superaron los 56.000 millones de dólares, un aumento del 50% respecto a tres años atrás. Los escaparates iraníes se han llenado tanto de productos chinos de bajo precio como de artículos de lujo para los nuevos ricos.
"Es una prueba evidente de que hay mucho dinero en circulación", constata un analista europeo. La ironía es que Irán carece de los instrumentos para invertirlo en mejorar su situación económico-social. Para ello, tendría que colocar en el extranjero parte de sus ingresos del petróleo. Sin embargo, las sanciones internacionales por el programa nuclear le impiden hacerlo, y su gasto dentro del país ha causado una inflación galopante, que empeora las condiciones de vida de los iraníes.
Durante los tres últimos años Irán, cuarto productor de petróleo del mundo, ha obtenido ingresos millonarios gracias a los elevados precios del crudo. Sin embargo, ese maná no sólo no ha llegado a las mesas de los iraníes como prometió el presidente Mahmud Ahmadineyad, sino que su mala gestión ha elevado la inflación y empobrecido al país.
Ahora, la caída en la cotización del barril ensombrece 2009 y convierte la crisis económica en un factor político decisivo ante las elecciones presidenciales de junio. La reducción de ingresos va a obligar a los iraníes a apretarse el cinturón. Todavía más.
"Aunque el 36% de los 700.000 millones de dólares que el petróleo ha reportado a Irán desde la revolución de 1979 se han ingresado durante el mandato de Ahmadineyad, las tasas de inflación y el desempleo son más altas que nunca", ha denunciado Mohsen Mirdamadi, secretario general del reformista Frente de Participación, con un claro objetivo electoral. Pero no son sólo los reformistas. Incluso en el campo conservador se acusa al presidente de haber despilfarrado esos ingresos, en lugar de emprender las reformas necesarias.
Ahmadineyad, que sin duda aspira a un segundo mandato, reconoció por primera vez el pasado diciembre que la caída de los precios del petróleo estaba dañando la frágil economía iraní. Todo un cambio después de meses de negar lo evidente. Primero, calificó las sanciones internacionales de "trozo de papel arrugado". En septiembre, desestimó los efectos de la crisis económica mundial como un problema de Estados Unidos. Y dos meses más tarde, cuando el barril de petróleo se acercaba a los 50 dólares, aseguró que a Irán no le afectaría incluso si bajaba a cinco.
"Es una locura, ¡si extraerlo nos cuesta nueve!", se escandaliza un hombre de negocios. Además, el petróleo proporciona a Irán el 80% de sus ingresos en divisas y cubre el 60% de sus gastos. Según el Fondo Monetario Internacional, el país afrontará un déficit presupuestario por debajo de los 90 dólares el barril. Su propio Banco Central rebaja esa cifra hasta los 60, pero también advierte del riesgo de una importante crisis económica. Y ese umbral se cruzó el mes pasado.
De acuerdo con varios analistas, si Irán no quiere verse en números rojos tendrá que reducir el gasto público, imprimir más moneda o endeudarse. Todas las opciones plantean dificultades dado que las economías domésticas se encuentran ya al límite de sus posibilidades, la inflación supera el 25% y las sanciones internacionales por su programa nuclear hacen improbable su acceso a los escasos fondos disponibles en los mercados financieros. De momento, Ahmadineyad parece haber optado por recortar gastos.
"En caso de planear el presupuesto del próximo año a 30 dólares por barril, tendremos que abandonar la mayoría de nuestros proyectos; aun así, estamos obligados a fijarlo entre 30 y 35 dólares porque nosotros no decidimos el precio del petróleo en el mercado mundial", declaró durante la entrevista televisada en la que por primera vez admitió que la crisis mundial estaba afectando a Irán. Aun así, insistió en que su Administración tiene capacidad de controlar el daño y mantendrá las ayudas en efectivo a los pobres, una de las promesas que le ayudaron a ganar la presidencia en 2005.
Sin embargo, unos días antes, cuando el Parlamento aprobó preparar los próximos presupuestos sobre la base de 45 dólares el barril, Mohammad-Reza Tabesh, uno de los miembros de la Comisión de Planificación y Presupuesto, advirtió de que eso equivalía a reducir un 25% todos los gastos e inversiones. ¿En qué va a traducirse ese recorte?
La mayoría de los observadores coinciden en que lo más probable es que se congelen las inversiones en infraestructuras públicas y que se reduzcan los subsidios, en especial a los carburantes. En el primer caso, los iraníes verán multiplicarse durante 2009 los cortes de agua, electricidad y gas que ya vivieron durante el año pasado. En el segundo, muchos economistas temen que la inflación llegue al 50%. Ambas medidas resultarán impopulares y arriesgadas en un año electoral.
En las calles de Teherán, empieza a haber iraníes que piden limosna, algo inusitado hasta ahora. Según el Banco Central, 14 millones de personas, una quinta parte de la población, viven por debajo del umbral de la pobreza, que ha aumentado significativamente desde la elección de Ahmadineyad. Fuentes oficiales han reconocido la pérdida de 250.000 empleos entre marzo y septiembre. Sin embargo, algunos analistas elevan esa cifra hasta el medio millón y estiman que, si se utilizan los estándares internacionales, el paro está más cerca del 20% que del 10,6% que admiten las autoridades.
Ahmadineyad ha hecho suyo el "no hicimos la revolución para bajar el precio de las sandías" de Jomeini. Sin embargo, tendrá que preocuparse de los precios si quiere ganar las elecciones.
¿Dónde está el dinero?
A los iraníes no les cuadran las cuentas. Su país tendría que nadar en dinero. Basándose en los datos oficiales, los economistas estiman que ha ingresado 200.000 millones de dólares por ventas de petróleo desde la llegada al Gobierno de Ahmadineyad, más del doble que en los ocho años anteriores. Sin embargo, el Fondo de Estabilización del Petróleo, la reserva creada para hacer frente a las fluctuaciones de precios, sólo cuenta en el mejor de los casos con 25.000 millones, una cuarta parte de lo que debiera según los expertos.
¿Adónde ha ido a parar el dinero? Los más críticos dirán que al programa nuclear y a organizaciones ideológicamente afines como el Hezbolá libanés, los partidos chiíes de Irak o las facciones palestinas contrarias a la paz con Israel. Pero esas partidas, sobre cuyo alcance no hay datos, ni son nuevas ni las únicas millonarias.
Buena parte se va en financiar un generoso sistema de subsidios que incluye no sólo alimentos básicos como el pan o la leche, sino un derroche energético que cuesta al Estado 900 billones de riales (unos 98.000 millones de dólares) anuales, según reveló Ahmadineyad el pasado junio. Sólo en importar gasolina ya ha gastado 6.000 millones de dólares en la primera mitad del año iraní (de marzo a septiembre) debido a la falta de refinerías, para luego venderla, como el gas y la electricidad, a precios simbólicos.
Pero además, según el economista Mousa Ghaninejad, Ahmadineyad ha subvencionado las importaciones de bienes de consumo, que el año pasado superaron los 56.000 millones de dólares, un aumento del 50% respecto a tres años atrás. Los escaparates iraníes se han llenado tanto de productos chinos de bajo precio como de artículos de lujo para los nuevos ricos.
"Es una prueba evidente de que hay mucho dinero en circulación", constata un analista europeo. La ironía es que Irán carece de los instrumentos para invertirlo en mejorar su situación económico-social. Para ello, tendría que colocar en el extranjero parte de sus ingresos del petróleo. Sin embargo, las sanciones internacionales por el programa nuclear le impiden hacerlo, y su gasto dentro del país ha causado una inflación galopante, que empeora las condiciones de vida de los iraníes.
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